Pese a que Pedro Almodóvar suele esforzarse por armar relatos de trama compleja o, incluso, enrevesada, sus películas al final resultan memorables porque evocan emociones muy básicas, relacionadas con el amor filial, la humillación, la añoranza, el deseo, la reconciliación con el pasado. La prueba está en que con el paso del tiempo el recuerdo del espectador guarda poco de la artificiosa complejidad de sus tramas y, en cambio, no olvida tan fácilmente el clima, la atmósfera, el sentimiento asociado a cada cinta. Visto así, "Kika", "La mala educación" o "Hable con ella" eran algo fallidas porque, pese a los giros inesperados de la trama, no lograban dar con la expresión justa de un sentimiento y, en cambio, parecían engolosinadas con la peripecia. Es difícil determinar cuál es la emoción dura de "Volver", quizás no la tiene, pero sí se puede decir que le sobra encanto, una cualidad que no se puede despreciar fácilmente. Claro, ello la aleja de la arrebatadora intensidad de "La flor de mi secreto" o de "Tacones lejanos", pero también se puede decir a su favor que no es un registro en el que se propone entrar.
Retomando la vena más contenida y menos sarcástica de Almodóvar, más norteamericana si se quiere, "Volver" cuenta la historia de la deliciosa y brava Raimunda (Penélope Cruz), enérgica trabajadora de un aeropuerto que ve cambiar radicalmente su vida cuando mueren simultáneamente dos familiares cercanos. En este viaje la acompaña su hija (Yohana Cobo), su hermana (Lola Dueñas) y la aparición fantasmal de su madre (Carmen Maura). Es un territorio exclusivamente femenino y se nota la comodidad del director español en él. Son mujeres asesinas, encubridoras, mentirosas, pero al final y al cabo mujeres unidas en su desencanto de los hombres, en su sobrevivencia, en la necesidad de ajustar el mundo a su medida. El tono, a medio filo entre la comedia y el melodrama, muy a la Almodóvar, está en su punto, y ayuda a que la película resulte seductora y fácil a un nivel que no veíamos hace años en el director español. Este Almodóvar, menos desgarrado, menos rabioso, puede demostrarnos que la autoridad cinematográfica no requiere necesariamente desgarro ni rabia. La justa levedad también puede ser un logro.