Me levanté con un nudo en el estómago, pero un nudo diferente. Era un desafío personal. Un nudo personal.
Era una mañana totalmente esperada pero no usual. Estaba ansiosa por ver cómo resultaría. Hace un par de años que empresas deportivas –a veces, otras no- organizan carreras de 7, 10 ó hasta 21 kilómetros. También de 42 kilómetros (maratón). Yo he corrido sólo la de diez km.
Para muchos, el deporte y trotar no es divertido, pero esta buena iniciativa es una nueva forma de despertar a Santiago y hacerlo correr. Una bella forma de movilizar masas en forma sana.
El domingo 12 de noviembre era la esperada y ya reconocida carrera 10K de Nike. En esta ocasión, la empresa organizadora, pionera de estos eventos masivos, había regalado camisetas para que todos los corredores asistiéramos uniformados. Una linda camiseta amarilla con su símbolo 10K. Color que amo porque es el color que defiendo por años, ya.
Entonces me fue más fácil usarla. Ya camino al lugar, desde donde se daba la largada, había taco. Un domingo a las ocho de la mañana había taco. Jamás visto. Todos los autos a nuestros costados estaban vestidos igual que nosotros. Todos con cara de sueño, pero contentos y despiertos a la vez.
El taco era agradable e inusual. Íbamos tras la misma meta.
Correr. Yo quería mejorar mi tiempo. Tratar de andar en menos de una hora y ojalá mejor que 55 minutos.
Iba bien acompañada. Allá, entre este mar de personas, nos encontramos con algunos más conocidos. Era divertido, cansador, motivante y emocionante estar en medio de tantas personas, todas buscando lo mismo.
Se dio la largada y me demoré como dos minutos en poder empezar a correr. Muchísima gente. (Me imagino como será la maratón de NY). Pero lo logré. Partí corriendo. Pese a que fui acompañada, seguí corriendo sola. Sola, pero rodeada por miles que andaban igual que yo.
Me puse música. Música para desconcentrarme un poco de mi respiración y del cansancio. Era una mañana fría. Nublada, pero feliz. Pasamos puentes, árboles, ríos, subidas, bajadas, gente, casas, todo en la ciudad. Todo corriendo.
En la mitad de la carrera había un grupo de rock cantando y alentándonos. La muchedumbre que observaba a los corredores, también apoyaba y estimulaba. A mí todo me provocaba carne de gallina en la piel. Era apasionante.
Cuando estábamos en el km 5 nos encontramos con la cima de la corrida, y al mirar hacia delante se veía la cantidad de personas corriendo hacia abajo. Disfrutando. Miles de desconocidos corriendo codo a codo, un domingo frío por la mañana. Una masa amarilla. Eso fue bellísimo.
Una perfecta organización para un evento que tuvo una perfecta convocatoria. Pensaron hasta en los plátanos y bebidas isotónicas para el camino.
Ahí recordé los Odesur y las que estuvieron allá defiendo la camiseta roja. Repasé el hexacampeonato que acabamos de ganar. Pensé en la gente que no puede correr. Pensé en lo afortunada que me sentía en esa cima.
No fui la primera. No fui la última. Así y todo, jamás me sentí del montón. Cada uno corría por algo, y logró llegar a la meta.
Logré bajar de los 55 minutos. Y me junté con mis seres queridos al final. La mañana amarilla me llena de orgullo.
Y me imagino que a todos los que fuimos. Ahora quiero seguir corriendo. Buscando tiempos. Buscando metas, buscando más kilómetros. Aprovechando que cada mañana me puedo levantar y correr.