Hay días oscuros. Fríos. Llenos de matices grises habitando en el alma.
Uno se levanta de manera extraña. Manera lenta. Una forma incómoda –sin notarlo- desde el momento que el pie llega al suelo. Como de atrás para adelante.
Y salimos tarde. Llegaríamos tarde a la pega. El taco nos dejó ver de lejos el camión que se había quedado en pana. Media hora más perdida.
Mi acompañante de auto decidió tomarse un taxi, para yo poder seguir a mi ruta. Error, se le quedó el teléfono en mi auto. Incomunicación todo el día sin el celular (herramienta de doble filo).
Cuando llegué a la oficina (45 minutos tarde) el computador no prendió. Así nada más. No quiso partir. Ni siquiera moviéndole los cables más gruesos tuvo la intención de dar marcha. Nada.
En eso entró la histeria colectiva, digna de final de año, y me pidieron TRECE cosas atrasadas. Amanda, termina esto. Por fa manda esto. Sube esto y mueve esto. Ah!, arregla esto también.
Todo para ayer. Y yo, sin computador. Y mis cables parecían más enredados que los del computador que me había abandonado. Finalmente logré hacer y deshacer las cosas pendientes.
Pero llegó la hora del café. Café que derramaron sobre mis informes. Casi me salieron las lágrimas, pero me contuve, no era tan terrible. Fui a hacer la pega de nuevo. Y olvidé la reunión de coordinación a las 13 horas.
Llegó la hora de almuerzo. Me sentí mejor. Me entró el alma al cuerpo. Aunque me duró poco, había olvidado la reunión. Después recordé...
Luego a la farmacia a comprar una crema especial para el ojo de mi hijo. Además de que la crema no estaba, me peleé con la gente en la fila porque no tenían número. Atendían a cualquiera. Yo llevaba bastante más tiempo esperando. Pero el día gris me transformó en invisible. A mí y a mi número. (Sistema inservible). Nadie me veía, y perdí la calma.
Dejé la farmacia con toda la humillación del mundo, y sin la crema. Partí a buscar mis cosas para ir a entrenar. Llegando al gimnasio, en el auto, al retroceder, no vi el árbol. Choqué marcha atrás. Abollón en el parachoque. ¿Seguro del auto? Vencido.
Y así… Un suceso tras otro. Sólo quería dormir. Pero quedaba una rica y buena esperanza. Botar las toxinas y malas vibras haciendo ejercicios.
Sí, en conclusión, esta columna siempre lleva el deporte en el alma. Saqué las cosas de mi bolso y empecé a vestirme en el camarín de "damas". Pero adivinen qué me pasó... No metí las zapatillas al bolso. Ahí mismo lo de dama quedó sólo en el aviso de la puerta del camarín.
Me salió el rosario completo: #$%&/()"#$%&/()!)##. Y con más rabia que he tirado en años. Pero me vestí deportiva igual. (El verano te da eso, calor, luz natural hasta tarde, ganas). Salí a la cancha igual y me fui a correr sin zapatillas.
Finalmente, nada era tan terrible y seguía con ganas de correr. ¿Las espinas del camino? No les tengo miedo. Siempre hay. Total mañana vuelve a salir el sol.