Abrí la ventana. Estaba la vista increíble de luces y mar. La vista soñada en la Quinta Región.
Al lado derecho, mi abuela, feliz y conversándome. Detrás de ella, mi cuñada tan querida, polola por años, parte de la familia desde el primer momento. Simpática, alegre, llena de vida y de cuentos. La señora de mi hermano mayor. Ella junto a sus hijos pequeños, que corrían por este departamento humilde pero tan lleno de todo. De calidez, de amor, de detalles. Un departamento blanco.
La mitad de Valparaíso se llenaba de él. Era el epicentro. Estábamos preparándonos para el cambio de año. En la cocina, la dueña de casa. Mujer de otro de mis hermanos. Tratando de terminar el postre. Vivían ahí hace seis meses. Fruto de una larga historia de amor, que había dado paso a ese departamento, a esa noche de año nuevo, a ese atardecer, a esa comida que reunió a varios.
Cebiche, pebre, carne, música, conversación, ambiente, vida, luz. Decoramos todo para que fuera una noche inolvidable. Mi mamá encargada de todo lo bello que adornaba ese momento. Mantel, servilletas, luces interiores, ornamentos. Si pudiera, volvería a ese instante.
Los momentos son perfectos, los seres humanos no. Llegó la cena, el compartir. Jugar con los sueños para el siguiente desafío. Lo que se venía en el nuevo período. Los próximos 365 días.
Y así se nos pasó el tiempo y llegó la hora de correr a buscar una ubicación privilegiada.
Quién se situaba en el mejor lugar para ver la media hora de derroche en luces y fuegos artificiales en el cielo, en el alma, en el cambio de año. El brillo en nuestras caras. En nuestros ojos. En nuestro futuro. Los niños eufóricos. Mi abuela tomada de mi mano. Valparaíso más vivo que nunca. (Aunque siempre está vivo).
Esa noche para mí fue inolvidable y pulcra. Fue una noche que como dije antes, marcó una perfección. No así los que la compusimos. Seres humanos, llenos de errores. Estoy triste porque aunque los recuerdos son solo eso, recuerdos, y no debemos vivirlos eternamente, me apena lo que perdimos de aquella velada. Mi hermano mayor no sigue casado. Sus hijos ya grandes, no volvieron a pasar el año nuevo con nosotros, y por ende mi cuñada querida, tampoco. (Y nunca se lo dije). Mi abuela se fue de este mundo hace cuatro años ya, y la echo de menos con la misma intensidad siempre. La dueña de casa tuvo un hijo (mi sobrino), pero no sigue junto al padre de ese hijo. El amor no siguió el camino normal. Se desarmó.
Entonces, hay un niño, ahí, lejano a nosotros, a mí y a esa noche. Mis padres están más lejos que nunca, más aislados, más melancólicos. No quieren molestar y entonces más se molesta uno, extrañándolos. Y bueno, me dio la nostalgia en este final de año.
Ahora pasó otra celebración, otro mar, otra ventana, otras personas. Viví la noche con todo. Como siempre. Porque las cosas cambian y las perfecciones no siempre duran, pero los momentos están vivos. Y yo llevo esa noche en el corazón, aunque sea la única que la recuerde.
Y seguramente llevaré la que pasó este año, pegada a mi corazón también. Por suerte, seguimos celebrando años nuevos y podemos intentar reparar lo que extrañamos. Para eso uno empieza cada vez de nuevo.
Y nos ponemos los calzones amarillos, preparamos la fuente de uvas al lado, sabemos que al primero que hay que abrazar debe ser un hombre, ponemos las maletas para recorrer la casa, prendemos las velas de colores, etc, etc, etc.
Muy feliz 2007 para todos. Y que los sueños se cumplan. (Pero echémosles una mano, a veces la necesitan).