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Novia a los 33

14 de Enero de 2007 | 00:24 | Amanda Kiran
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César Fonseca, El Mercurio

Tengo fotos en pañales junto a ella. Sus cosas eran lindas, algunas importadas, siempre se veía preciosa y me prestaba todo. Eternamente me hizo sentir como que lo de ella era mío, y viceversa.


Nos conocimos de muy niñas y nos volvimos a reencontrar algunos años después. A los trece, cuando ya se había desarrollado su cuerpo menudo y delgado.


Su pelo ya brillaba por sí solo, amarillo y natural. Su risa ya era ingeniosa y chispeante. De forma completa ella era preciosa, llamativa y lo mejor, muy simpática. De padres extranjeros, más chilena que todas nosotras. Entonces fue sólo retomar la amistad que ya había nacido.


Compartimos todo. O casi todo. Pieza, fiestas, canchas, camarines, suelo, calles, estudios, teléfono, amistades, carretes, playa, retos, ropa, cuentos, secretos, penas, alegrías, amores, desamores, lágrimas, complejos, peleas y reconciliaciones.


Sabíamos que algún día tendríamos que seguir caminos distintos. Pero eso nunca nos preocupó. Nos imaginábamos caminando de la mano, viejitas, yo vestida de buzo y ella de tacones. La tesis definía que yo la asistiría a  ella.


Le di pases y metimos goles juntas. Le pasé mi cama y ella su colchón. No había un día que no sonara el teléfono, de ida o de vuelta. Pero llegó el momento de la distancia natural, y de a poco fuimos abandonando los tiempos de nuestras llamadas. No había espacio para todo, y se fueron distanciando las convocatorias, las salidas, las risas y llegó la nostalgia.


Lo que nunca se perdió fue el cariño. Siempre seguimos en contacto. Mas a lo lejos, pero en contacto firme. Sabíamos en qué estaba cada una. Y aún lo sabemos. Y de vez en cuando nos veíamos. Tenía su vida armada, y costaba robarle un espacio. Pero cuando el robo ocurría, era perfección y risas. Volvíamos a la base.


Ya quince años después llegó el momento que no sospeché llegaría. Apareció bajo mi puerta un parte matrimonial, con su nombre. Un parte exclusivo. Para mí, un parte muy especial. Habíamos hablado, pero hacía un par de años que no la veía. Y a su novio jamás lo había visto. Soñamos juntas ese momento miles de veces. Y le tocó aparecer.


Llegué a la ceremonia. Todos bajo unos eucaliptos gigantes, con el ruido del río a un costado. El viento pegando en la cara de todos los que estábamos ahí, no lo podía creer. Era asombroso. Como un cuento de hadas.


Y la hada estaba parada frente al cura que los estaba casando. Se veía tan o más linda que cuando corríamos en la playa jugando paletas. Se veía tan o más linda que cuando fuimos a la fiesta de graduación. Se veía perfecta. Su cuerpo estaba más perfecto incluso. Contra todos nuestros pronósticos (que para los treinta ya estaríamos atléticamente acabadas).


Su vestido era específicamente genial para ella. Su risa cómplice al verme llegar (un poquito tarde) no había cambiado. Volví a sentir la gravedad en mí al verla tan perfecta. Se veía virginal y preciosa.


Y empecé a llorar. Duró prácticamente toda la ceremonia. Llorar en los matrimonios es clara señal de que uno está más viejo. Pero este llanto fue tan de adentro, que me pareció sano y oriundo. Lo llevaba guardado sólo para este día.


Una novia a los treinta y tres años no podía verse tan perfecta y hermosa como se veía mi amiga Cata. Una novia a los treinta y tres años, entendí, puede verse mejor que a los veinte. Claro que puede. Y seguramente pasa lo mismo a los cuarenta y a los cincuenta. Todo depende los ojos con que se mire.


Se terminaba la prédica y mirándola me acordé. Una tarde en la playa de aquel clásico balneario donde solíamos ir juntas, estaba este "joven", uno de los muchos hombres que se le acercaban para coquetear. Le dijo un piropo que nunca voy a olvidar. "Cata, eres como una puesta de sol permanente".


Me reí como loca. Ella igual. Y fue una talla interna entre ambas por años. Esta tarde la vi así. El sol le llegaba directo a los ojos. Y el pelo rubio se le movía casi como si hubiera estado planificado. Se veía como una puesta de sol permanente.


Y así la voy a dejar en mi retina. Todo bien puesto, todo lindo, mi yunta fue una perfecta novia a los treinta y tres.


akiran@mercurio.cl

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