Le faltó vida
Ben Stiller es uno de los buenos comediantes de Hollywood. Está dentro del sistema, no hay dudas, pero tiene un pie puesto en la inteligente extravagancia y eso le sube los bonos.
Chistoso y talentoso, Stiller y sus rutinas siempre pueden ser una buena excusa para aguantar una cinta no tan buena. Sin embargo, sus dones humorísticos no alcanzan para hacer de "Una noche en el museo" algo inolvidable. Stiller es un padre divorciado y preocupado de que su hijo no lo subestime porque no puede encontrar un trabajo fijo. Es cuando, desesperado, acepta ser guardia nocturno del museo de historia de Nueva York y reemplazar así a un trío de viejos uniformados que pasarán a retiro: entre ellos, Mickey Rooney y Dick Van Dyke, leyendas de Hollywood y la comedia. El trabajo parece fácil, pero esconde un gran secreto y es que de noche los animales disecados, el esqueleto de un dinosaurio y las estatuas de próceres y figuras de cera, cobran vida. Es una premisa atractiva y tierra fértil, pero finalmente termina aplanada a la fuerza por la máquina de Hollywood.
Acá hay una banda de notables cómicos involucrados, pero todos los esfuerzos desembocan en un resultado precario. "Una noche en el museo" mantiene sus signos vitales a punta del cliché y fórmulas seguras. Cero riesgo. Cero evolución. ¿Diagnóstico? Una película sin vida.
Ernesto Garrat V.