El mes del calor. El mes del verano en Chile. El mes que todos esperamos para tomar vacaciones. El mes donde los deportes tradicionales descansan. El mes donde las playas y balnearios clásicos se llevan los eventos interesantes. El mes que ella, y sólo ella, eligió para llegar.
Uno de los protagonistas, mi primo chico. No tan chico. Pero dos años menos, en alguna época, era chico. Regalón. Cariñoso. Alegre. Excelente primo. Seco para los deportes. Los extremos, y los no tanto. Compañero de pasiones, por la actividad física. Ídolo máximo en su disciplina. Lo que venía.
Una espera larga, como acostumbra ser la llegada de algo que uno quiere mucho. Una espera eterna. Sólo una madre sabe que nueve meses no pasan volando. Cuando supimos, nos alegramos todos. Fue una decisión que costó llegara a puerto. Hasta que nos avisaron que faltaban siete meses para la venida.
A ella la vi sólo una vez con su preciosa guata de embarazada. Se veía tan linda. Muy contenta. Brillaba. No viven en Chile. Son patiperros. Por pega, están en Norteamérica. Así que sólo informaban de cómo iba todo por correo o teléfono. Más encima, con lo escuetos y restringidos que son los gringos para sus ecografías.
Pocas visitas médicas, y prácticamente ningún avance antes del nacimiento. Sólo sabíamos que era mujer. Mujer como su prima mayor. Prima que espera en Chile para en algún -corto plazo- conocerla. Pero antes de eso. Salía el charter de Santiago. Primero se fueron las enfermeras.
A una semana de la feliz llegada. Consuegras juntas volaron a USA. Luego llegarían los hombres a la reunión. Después del nacimiento. Para los padres primerizos no hay nada mejor que una ayudita cuando llegan estos seres tan chicos. Cómo algo tan pequeño, puede llenar y desordenar tantos espacios. Uno no sabe ni como tomarlos. De dónde. Por dónde.
Y pasó lo que tenía que pasar. Llegó la hora. Las contracciones. El nerviosismo. Las carreras. Los llamados. Los avisos. El bolso. La maleta. Los abrigos. El auto. Y empujar. Parto tranquilo. Emoción completa. Abuelas chochas. Padres alucinados. Llegaba una niña.Una preciosa vidita diminuta, a mover el universo de nuestras vidas.
A movernos lo más interno de cada uno. Lo valioso de la vida y de nacer. A conmover nuestra espera. A silenciar nuestras dudas. Llegaba a nuestra familia, una integrante más, en un valioso momento. Valioso momento, por el sólo hecho de existir. De ser. De mirarnos. Su cara la vi en formato digital jpg. Su aura, sin exagerar, me llegó al corazón.
Su mirada. Ella y él, juntos en su mirada. Un miércoles de enero, llegó Celeste. Y llegó para constatar en este momento de la vida, que la perfección, no tiene que ser perfecta.
Amanda en verano
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