La imitación de Ricardo Lagos sirvió para que Juan Carlos Meléndez salvara del primer momento difícil de su rutina.
Cristián Carvallo, El Mercurio.
VIÑA DEL MAR.- Tuvo instantes riesgosos, peligrosos. Difíciles. Pero en la segunda noche de humor en Viña, Juan Carlos "Palta" Meléndez logró zafar.
Gracias al que él llama "humor político", logró dar vuelta una rutina que partió cuesta arriba, e incluso con pifias que fueron más allá de la condición de "aisladas", para terminar con la Quinta Vergara aplaudiéndolo y pidiendo la antorcha (sólo una).
La rutina la inició inspirado en el conflicto de los secundarios, y caracterizado como estudiante derivó al poco tiempo en pasajes planos e inconducentes, que arrancaron más pifias que risas.
Meléndez rápidamente sacó una de sus armas más efectivas para revertir la situación: la imitación de Ricardo Lagos, al que sucedieron las mucho menos asertivas de Osvaldo Puccio y Andrés Zaldívar.
Y así llegó a la que más interrogantes generaba: el mismísimo Pinochet, de quien nunca aclaró verdaderamente si lo imitaría o no. Con el ex general demostró que su figura continúa siendo efectiva, tanto como hoy por hoy lo es el Transantiago, otro recurrente de su rutina.
Para el bis dejó de lado la política (aunque encarnado como un "primer damo"), para ahondar en los clichés de hombres y mujeres, el segmento de su rutina que más risas arrancó, además de una antorcha.
Cuando la recibió, ya eran cerca de las 02:30, hora que ya no permitía una nueva salida a escena (aún faltaba la final folclórica y Lucybell), pero sí una despedida: "queda demostrado que se puede hacer humor político con altura de miras", dijo. Una exigencia que el humorista le hace al público, pero que en rigor no se hace a sí mismo.
Porque pide amplitud de criterio para acoger imitaciones que pueden resultar contrarias a las tendencias de los espectadores, pero por otro lado, puede alcanzar visiones alarmistas en forma innecesaria. Que todos sean ladrones y corruptos, y que proyecte una imagen de país relativamente caótico, es una falacia efectista e, incluso, peligrosa.
Pero ésas son latas de tonto grave en una instancia como ésta. Aquí hay que actuar fácil y rápido. Y Meléndez lo hizo.