El viernes a última hora me avisaron que me tenían un regalito muy bien acogido. Tres entradas para ver un clásico de los ochenta. Clásico con el que, junto a su buena voz, lloré películas, bailé lentos, roquié un poco (según yo, roquear), y disfruté muchos videos.
Un canadiense diferente y buena onda. Un ídolo. Entonces la inquietud. La quinta. Además de sentir la clásica emoción cuando vas a ver un buen espectáculo en vivo., sentía la nostalgia viva de la última vez que visité el lugar. No la pisaba hace más de doce años, cuando mi abuela, tierna y cálidamente me llevó a caminarla, un día de julio…
Esta vez era verano, llegamos pasadas las nueve de la noche. Entramos buscando el camino que nos correspondía según nuestras entradas. No corrimos, pero sí caminamos bastante. El ejercicio, siempre es bienvenido.
Los carabineros, no ayudaron mucho y nos querían desviar –todavía no sé por qué-, pero finalmente y sin ningún contratiempo, me cortaron el ticket. Se acortaba la brecha para ver y escuchar a Bryan.
Los años, habían recorrido claramente su camino sobre este terreno. La concha ya no estaba, la quietud tampoco, inviernos habían ido y venido, entonces, al final, parecía otro lugar.
Fue emocionante ver tanta gente, caminando, moviéndose, y disfrutando de este evento en familia. Me sentía en una kermés xl. Pero con más auspicios y recursos.
Después de reconocer territorio, y encontrar nuestro espacio (numerado) en este "monstruo", sólo quedaba esperar. Nos conversamos los cuarenta y cinco minutos, que corrieron veloces, y llegó el esperado momento. Se me pasó volando, y ya estaban saludando al canadiense, que sacó mis mejores gallitos, y gritos. Canté con todos mis pulmones, y traté de hacerlo bien.
Y bueno, aunque los gritos, las luces, las peleas por asientos, los saludos a la cámara para que te vea "la mami en la casa", los chillidos y hasta los desfiles pintorescos te desconcentran un poco, disfruté mucho con el show de este cantante, que demostró bajo el prisma de una entrega total y profesional, calidad en su voz y en sus clásicos.
Cuando pidió una acompañante para cantar su canción a -When you´re gone- no lo podía creer. Mantuve la idea viva, que saldría Andrea Tessa o Javiera Parra tras las bambalinas. Por si pasaba hice el intento y con todas mis fuerzas física y deportivas, grité y salté para que me escogiera a mi. El asiento lejano de él, y de cualquier acercamiento al escenario, terminaron por derrumbar mi ilusión, y vi subir a esta niñita de veintiocho años que saltó como loca a su lado, mientras él cantaba. Me reí harto.
Todo fue insólito. Show redondo. Y se me hizo corto. Él demostró una humildad y simpatía, corriendo de un lado del escenario hacia el otro, para que todos lo viéramos bien. Demostró su excelente estado físico. Y su último regalo, la canción de despedida, desierto, sin su banda.
Un cumplido, las personas que me acompañaron. Un aplauso que me dieran con tanto cariño estas entradas. Un domingo diferente, corriendo de un lado para otro, buscando música y mar. Una ofrenda, cuando ya este verano está llegando a su fin y nos preparamos para caer en marzo. Mes donde se empieza a correr de un lado a otro sin parar, pelear en los tacos, estresarte en tu trabajo, sentir frío, cambiar el rico horario y darle con todo, para que llegue luego semana santa.
Pero, con este cierre, dan ganas hasta de pagar el permiso de circulación.
Amanda en verano
akiran@mercurio.cl