A diez años de su primera película como el peculiar Mr. Bean, el comediante Rowan Atkinson regresa en una sorpresiva y superior secuela que saca a relucir lo que mejor hace: humor físico, silente y lleno de muecas. Es verdad que el humor inglés de este desadaptado social (que no sospecha ni un ápice de su condición de alguien desadaptado) puede sonar extraño y hasta ingenuo.
Pero este filme que lo lleva fuera de Londres, es un traje a la medida para Bean. Tras ganar un ticket y una cámara para irse al sur de Francia, a Cannes más precisamente, el despistado payaso comienza a dejar tras de sí una estela de desastres mayores y menores, cuyo común denominador es su enorme inoperancia social y su muda actitud (no entiende nada de francés).
Hay bromas buenas (un risible gag con almejas en un restaurante) y secundarios de lujo como Willem Dafoe en el papel de un pretencioso cineasta norteamericano que presentará su último trabajo en la Costa Azul y la debutante Emma de Caunes (ojo con ella, está en la última cinta de Michel Gondry, "La ciencia del sueño") como una bella actriz y aliada de Bean.
Los enredos están a la orden del día en estas vacaciones de Bean y los problemas se agudizan cuando se le acusa injustamente de secuestrar al hijo de un director ruso (también de camino al Festival). Graciosa y naive, ésta es una comedia light y con guiños a grandes del cine galo, como Jacques Tati y su cinta "Las vacaciones de monsieur Hulot".
Pero tiene sello propio. Se trata de una buena consecución de gags, con más espíritu televisivo que fílmico eso sí, que por lo menos hace justicia a un personaje televisivo que se merecía una mejor película. Y que al fin la tiene.