SANTIAGO.- No cabe duda que este estreno del Ballet Nacional Chileno se constituirá en uno de los trabajos mejor logrados de Gigi Caciuleanu, el talentoso y creativo director de la compañía.
El título de esta crítica ya nos señala que nos sumergiremos en un mundo de desatada fantasía, repleto de sugerencias y de una magia que envuelve al espectador en una sucesión de cuadros de gran belleza.
Cuando Héctor Berlioz escribió su "Sinfonía fantástica", de la que adquiere su nombre este "espectáculo coreográfico" de Caciuleanu, logró mostrar las desventuras y esperanzas de un personaje en busca de un ideal que le lleva a los ensueños y a la locura. Pues bien, en este caso Caciuleanu multiplica los sentimientos, mostrándolos en su lucha por salir de la soledad y en el intento por lograr sus ideales.
Una propuesta de esta naturaleza requiere de una puesta en escena que la sustente, y en este punto es donde encontramos otro de los factores del éxito. El Teatro de la Universidad de Chile de la Plaza Baquedano adolece de una infrastuctura adecuada a grandes exigencias, no obstante el diseño de escenografía, vestuario e iluminación de Dan Mastacan ha sido de tal imaginación y buen gusto que hace olvidar la precariedad de los medios con que se cuentan.
Grandes paneles que simulan opacos espejos se desplazan armónicamente por el escenario. También suben o bajan para crear espacios. Así también lo logran aquel escenario que surge desde el fondo y para acentuar ciertas escenas, o los elementos que a su vez desplazan los mismos bailarines en una sincronía perfecta junto a una iluminación precisa. Todo ello, junto al sugerente y contrastante vestuario, crea los elementos necesarios para esta propuesta de mágico mundo.
Y es por eso que en justicia, al final de la presentación, el cuerpo técnico también sube al escenario a recibir los aplausos, en premio a su excelente trabajo.
Para lo coreográfico Caciuleanu contó con una compañía en impecable estado físico y de disciplina ejemplar que se adueña del espacio con sus perfectos movimientos. El director, en su estilo, ha hecho una síntesis de su lenguaje y desde allí lo ha enriquecido y proyectado, sin repeticiones gratuitas y consiguiendo grandes logros en lo expresivo. Y aquí debemos consignar la aparición de nuevas figuras muy jóvenes, que se han incorporado a la compañía en forma extraordinariamente profesional.
La música de Berlioz, que se escucha en una estupenda grabación, se usa íntegramente. Se intercala en equilibrio con poemas y textos teatrales de diversos autores que se unen inteligentemente para dar unidad a la coreografía.
El desempeño de Paola Moret y Alfredo Bravo es óptimo en lo técnico y expresivo al transitar por los roles que les toca representar. Verónica Santibáñez como la Maestra le da un toque de humor a la historia, mientras que la solvencia de Kana Nakao, Natalia Schonffeldt, Carolina Bravo, Vivian Romo, Juan Carlos Ahumada, o el genial Burócrata de Juan Alberto Pérez, aportan con lo suyo al logro final.
Difícil resulta establecer categorías de alcances entre las escenas. Sólo mencionaremos el contraste entre el radiante escenario y la "actriz" y el negro vestuario del "público" asistente. También el vertiginoso vals con su radiante vestuario femenino y en el que hasta el taconeo de los bailarines se convierte en música. Están también el dúo de amor entre Alfredo Bravo y Kana Nakao, la escena en el campo, en una alusión a un cuadro de Manet, (de enorme belleza plástica en su impecable blancura, que se contrasta con el rojo inquietante de la viajera) o bien el opresivo final kafkiano del mundo del burócrata, donde la compañía ratifica todas sus cualidades.
Un estreno que invita a verlo en más de una oportunidad para descubrir otras claves en nuevas lecturas. Sin duda uno de los más rotundos éxitos del Banch y su director Gigi Caciuleanu.