Me subí al auto el miércoles al atardecer. Tenía que viajar –por trabajo- al país donde el fútbol es una forma de respirar. País vecino que disfruta de un par de copas mundiales.
Por eso me sentí totalmente inspirada para hablar del deporte que une y desune ultitudes. Ese día quería especialmente hablar de fútbol. ¿Lo tragicómico? No tuve respuesta. Rareza absoluta, en mi viaje.
Quería compartir, entender y disfrutar en este viaje del deporte. Faltaban horas para el debut de Chile en la Copa América, y partí sin encontrar ninguna respuesta.
El chofer que me llevó al aeropuerto no enganchó para nada en mi conversación deportiva. Y cambió rápidamente su historia. Sí, quería contarme cosas, pero no las mismas que yo motivé en la súper plática al crepúsculo. Me terminó contando de su vida. De lo mucho que le gustaba el rugby y del profesor que, por coincidencia, llevó el deporte ese a su vida. En un colegio en estación central.
Todo muy interesante, y a la vez frustrante. Al parecer jugaba muy bien, pero no tenía cómo pagar un club, para poder ser parte de algún equipo en primera división, o lograr vestir alguna vez la "roja". No había cabida para él en ese deporte. Siguió jugando, pero con sus amigos y de forma muy amateur.
Me frustró la pérdida de posibles talentos sin recursos. No poder aprovechar esas capacidades que pueden existir en personas anónimas. Personas que no corresponden al sistema.
Me bajé, agradecí el trayecto, la conversación y su sinceridad. Luego nos separamos. (Ni ahí con el fútbol).
Yo seguía inspirada en poder ver en Argentina el partido contra Ecuador. Ver fútbol nacional fuera de Chile tiene sus gracias. Y yo quería disfrutar de ello.
En el avión nadie andaba con ánimo de charlas, y mi sociabilidad se quedó dormida, apoyada en la almohada tibia del avión. No había cómo conversar sobre la Copa que se venía. El más legendario Campeonato de fútbol que hay.
Llegué al aeropuerto y me asignaron un "remis". Me subí al auto dispuesta a contarle todo al chofer. El taxista argentino es el clásico hincha del fútbol. No existe taxista ché, que no le guste el balompié.
Partí comentándole sobre lo bueno del disco que íbamos escuchando: "Synchronicity" de The Police.
"¿Señora? -me respondió-. Perdone mi desaire, pero he tenido un mal día, y prefiero no charlar".
Definitivamente no era mi tarde. No había caso. Los dioses deportistas estaban todos escondidos. (Espero que preparándose para la Copa).
Y yo sola, expectante y ansiosa por compartir. Porque eso es lo más entretenido del deporte grupal, compartir viéndolo, disfrutar comentándolo, alegando los cobros y los aciertos. Sufriendo. Todo, en grupo.
Llegué al hotel y me fui al bar, donde había conexión wi-fi. Quería revisar los horarios locales, para ir a ver el partido de Chile a algún punto, sola. Ya no importaba.
El barman del lugar donde me conecté no pudo ayudarme. Tenía un leve modo homosexual. No tenía mayor trascendencia, pero no podría auxiliarme. Me dijo que le gustaba sólo el tenis. Y poco. Que no sabía dónde podía ver la Copa América. Pero que caminara por la calle donde estaba el hotel, tal vez podía encontrar algo.
Así que esa fue la opción que tomé. Fui a dejar el computador a la pieza y partí a buscar una pizzería o café abierto, para ver algún tiempo de Chile.
Ya sin esperanzas de compartir y con las ganas de ver en qué terminaba el juego en conjunto, con comerme algo e ir a dormir rápido, fue cuando entré a ese café. Pintoresco, nada de elegante y acogedor. Más que nada por sus personas.
Había cinco mesas ocupadas de ocho que tenía. Me senté en la sexta. A mi lado una familia. El cabecilla de ella parecía muy simpático. Después del partido de Chile, jugaba México contra Brasil. Se dieron cuenta de mi nacionalidad por los saltos que me pegaba, en cada situación de gol. Y pasó. Algo tan simple que te puede hacer tan feliz.
-¿Te quieres sentar con nosotros? ¿cuál es tu nombre?
-Amanda.
-¿Te quieres sentar con nosotros Amanda?
-Bueno, me apuré en contestar.
Chile ganaba 3-2 a Ecuador. Y mi plato aún no llegaba. O sea, me quedaba noche por delante. Dos hijas, de 24 y 27 años, un padre y una madre, todos apasionados por el fútbol, esperando el partido de México con Brasil. Familia mexicana. Aliñada, picante y alegre.
Fue una noche increíble, Me quedé con ellos hasta el final de su partido. Inolvidable por lo demás, ya que México le ganó a Brasil. 2-0. No había pena ni molestia. En ese momento, y ellos con varias cervezas en el cuerpo, y yo con varias horas de viaje encima, nos decidimos separar e ir a acostar. Al día siguiente había que producir. Nos despedimos sin comentar ni intercambiar nada. Todo quedó en esa comida.
¿Cansados de qué? De disfrutar algo tan simple como un juego. Si nos fijamos bien, auspicios, noticias, contratos millonarios, personajes, prensa amarilla, todo por un simple juego. Juego que completa una tarde finalmente perfecta.
Y ahora a soñar con el domingo, y con volver a jugar.
¡Vamos Chile!
Amanda Kiran
akiran@mercurio.cl