Y ya estamos en los XV Juegos Panamericanos. Esta vez en Río de Janeiro. Cómo es mi primera vez en este contexto, decidí contarles aquí mis nuevas visiones, mi primera vez, no en unos Panamericanos, pero sí tras bambalinas.
Al parecer funcionamos –hasta el momento- bien así. Y eso es enriquecedor y da alegría. Y la alegría es contagiosa. Así que lo estamos pasando bien. Ahí una cuota de nerviosismo, pero nada que no ayude.
Los Juegos Panamericanos son una guerra santa. Una forma de mostrarle al mundo, al menos al mundo americano, que se pueden unir, razas, colores, olores, idiomas, en un mismo recinto. Un mini mundo, por dos semanas. Una fiesta, por 15 días.
A mi me había tocado estar dentro de la cancha, defendiendo lo mejor posible los colores de mi querido Chile. Hoy me toca defenderlos fuera de ella, pero no con menos fuerza. No con menos potencia. No con menos corazón. Todo lo contrario. Y eso me llena de orgullo. Junto a mi hay cientos trabajando. Y es que la delegación chilena está acá con aproximadamente 300 personas. Todas unidas en una sola bandera, para lograr todos los objetivos.
El país anfitrión me ha sorprendido grata y extrañamente. Para algunas cosas se dan vuelta tres horas y sacan como conclusión lo mismo que les explicaste en cuanto llegaste. Por otro, tienen la mejor intención de ayudar y solucionarte todo.
La caravana de motocicletas de la policía, que te acompaña a cada partido, es impresionante. Súmale un voluntario, dentro del bus, y varios mas, fuera de él, que te acompañan a subir.
Río es una bella ciudad, tremendamente grande. Es precioso y enorme. Ahí hay un punto: los viajes de la Villa hacia los complejos deportivos son muy largos. Y eso crea un poco de confusión en la organización.
La ceremonia inaugural fue maravillosa, realmente preparada con cariño. Música, colores, indumentarias, personas, el Maracaná completo. Daban ganas de reír inmortalmente. Todos los detalles estudiados, todos los momentos calculados. Todo pensado con el corazón.
Fuegos artificiales, magia, niños, deportistas, espectadores, colaboradores, todos bailando y riendo. Los millones de flashes adornaban, como un aporte más del sistema.
La multitud estaba dichosa con los deportistas. Y nosotros con la multitud.
Chile entró como una gran mancha roja. Una mancha que fue sumamente aplaudida por el público asistente. Chile estaba presente, y se dejó llevar por las emociones. Finalmente vino la antorcha, el deporte en pleno. Luego los fuegos de artificios, los papeles picados las palabras al cierre, la última canción con Daniela Mercury, y con toda la belleza de Brasil.
Hay chilenos que ya tienen medallas, otros que están luchando por ella, muchos que ya terminaron su participación. Y a todos, nos queda esta sensación de maravilla y belleza.
En mi disciplina se logró un buen salto. Pero hay que seguir brincando. Por eso, seguimos trabajando. Trabajando en horarios, masajes, charlas, trotes, entrenamientos, reuniones, y todo, para que sigamos sonriendo.
Todo esto ya es mágico, pero logrando el objetivo, se transformaría, de un momento a otro, en magia eterna. Y eso queremos, hacer de estos juegos panamericanos un momento eterno. Un momento histórico y real. Estamos trabajando día a día, para eso. Y no vamos a parar hasta dejar lo mejor de nosotros.
Por que, disfrutando en forma sana, y haciendo las cosas bien, se logran los objetivos.
No olvidemos, que al final, estos son unos Juegos.