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Regalé mi número

31 de Agosto de 2007 | 18:17 | Amanda Kiran
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El Mercurio

Lo regalé después de una década de haberlo usado con orgullo y con clase. Lo regalé porque era hora de hacerlo. Lo regalé con al menos siete estrellas sobre él.


Regalé el número que llevaba pegado en mi alma. En mi condición. En mi corazón. El número que me costó años ganar. El número que perseguí por diferentes equipos. Y que obtuve tras un trabajo arduo y bien hecho.


El número que quería regalar, antes de que muriera con él. El número que debía pasar a la persona correcta y necesitada de él. El número que ahora veo correr a mi lado, y no tras de mí.


¿Y qué pasa? Estoy orgullosa de haberlo regalado. Y creo que no podría estar en mejores manos.


Lo que sí siento es que ya no quiero jugar junto a él. No siento las mismas ganas. No siento la necesidad. Y existen otras prioridades que me encogen la pasión por el fascinante deporte.


Regalar el número fue una muestra de maduración, de cambio, de crecer. De querer que otros disfruten como tú lo has disfrutado. De agradecer al medio, al equipo, a la pasión. Aunque sólo nos hayamos dado cuenta, ella y yo.


Pero junto con ese regalo, me di cuenta que mi misión está, tal vez, conjugada con otras necesidades y otras proyecciones.


Que mi camino, aunque deriva del juego, está acompañado por virtudes mayores, que me pueden dejar estar en mi lugar, sin tener que correr tras él.


Es difícil entender esto sin ver la complejidad. Pero es rico saber, y querer saber, que hay campos y nuevas ventanas a la vista y además sigue siendo un juego. Y sigues siendo parte de ese juego, por siempre.


Al dejar mi número entendí que la pasión va caminando igual, pero en otras vetas. Va conmigo, pero en un lugar diferente. Echo de menos a tantas personas que ya se alejaron de mi equipo, de mi vida, de algo que día a día fue cotidiano, sin ser aburrido.


Pero que hoy son completamente lejanas. Tantas personas, tantos pases, tantos lazos, tantas amistades, tantos goles, con personas que ya no veo, hace mucho tiempo. Mucho más del que quisiera.


Compartimos tantas miles de cosas: metas, derrotas, frustraciones, risas, peleas, triunfos, llantos, con miles de compañeras que hoy no sé ni donde están.


Entonces, el color se va desvaneciendo. Y me siento un poco desvanecida, junto a él. No pensé que este momento llegaría.
Siempre lo primero había sido esta pasión.


Antes que las fiestas, antes que los veraneos, antes que los pololeos, antes que las comidas familiares, antes que los eventos, todo de lado por esta pasión que formó parte única de mi vida.


Y bueno, los años no pasan en vano. Lo sentí anoche. Lo sentí ayer. Lo sentí hace un mes. Lo vengo sintiendo de a poco. Pero latente. Fuerte. Presente. Está ahí. Y debo saber reconocerlo. Aunque llegue junto con  la pena.


Dejaste marca y fuiste parte importante de diferentes generaciones. Las acompañaste. Primero a las más mayores. Luego a las tuyas, tu presente, largo, triunfante. Y después las menores, las que vienen, las que seguirán viniendo.


Ahí está la grandeza del esfuerzo. Del permanecer. Del regalar. Y a donde vuelvo. Vuelvo al obsequio. Al número. A la lucha. Al círculo de la vida.


Es hora de buscar un número diferente. Una meta distinta. Un nuevo juego, que me siga haciendo feliz. Es tiempo de un cambio. Puede que dentro del mismo color. Pero con otra magia.


Una nueva varita mágica, que me lleve a más estrellas. A seguir sonriendo, por más estrellas que requieran de otra lucha. La misma luchadora, con otra arma.

Amanda Kiran
akiran@mercurio.cl

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