Una serie de alertas antes del movimiento sísmico. Las mismas alertas se repitieron antes de la primera réplica.
El día del terremoto, junto a un grupo de amigos, estabámos haciendo la despedida de uno de nosotros que se iba a vivir a Antofagasta. La cosa es que estuvimos en un pub y después llegaron unos jóvenes regalando freepass para ir a la discoteque Kamikaze, así que dijimos: “Ya, vamos”.
Nos fuimos en un radio-taxi todos juntos. Lo estábamos pasando súper bien en la disco cuando, de pronto, empezó el terremoto. Juro que estábamos bailando cuando empezó. Nos miramos y entonces se cortó la luz y empezó todo el caos. Por suerte, conocíamos bien el sector de la salida y, por suerte, no había mucha gente en el lugar. A mi polola y a mis amigos les entró el pánico, pero a mí no mucho, por lo que pude conservar la calma y pensar antes de reaccionar.
Cuando logramos salir de la disco, el terremoto aún seguía. Sentimos que duró mucho-mucho. En salir de la disco nos demoramos como diez o veinte segundos y afuera nos tocó todo el terremoto. Por suerte, ya que se sentía que caían muchas cosas adentro.
Gracias a Dios no fuimos en auto, ya que la salida de vehículos quedó bloqueada porque cayó sobre el lugar una torre de unos tres metros de alto y 1,50 metros de ancho, aproximadamente. Era una gran masa de cemento, con ladrillos en el suelo, imposibles de mover. Yo le pedía a Dios no hubiera nadie bajo eso.
El resultado fue más pánico. Incluso hubo algunos choques y cosas así. Las personas en auto pasaban por la carretera a unos 120 km/h en una zona en la que no estaba permitida esa velocidad. Era mucho el pánico, mucho el miedo. Después de salir me vinieron todos los nervios, me dieron hasta ganas de vomitar. Por suerte, cuando ya habíamos caminado unos siete kilómetros nos encontramos con el papá de una amiga y él nos llevo hasta Chillán. Bueno, esta historia no es tan grave como otras, pero en verdad fue mucho el miedo.