Juan XXIII, el Papa Bueno

El 3 de junio de 2001, cuando se cumplían 38 años de su muerte, el Papa Juan XXIII recibió un homenaje póstumo muy significativo y que sirve para entender por qué este Sumo Pontífice es uno de los más queridos de la historia. Por algo lo llamaron el "Papa Bueno".

Ese día, en la Plaza de San Pedro en el Vaticano, 40 mil personas se congregaron para venerar el cadáver exhumado de Angelo Giuseppe Roncalli, su nombre original, como parte de un tributo brindado por la Iglesia Católica a uno de sus jerarcas más amados, no sólo por los fieles católicos, sino también por otros no cristianos.

"Desearía subrayar que el más precioso regalo dejado por el Papa Juan fue él mismo, es decir, su testimonio de santidad", dijo Juan Pablo II en aquella ocasión. El actual Pontífice beatificó a Juan XXIII en septiembre de 2000, luego de que un milagro abriera el camino hacia su santificación.

La monja italiana Caterina Capitani había sufrido un tumor, severas hemorragias gástricas e infecciones en 1966, tres años después de la muerte del "Papa Bueno". Otras hermanas colocaron una imagen de Juan XXIII sobre su estómago. La monja se levantó inmediatamente de su cama y comenzó a comer.

La "primera piedra" del Concilio Vaticano II

Angelo Roncalli nació el 25 de noviembre de 1881 en Sotto il Monte (Bérgamo), en una familia de labradores. Ya a los doce años de edad entró al seminario en la ciudad, donde fue ordenado sacerdote 11 años después.

El trabajo social y los problemas de la clase trabajadora fueron sus principales preocupaciones a contar de entonces. Bulgaria, Turquía y Grecia fueron algunos de sus primeros destinos como delegado apostólico. En 1944 fue designado Nuncio en París, ciudad donde prestó gran ayuda en los esfuerzos de posguerra de la Iglesia en Francia.

Era el Cardenal de Venecia (desde 1953) cuando lo llamaron a Roma para que participara en el cónclave que lo eligió Papa.

Fue el 6 de octubre de 1958 cuando Roncalli, con 76 años, pasó a ser Juan XXIII y en su discurso de coronación afirmó, "enérgica y sinceramente", que su intención era ser un Papa pastoral, puesto que "todos los otros talentos y logros humanos -aprendizaje, experiencia práctica, delicadeza diplomática- pueden ampliar y enriquecer el trabajo pastoral, pero no pueden reemplazarlo".

Su sencillez, simpatía y sentido del humor se hicieron sentir de inmediato apenas asumido el máximo cargo jerárquico de la Iglesia. El libro "También en el Vaticano", de la editorial católica italiana Ancora, revela que apenas fue electo Papa, Juan XXIII bromeó de buen gusto en momentos en que era investido de blanco por primera vez. Como ninguno de los trajes le entraba, debido a su gran corpulencia, no dudó en exclamar: "Se ve que los sastres no me querían como Papa".

Colocándole la moceta al cardenal Raúl Silva Henríquez en 1962

El mismo libro relata que era conocido por sus largas caminatas por las calles de Roma, en las que visitaba a enfermos, encarcelados y parroquias. Los habitantes comenzaron a llamarlo entonces "Johnnie Walker", es decir, "Juan, el caminante". Sin embargo, luego se supo que ese apodo era también era usado en los pasillos del Vaticano por otra afición de este Papa: Juan XXIII era un fanático del whisky del mismo nombre.

De inmediato se convirtió en un personaje popular. Su buen humor constante y su bondad fueron características tan bien recibidas como su inmediata lucha por la paz, su empeño por mejorar las condiciones materiales de los más pobres y su trabajo por fomentar una nueva actitud en la Iglesia en torno al mundo judío.

Ese era un asunto crucial para la Europa de entonces, que todavía no se recuperaba de la Segunda Guerra Mundial y que calificaba de "acomodaticia" la postura que debió mantener el Papa Pío XII durante el conflicto.

Sin embargo, no fue sólo su carácter el que le valió el respeto y el cariño de los fieles católicos y de muchos no cristianos. También lo fue su audaz y valiente convocatoria a un concilio ecuménico que marcaría un antes y un después para la Iglesia Católica: El Concilio Vaticano II.

En los sesenta, período en que el mundo vivió uno de sus momentos de mayor tensión en el marco de la Guerra Fría, cuando comenzaban a aflorar en Europa, y también en Chile, los primeros movimientos juveniles, una década que para algunos autores marcó el fin de la modernidad, Juan XXIII decidió realizar una "puesta al día" de la Iglesia Católica.

Se le llamó "aggiornamento", una revisión de la Iglesia en su manera de aproximarse a la vida moderna, promoviendo un mayor diálogo de la Iglesia con "todos los hombres de buena voluntad de nuestro tiempo", y buscando la reconciliación y unidad entre todos los cristianos.

Su idea arrastró a la Iglesia a un giro fuerte: insistió en un retorno a la Iglesia de base, como la Iglesia primitiva, que interpelara y cuestionara al poder, pero que no ejerciera ese poder, lo cual contrasta con los papados de la segunda mitad del siglo XIX y los primeros del siglo XX.

"¿Qué otra cosa es, en efecto, un Concilio Ecuménico -decía el Papa Bueno- sino la renovación de este encuentro de la faz de Cristo resucitado, rey glorioso e inmortal, radiante sobre la Iglesia toda, para salud, para alegría y para resplandor de las humanas gentes?".

Fueron muchos -quizás demasiados en tan pocos años- los signos de apertura que se vieron en Juan XXIII. Uno de los más cuestionados fue tener muchos amigos entre ortodoxos y musulmanes.

En Estambul, por ejemplo, fue muy alabado su respeto por la susceptibilidad turca, cuando dispuso que la lectura del Evangelio en las iglesias de las comunidades europeas de ese país se hiciera en idioma turco, ordenando también que los niños de esas comunidades dijeran sus oraciones en ese idioma: un verdadero anticipo de lo que sería el Concilio.

Encíclicas de la controversia

Otro punto discutido fue su lucha por la paz y el desarme, en plena Guerra Fría. "¿Por qué los recursos y el ingenio del hombre y las riquezas de los pueblos, usados frecuentemente para preparar armas -perniciosos instrumentos de muerte y destrucción- no han de utilizarse para incrementar el bienestar de toda clase de ciudadanos y, particularmente, de los necesitados?", decía Juan XXIII.

En una de sus encíclicas, Pacem in Terris de 1963, pidió el cese de la carrera armamentista y que las armas nucleares fueran proscritas.

Antes había escrito Mater et Magistra, en 1961, para conmemorar el aniversario de la Rerum novarum de León XIII, lo que le valió ganar varios detractores.

Si bien estos opositores no podían competir con la masa humana que lo quería, sembraban dudas respecto de un punto peligroso: lo calificaron de "filocomunista" porque en esa encíclica distinguía entre el error doctrinario, que debe ser condenado, y quien lo comete, que debe ser respetado y perdonado.

Con Eduardo Frei Montalba en 1963

Incluso en un libro de Marco Roncalli, su sobrino nieto, se denunció que los servicios secretos estadounidenses espiaron, a partir de 1960, al pontífice, con el objetivo de controlar sus vínculos con el Este europeo y su atención al nacimiento de los gobiernos de centroizquierda en Italia.

Si bien el Papa Juan XXIII consideraba que los sacerdotes no sólo debían velar por el bienestar de su pueblo, sino también por los intereses materiales -"las razones dictadas por el estómago corren a parejas con las que dictan el espíritu y el corazón"- , también fue enfático al decir que "es una flagrante violación de la disciplina católica acatar las prácticas del marxismo, que es la negación de la cristiandad".

"Diario del Alma", una publicación posterior a su muerte, el 3 de junio de 1963, que reúne sus escritos personales desde los 14 años, resume esta vida llena de batallas, donde hubo numerosas victorias, pero también derrotas.

"Estoy obligado, como mi tarea principal y única, hacerme santo cueste lo que cueste", escribió poco antes de ser ordenado sacerdote.

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