La
obra original data de 1970, cuando Rober
Stingwood, un reconocido productor de
Broadway, escuchó un disco de
los compositores Andrew Lloyd Webber
y Tim Rice, quienes el año anterior
habían tenido un éxito
total con su single “Superstar”.
El productor, compró la empresa
que los representaba para desarrollar
al máximo el musical. La apuesta
fue acertada y fue así como esa
temporada tenían que comprarse
las entradas con hasta cinco meses de
anticipación.
La
producción fue a lo grande, como
se acostumbra en los grandes teatros.
La obra era bastante rupturista. Contaba
con un Jesús rubio y de ojos
azules, vestido de hippie que se entremezclaba
entre los personajes al ritmo de la
guitarra estridente del rock. Un ídolo
a quien todos seguían como una
“superestrella” pop.
Por
su parte Judas era interpretado por
un actor negro, hecho que también
creó mucha polémica por
parte de los grupos antirracistas. Judas
era un personaje oscuro y envidioso,
no entendía la palabra de Jesús
y conspiraba para entregar a su maestro
a los sacerdotes judíos.
Con
estos antecedentes era natural que se
mirara con sospecha esta obra que escapaba
a toda interpretación religiosa
de la época.