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- “Diga usted”, respondió el burro hinchando el pecho, extrañado con tanta amabilidad hacia un simple asno.

- “Hay una dama que necesita ser llevada a un pesebre rápidamente porque va a dar a luz en cualquier momento y el niño en su vientre le impide seguir caminando”.

- “No sé quién es usted realmente, y no sé como supo mi nombre, pero encantado seré yo quien transporte a la dama”, contestó Jaltón sin dudar mucho. Ya que no iba a poder cumplir el sueño de su vida, al menos haría algo por alguien que lo necesitara.

De modo que partieron los tres en busca de la dama y la llevaron, en medio de decenas de animales de dos y cuatro patas, a un pesebre donde dio a luz un niño sano y vigoroso.

Jaltón permaneció echado en la paja admirando al recién nacido, con una sonrisa en el rostro. Se quedó ahí para siempre.

Hace varios años que Jaltón murió. Nunca supe si comprendió el final de su historia. De lo que sí soy testigo es que murió feliz… sin rebuznar. Sus últimas palabras fueron:

- “¿Viste las palmeras y la alfombra roja?”

Jamás voy a saber si fueron producto de su inigualable imaginación o si fue el primero y último esbozo de humor de su vida.

Soy Burlón, el de aquel entonces, pequeño Burlón. Hace un rato vinieron a avisarme que seré el encargado de llevar en mi lomo a Jesús en su entrada triunfal a Jerusalén. No puedo partir sin antes dejar testimonio escrito de la delicadeza de Dios… elegir al más indigno y escéptico burro de la Tierra para llevar en su lomo a su hijo a Jerusalén y al más soñador y fantasioso para transportarlo junto a su madre al pesebre donde nacería.

 

Felipe Matta Navarro

 

 

 

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