El viernes pasado Taylor junto a David cuando intercambiaron sus roles en su presentación en Chile.
AFP
"¡Taylor!, ¡Taylor!, ¡Taylor!" coreaban con los brazos en alto las miles de personas que el viernes pasado estaban frente a
Foo Fighters en
Lollapalooza. No sabían que ésa sería la última vez que lo verían, pero lo ovacionaron como si así lo fuera.
Él respondió con su característica sonrisa, alegría y entusiasmo que transmitió hasta quienes estaban más alejados del VTR Stage en el Parque Bicentenario de Cerrillos, y dejando las baquetas para que Dave Grohl las usara, sorprendió a los presentes ya que si bien sabían que era su momento de cantar, él lanzó
Somebody to Love, de Queen. Fueron nueve minutos en que dominó el escenario y se convirtió en el protagonista de un show que tuvo de fondo una espectacular luna llena. Todos los ojos estaban puestos en él, no solo de sus fans sino que sus compañeros de banda desde el escenario disfrutaron con él la presentación.
Taylor lo sabía: saltó, se acurrucó en el suelo, levantó los brazos, caminó de un lado para el otro, cantó con las coristas, llevó la percusión con sus pies, fue cómplice con su banda, todo siempre, siempre, sonriendo.
Durante el resto del show estuvo conectado desde su batería con Santiago, transmitiendo al público cómo disfrutaba todo lo que ocurrió en el cierre de la primera jornada del festival en su poco más de una hora de show.
Esa fue la última vez que Chile vio a Taylor Hawkins quien anoche murió en un hotel en Bogotá, justo antes de la presentación de Foo Fighters en el festival Estéreo Picnic. El deceso del artista de 50 años aún está en investigación, pero las primeras indagatorias policiales apuntan a consumo de estupefacientes.