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La dieron por muerta en un accidente aéreo: La increíble historia de la atleta más joven en ganar los 100 metros en unos Olímpicos

Elizabeth Robinson mostró mucho coraje luego de haber sufrido heridas que habrían retirado, o matado, a cualquier otro deportista. En total, acumuló tres oros en la cita de los anillos.

12 de Junio de 2020 | 16:49 | Redactado por Felipe Santibáñez, Emol
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Robinson imponiéndose en Ámsterdam.

COI
Llegó a la meta con los brazos en alto y con una sonrisa cruzándole el rostro. Quizá si hubiese mantenido la concentración habría hecho una mejor marca, pero le daba lo mismo. La estadounidense Elizabeth Robinson acababa de hacer historia en los Juegos Olímpicos de Ámsterdam 1928. Con solo 16 años, se impuso en los 100 metros planos y se convirtió en la primera ganadora de una medalla dorada en el atletismo olímpico femenino.


Su ascenso fue increíble. Un día, su profesor de biología, Charles Price, la miraba con burla desde el tren que estaba a punto de partir y que la llevaba del colegio a su pueblo. Era imposible que lo alcanzara. Sin embargo, Robinson subió las escaleras de la estación como una gacela. Quedó boquiabierto e inmediatamente la invitó a unirse al equipo masculino.

Price no demoró en darse cuenta que estaba frente a una fuerza sobrenatural. En su tercera carrera, y con pocos entrenamientos en el cuerpo, ya había conseguido la marca para viajar a las Olimpiadas.

En Holanda se encontró a las mejores del mundo, pero ella iba a divertirse y sabía que sus mejores tiempos la colocaban entre las favoritas. Solo se puso un poco nerviosa porque llegó al estadio con ambas zapatillas del mismo pie.

Escuchó el pistoletazo y salió disparada como una flecha. Igualó el récord mundial de 12,2 segundos y es hasta hoy la más joven en ganar la carrera de los 100 metros. No sería su única presea. También ganó en la posta 4x100. Era la reina indiscutible.

Tuvo un recibimiento de estrella de cine en Estados Unidos. Se organizaron desfiles en su honor, la agasajaron con regalos y ejercía un poderoso magnetismo ante las cámaras. No solo era una gran deportista, sino que también derrochaba carisma. Los Juegos Olímpicos de Los Angeles debían ser su consagración definitiva.

Una tarde de junio de 1931 sentía mucho calor, pero sus entrenadores le tenían prohibido ir a la piscina, así que se le ocurrió hablarle a su primo Wilson Palmer. Era piloto y el flamante dueño de un aeroplano. Sin embargo, el viaje terminaría en desgracia. Un desperfecto eléctrico los hizo estrellarse contra un descampado.

Había sangre por todos lados. A Palmer se lo llevaron al hospital, pero "Betty" lucía un profundo corte en la frente y no tenía pulso. Había muerto, pensó el rescatista. La puso en el maletero del vehículo y la llevó a la morgue. Allá se dieron cuenta que su corazón todavía latía.

Estuvo en coma dos meses y los doctores hacían nefastos augurios. Quizá quedaría vegetal el resto de su vida. Pero despertó. Le llenaron la pierna de clavos y pensaron que con algo de suerte podría volver a caminar. Pasó largo tiempo en una silla de ruedas y luego dio unos pocos pasos con evidente cojera. Ya no podría revalidar su corona en Los Angeles.

No se rindió y se sometió a un tratamiento para poder pisar bien. Cuando pudo afirmar bien la pierna, la ambición pesó más que los consejos médicos y quiso volver a correr. En total, fueron cuatro años de rehabilitación. Una muestra de coraje.

No pudo estar en los Juegos de Los Angeles, pero lucharía por ir a los de Berlín. En pruebas individuales ya no iba a competir. Tenía la rodilla destrozada y no la podía apoyar en el suelo. El desafío eran los relevos.

En la capital alemana consiguió el oro con Adolf Hitler en el palco oficial. La atleta a la que habían dado por muerta volvía para demostrar su talento.

¿Qué logros hubiese alcanzado sin su accidente? Muchos fantaseaban con la pregunta, pero no ella. Se retiró y vivió una vida tranquila participando como jueza de pruebas de atletismo y dando charlas sobre su experiencia. Murió el 18 de mayo de 1999 aquejada por un cáncer y el alzheimer. Fue y sigue siendo historia.
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