SANTIAGO.- Como una afirmación "peligrosa" o que "socava la democracia estadounidense". Así fueron analizadas por gran parte de la opinión pública, las palabras del aspirante a la Casa Blanca, Donald Trump, quien dejó en suspenso su aprobación de los resultados electorales en caso de perder frente a su rival demócrata, Hillary Clinton, acusando que los comicios están "arreglados".
"Lo miraré en su momento" dijo en el último debate de este miércoles, para un día después agregar que "voy a aceptar totalmente los resultados de esta gran e histórica elección presidencial…si yo gano". Sus dichos situaron a los estadounidenses en un lugar áspero de incertidumbre en el que nunca ningún otro candidato los había ubicado: ¿Qué pasaría si Trump no acepta un eventual resultado desfavorable?
Nunca antes visto
Para muchos analistas, con sus polémicas declaraciones, el magnate insinuó que no habrá un traspaso "pacífico" del poder el próximo 20 de enero, cuando el actual Presidente Barack Obama deje el liderazgo del país. "En este país tenemos transferencias de poder pacíficas y sugerir, de alguna forma, que no va a ocurrir así... ¿De qué está hablando?", se preguntó el comentarista político Bob Sheiffer en la cadena CBS.
El problema radica en que nunca ningún candidato, ni demócrata ni republicano, en los 217 años de democracia estadounidense ha hecho tal de poner en jaque la validez del sistema electoral del país norteamericano y de obligar a un traspaso obstaculizado del poder. Por lo tanto, no existe un precedente que de señales sobre lo que ocurre en una situación similar.
"Esto nos lleva a un mundo totalmente nuevo si el actual candidato presidencial cuestiona la legitimidad de este proceso, y el daño a nuestra democracia sería sustancial", afirmó Dan Senior, asesor de campaña de Mitt Romney, candidato presidencial republicano en 2012, en entrevista al diario "Politico".
La única situación similar y que fue sacada a flote por el comando de Trump para argumentar la "duda razonable" del magnate sobre la fiabilidad de las elecciones, tiene que ver con lo ocurrido en el año 2000 con el entonces candidato demócrata Al Gore.
En aquella ocasión el ex vicepresidente del país impugnó los estrechos resultados del estado de Florida tras los comicios presidenciales en los que se enfrentaba a George Bush. Sin embargo, poco después optó por desistir de su decisión y aceptó su derrota, exponiendo su temor de que su medida judicial pudiera desestabilizar la democracia del país.
Y ese mismo miedo es que el posee la opinión pública ante la amenaza de Trump y así lo expresó Obama en su último discurso: "Cuando se trata de sembrar las semillas de la duda en la mente de la gente sobre la legitimidad de nuestras elecciones, eso socava nuestra democracia. Entonces se hace el trabajo de nuestros adversarios (…) porque nuestra democracia depende de que la gente sepa que su voto importa".
Mínimas opciones
Ya que no hay precedentes reales acerca de no respetar los resultados electorales, tampoco existe ninguna indicación legal que establezca que un candidato presidencial tenga que aceptarlos para que una votación sea efectiva. Por ello, las alternativas de los candidatos disconformes, en este caso de Trump, son bastante limitadas.
En primer lugar, debido al sistema electoral que rige a EE.UU., los aspirantes no pueden rechazar los resultados a nivel nacional, pues cada estado cuenta con su propia autoridad electoral. Así, sólo pueden escoger algunos estados estratégicos para un eventual recuento de votos.
Sumado a ello, en muchos de los estados, para que se conceda la reiteración del conteo de sufragios, se debe haber registrado una diferencia menor al 0,5% de las papeletas escrutadas entre ambos candidatos.
"Esto es algo sumamente inusual. Plantea la cuestión de qué hará si no acepta los resultados. Supongo que está hablando de presentar una demanda o algo similar. Espero que no esté hablando de planear un golpe", señaló Bob Scheiffer, haciendo referencia a la opción de que Trump pueda buscar en otras instancias su posibilidad de impedir un posible mandato de Clinton, que parece ser la única gran beneficiada con las polémicas del rubio magnate.