A las 15:17 horas del domingo 22 de agosto de 2010, el entonces Presidente Sebastián Piñera mostró un trozo de papel que vino desde 700 metros de profundidad. En letras rojas, decía: "Estamos bien en el refugio los 33". Las palabras fueron escritas por José Ojeda, quien entonces tenía 47 años. Hoy, a pocos días de que se cumplan diez años del accidente, Ojeda dice que sigue durmiendo mal, que todavía tiene pesadillas. Con una diabetes avanzada que redujo significativamente su movilidad, el ex minero dice que lucha por su vida.
"La gente creía que nosotros nos pagábamos los viajes; pensaban que quedamos con mucho dinero y no es así", dijo a AFP desde Copiapó, donde vive junto a su esposa y su nieta. Recibe del Estado una pensión que bordea los $240.000. Como él, son varios los integrantes de este grupo que aseguran sentir abandono por parte del Gobierno y la sociedad. A una década de ese 5 de agosto que determinó que estuvieran por 69 días bajo tierra, los 33 mineros dicen sentirse olvidados.
"Es como si hubiera pasado ayer. Creo que eso no se me va a olvidar nunca", asegura Jimmy Sánchez. Al momento del accidente, tenía 19 años y era el más joven del grupo. Hoy vive en Copiapó y, aunque agradece estar vivo, dice tener rabia de que se haya "lucrado" con su sufrimiento. "Ganaron mucho con nosotros y nosotros no ganamos nada", dijo.
Está casado, tiene dos hijos y vive en una casa pequeña junto a 20 personas. Asegura que ha sido discriminado en la minería por ser quien es. "Una vez fui a buscar trabajo, pero supieron que era yo y me cerraron las puertas. No fue culpa mía quedarme encerrado", afirmó.
Quien también considera que no se les ha tratado bien es Mario Sepúlveda, que fue presentador de la mayoría de los videos grabados bajo la mina. "Nosotros engrandecimos mucho el nombre de nuestro país", dice a sus 49 años. "Nuestro accidente abrió fronteras, hizo conocer a nuestro país y creo que nos han tratado súper mal", asegura.
Hoy Sepúlveda se dedica al trabajo con niños autistas y en riesgo de exclusión social, debido a que su hijo de siete años tiene autismo severo. Con el dinero que ganó durante la época de exposición por la hazaña, que fueron cerca de 150 mil dólares, construye un centro de ayuda para estos niños.
Omar Reygadas, que hoy tiene 67 años, asegura que "todavía está muy latente todo lo que vivimos en la mina y todo lo que vimos". Hasta antes de la pandemia trabajaba como chofer, pero se quedó cesante debido al impacto económico del virus.
El grupo, que llegó a ser muy cercano bajo tierra, hoy está dividido. "Las familias provocaron toda esta desunión entre nosotros. Hubo un antes, un durante y un después, y después que salimos ya se transformó en cada uno por su lado", dice Sepúlveda. Sánchez, por su parte, asegura que "muchos se preocuparon de lo monetario y se olvidaron de todo lo que vivimos".
