La batalla por salvar al euro gira en torno de un interrogante: ¿Pueden estados grandes, en especial Italia y España, controlar sus deudas?
Al pertenecer a una unión monetaria, no pueden tomar la salida fácil de devaluar sus monedas para reducir sus obligaciones y abaratar sus exportaciones en relación a las de otros países. Deben, por el contrario, realizar dolorosos recortes presupuestarios y bajar los salarios de los trabajadores para restablecer su competitividad –medidas que, a corto plazo, pueden hacer que las deudas resulten menos manejables erosionando el crecimiento económico. Si el ajuste resulta demasiado penoso, o si los mercados pierden fe en su capacidad para lograrlo, la eurozona se disolverá.
Mientras se reúnen esta semana para una cumbre de dos días en Bruselas, los líderes de Europa pueden atribuirse el mérito de un avance considerable en lo que se refiere a frenar el pánico de los mercados y demostrar su compromiso con la moneda. Han prometido compartir la responsabilidad de supervisar y apuntalar a los bancos de la eurozona, aliviando potencialmente de un gran pasivo a los gobiernos en dificultades. Más importante aún, el Banco Central Europeo ha prometido un apoyo ilimitado para mantener los costos de endeudamiento de los países a raya, siempre y cuando actúen de una manera responsable a nivel fiscal.
¿Cuánto, entonces, logró toda esta actividad? Para tener un panorama más claro, construimos un modelo con el fin de evaluar la solvencia de los Estados de la eurozona.
Retos fiscales
Una manera de juzgar las finanzas de un emisor soberano es comparar sus retos fiscales actuales con lo que logró en el pasado. Lo hicimos midiendo la diferencia entre dos cifras. Una es el superávit fiscal primario más grande (excluyendo los pagos de intereses) que el Estado ha mantenido por cada período de 10 años en los últimos decenios. La otra es el superávit primario que debe alcanzar para garantizar que su carga de la deuda no crezca más que su economía. Si el primer número es mayor que el segundo, la historia indica que las deudas de un Estado son manejables. La respuesta puede cambiar de un día para el otro –minuto a minuto, incluso- junto con las tasas de interés del mercado y la perspectiva económica del país.
Los resultados son a la vez alentadores y abrumadores. De una manera crucial, el programa de compra ilimitada de bonos del BCE, anunciado el 6 de septiembre, calmó los mercados lo suficiente como para que España e Italia se salvaran de la catástrofe. En julio, los altos costos de endeudamiento empujaban todavía a los dos emisores soberanos a territorio insolvente. Al 12 de octubre, con el rendimiento de su bono a 10 años reducido hasta 5,6%, España pudo salir adelante con un superávit fiscal primario de 1,3% del producto interno bruto, por debajo de su media histórica máxima en 10 años de 2,1%. Italia, que tiene una mayor carga de la deuda, debería tener un superávit de 2,3% para saltar por encima de la barra. Está en vías de mejorar esa cifra este año.
Ahora pasemos a la parte abrumadora. Si bien la salud financiera puede estar a un paso, muchos de los gobiernos de Europa –España en particular- tienen un largo camino por recorrer. El Fondo Monetario Internacional estima que España tendrá un déficit fiscal primario de 4,5% del PIB este año. Para alcanzar el superávit de 1,3% requerido para estabilizar su carga de deuda, el país debe todavía recortar el gasto o elevar la recaudación impositiva casi un 6% del PIB. Ese abismo es más grande que el "precipicio fiscal" de las medidas automáticas para reducir el déficit y los vencimientos de las exenciones fiscales que amenazan con hundir a los Estados Unidos nuevamente en una recesión el año próximo. Con la economía de España contrayéndose, con el desempleo en 25%, las protestas callejeras que ganan impulso y la amenaza de Cataluña de separarse, es difícil imaginar cómo puede hacer el gobierno para infligir más austeridad y mantener unido al país.
Apoyo mutuo
Las dificultades de España demuestran por qué los líderes de Europa deben pensar más allá de las medidas para reducir el déficit que han sido su solución central para los males del euro. Dar a los gobiernos en problemas más cuerda para cumplir con sus objetivos fiscales no basta. Los economistas sostienen desde hace tiempo que, para que la unión monetaria sobreviva, la zona del euro necesita un sistema de apoyo mutuo que pueda ayudar a sus miembros a superar épocas difíciles, a la manera en que créditos federales y otros pagos en los Estados Unidos compensan entre el 30% y el 40% de cualquier depresión económica en un estado individual. Dicha unión de transferencia no tiene por qué ser abusiva: Nuestros cálculos indican que el costo anual medio para Alemania se ubicaría en centésimos de un porcentaje del PIB.
Europa también debe actuar rápidamente en relación a otros mecanismos de riesgo compartido, como la unión bancaria que los líderes acordaron en junio. Alemania ha demostrado últimamente cierta renuencia a ayudar a recapitalizar los bancos de la eurozona. Esta vuelta atrás podría resultar costosa. En su último Informe sobre la Estabilidad
Financiera Mundial, el FMI advirtió que si los responsables de las políticas se demoran, la contracción resultante en los préstamos bancarios podría ahondar las recesiones en los países más vulnerables de la eurozona, sumando seis puntos porcentuales a su tasa agregada de desempleo.
A tres años de los primeros rumores de problemas con la deuda soberana en la eurozona, sus líderes están empezando a entender lo que se ha convertido en una crisis decisiva para todo el proyecto europeo. Si no quieren desaprovechar su avance, tendrán que hacer mucho más para forjar una unión más profunda.