Gilberto Ponce
El director japonés Yoichi Sugiyama se despidió de la Orquesta Sinfónica con un concierto sobre obras de Igor Stravinsky y Wolfgang Amadeus Mozart, programa que permitió aquilatar sus fortalezas como algunas debilidades.
Su especialización en música contemporánea le hace ser puntilloso en las obras modernas que enfrenta, mientras que en los otros estilos sus acercamientos parecen estar más de acuerdo con sus preferencias musicales y nos parece que en caso de la “Misa” de Mozart éste no es el caso.
Stravinsky de primer nivel
Las dos obras para conjuntos de cámara de Igor Stravinsky demostraron un profundo conocimiento de esta música por parte de los protagonistas, así como del gusto que Sugiyama siente al interpretarlas.
El “Concierto en mi bemol Dumbarton Oaks”, obra por encargo para una celebración familiar, es en verdad una serenata para cuerdas con flauta, clarinete, fagot y dos cornos. En ella encontramos presente el estilo de las primeras obras del compositor ruso, que entonces evitaba lo atonal y que cuenta con importantes dificultades, tanto de interpretación como de tempo, articulaciones, fraseos, arcos, entre otras.
Estas fueron salvadas en forma espléndida y con hermoso sonido por el selecto grupo de la sinfónica encargado de la versión. Cada una de las partes logró cautivar la atención de un público que respondió con entusiasmo ante este estreno.
La solvencia del director en este repertorio se confirmó en la otra de Stravinsky interpretada en la primera parte. Se trata de las sinfonías para instrumentos de viento “In memoriam Claude Debussy”, escrita según el modelo de las sinfonías venecianas de Gabrielli, donde el concepto sinfonía está referido sólo al fenómeno de “sonar juntos” y no al concepto actual de sinfonía.
Los 23 instrumentistas cumplieron una destacada participación en la difícil obra que requiere de una constante atención sobre la afinación y los cambios de ritmo. A lo largo de ella aparecen en lenguaje de abigarrada polifonía, colores y timbres, junto a secciones antifonales e imitativas. Esta obra se convirtió en otro triunfo para el director y cada uno de los músicos.
Mozart con reparos
En contraste, nada de lo anterior podemos decir de la versión de la monumental “Gran Misa en Do menor” K. 427. de Wolfgang Amadeus Mozart. Con lo que creemos un concepto errático, al director parece preocuparle únicamente marcar pulsos y cambios de
tempo. Y eventualmente los cambios dinámicos sin atender a los balances, las inflexiones expresivas o algo de mucha mayor importancia: el espíritu religioso.
El Coro Sinfónico, los solistas y la orquesta, quedaron entonces libres de responder sólo a su intuición musical, que sabemos tienen en gran medida pero que no resulta suficiente ante la magnitud de la obra. No se puede exigir, por ejemplo, a cada músico que “escuche” el sonido del conjunto para adecuar el propio, o bien intuir los arcos expresivos. Ésa es labor del director y en este caso, creemos, no existió.
El Coro Sinfónico, muy bien preparado por Hugo Villarroel, tuvo que luchar con un excesivo volumen orquestal y con
tempi a veces demasiado lentos. Eso terminó por producir el agotamiento, evidenciado en el “Sanctus” y en la fuga posterior. En otros momentos el gesto poco preciso del director produjo desajustes entre orquesta y coro. Para afianzar el sonido, descuidó las articulaciones y la precisión rítmica.
El sonido de la orquesta en general fue duro, poco musical y poco claro en lo rítmico. No obstante encontramos muy bueno el desempeño colectivo en el “Et incarnatus”, donde el grupo de maderas acompañaron en gran forma a la soprano.
Creemos que ambos conjuntos no pueden haber quedado satisfechos con esta versión, después de haber intervenido en otras de óptimo nivel.
En el caso de los solistas, destacan las dos sopranos Patricia Cifuentes y Carolina Muñoz. Patricia confirmó el buen estado vocal por el que atraviesa, aunque en el “Et incarnatus” se tomó demasiadas libertades de ritmo. Sus otras intervenciones fueron de gran nivel. En el caso de Carolina demostró grandes avances en lo vocal y en lo interpretativo. Su “Laudamus Te” fue soberbio, y el desempeño en el dúo “Domine Deus” junto a Patricia, fue uno de los grandes momentos.
En el caso del tenor (Iván Rodríguez) y el barítono (Marco Montenegro), de menores participaciones, pensamos que sus voces no son las más adecuadas en cuanto a volumen. Poseen buen timbre y son afinados, pero no se complementaron bien con las sopranos. En síntesis una versión con demasiados puntos débiles para una de la grandes obras del repertorio sinfónico coral de la historia de la música.