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Otras voces en mi voz

Esto es sabiduría: la maestra del folclor chileno invita a un viaje insospechado y de primera fuente por la geografía musical chilena en su nuevo disco.

26 de Marzo de 2010 | 17:24 |
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Debía tener mucho de geografía musical un disco en el que Margot Loyola, la mayor maestra viva del folclor chileno, se dedicara a hacer memoria de sus 91 años consagrados a la investigación, interpretación y enseñanza de estas tradiciones. Así tal cual es Otras voces en mi voz, un volumen doble en el que la ganadora del Premio Nacional de Arte emprende un viaje guiado y privilegiado por distintas expresiones del legado musical del país, que a estas alturas se confunde con el legado de la propia Margot Loyola.

Es entonando los diversos pregones que más de una vez ha cantado en sus presentaciones del último tiempo que ella abre este recorrido. Margot Loyola ofrece a capella miel de pera mota buena, mote molío pa' la comía, uva negra y uva blanca, gallinas grandes gordas y pollos gorditos, empanadas fritiás, melones maúros, sandillas calás con la punta e la cuchilla y otras especialidades, como buena antesala a un masivo repertorio de tonadas de las regiones del Maule y Ñuble. Es una variedad de tonadas sentimentales, alegres o picarescas, la mayoría de ellas tocada con guitarra enseñada a la recopiladora por cantoras campesinas. Ahí están Juana Chávez en Llepo, Iris Arellano en Cobquecura, María Concepción Toledo en San Francisco de Rari, Jovita Tapia en Catentoas y Marta Asencio en San Fabián de Alico, aunque otras de estas tonadas son aprendidas de conjuntos más urbanos de comienzos del siglo pasado como Las Cuatro Huasas de Esther Martínez.

Un primer cambio de paisaje es drástico. Se guardan las guitarras en el campo y se abre la tapa del piano en el salón, porque otro repertorio de este disco corresponde a los salones del 900, los mismos que inspiran algunos de los discos más recordados de Margot Loyola, como Salones y chinganas del 900 (1965) y Canciones del 900 (1972), este último su célebre LP en dupla con Luis Advis. La educación que recibió en su juventud la voz de la futura folclorista de parte de la maestra Blanca Hauser ya ha relucido en las tonadas, pero aquí se muestra con más esplendor en un tango vuelto foxtrot, en una mazurca o en tres habaneras en compañía de mandolinas, aprendidas de su madre, Ana María Palacios, en Linares, la tierra natal de la folclorista.

Entonces comienza un regreso a la tierra, primero sólo con tambores en canciones nortinas, y luego más elemental aún, a capella o con el mero sonido de olas de mar en Rapa Nui, para rematar con el acompañamiento febril de cuerdas listo para bailar en "Tamuré". A Chiloé va a dar con otros hallazgos, como el de la señora Leocadia Marín: "en 1961 tenía noventa años y vivía en Ancud, donde había llegado de Logroño, España, a sus dieciste años", escribe Margot Loyola en las líneas del disco, y de ella aprende y ahora enseña un villancico y una canción con aire de fandango español. Luego de entrar con la maestra a un monasterio hecho de pura reverberación sonora para escuchar un canto religioso, el sur austral es el último destino de este viaje, bien anunciado por el canto brillante de un chucao (Scelorchilus rubecula) antes de otros cantos huilliche, mapuche y kaweshkar o alacalufe, en tres tomas de Margot Loyola entregada a una voacalizaciones cercanas a lo alucinógeno en su conexión con lo más ancestral. Bien lo rapean los Legua York en el saludo final de Otras voces en mi voz: esto es sabiduría.

—David Ponce

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