La compleja mente de Billy Corgan es la que decide qué es lo mejor para The Smashing Pumpkins. Si el autotributo —como el caso del excesivo y olvidable Zeitgeist (2007)— terminó por sepultar a uno de los artistas más dotados de la segunda camada del rock alternativo estadounidense, el monumental proyecto Teargarden by kaleidyscope —que de acuerdo con su autor sería una obra conceptual de no menos de 44 temas, y de la que se tuvo un primer apronte en 2010 con dos EP— no sirvió de gran ayuda para recuperar su posición anterior. Si bien en esos trabajos estaba el Corgan que deslumbró con uno de los mejores registros de los noventa (Mellon Collie and the infinite sadness), ellos también presentaban lo menos inspirado de su repertorio.
Entre ese ambivalente andar nos hallamos frente a Oceania, séptimo trabajo de la banda y primero en el que participa la renovada alineación de las "calabazas"; vale decir, Corgan como el cerebro, acompañado de Jeff Schroeder (guitarras), Myke Byrne (batería) y Nicole Fiorentino (bajo y voz). El resultado de este disco es un regreso a las formas previas del grupo, en el que los sonidos más emocionales, como en "My love is winter", logran el equilibrio perfecto con cortes más saturados, al estilo de "Quasar" (que inicia este elepé).
Asimismo, Corgan y sus compañeros también juegan con la experimentación. Ya sea con elementos electrónicos y estructuras más actuales, como en el caso de "One diamond, one heart", que podría pasar por cualquier tema de The Killers, o en "Pinwheels", donde juega con estos mismos efectos, pero para un sonido más característico de Smashing Pumpkins. Sin embargo, es en "Oceania" donde se muestra la capacidad de Corgan como compositor, al acercarse a terrenos más propios del rock progresivo e incorporarlos, como otrora, a su propio lenguaje. De hecho, la presentación en vivo de este trabajo emulara un espectáculo tipo "The Wall", de acuerdo con el propio Corgan.
Definido como un "álbum sin un álbum" y parte también del ambicioso proyecto Teargarden by Kaleidyscope, Oceania vuelve a probar que cuando tiene una banda de apoyo y la cabeza centrada, Billy Corgan puede, por momentos, alcanzar la chispa de antaño. En este sentido, el séptimo disco de Smashing Pumpkins se siente mucho más como la continuación de MACHINA/The machines of God (2000) que de Zeitgeist. Una lástima aguantar doce años para escuchar el verdadero regreso de Smashing Pumpkins a su forma. Esperemos que no se demoren tanto tiempo en recuperar su sitial.
—Felipe Kraljevich M.