Partamos reconociendo algo: No es antojadizo decir que desde hace al menos un par de discos que Coldplay venía luciendo un alto nivel de predictibilidad. Tras dejar de ser la refrescante noticia venida de Gran Bretaña por simple orden natural, la banda entendió que su misión debía ser la de protagonizar la primera división del pop mundial. Y lo hicieron, aunque para ello optaron por una vía tan efectiva como, a la postre, agotadora: Una grandilocuente fórmula de estadio, luego puesta al servicio de piezas tan bienintencionadas como "Color esperanza", aunque con ropajes alternativos ("Viva la vida", "Fix you").
Sólo por esa razón es que Ghost Stories es desde ya una buena noticia: En su sexto álbum, el grupo liderado por Chris Martin quiebra la tendencia en que tan cómodamente se había instalado, para retornar a tonos otoñales más cercanos a los que en sus inicios marcaron temas como "Trouble" y "The scientist", entre otros bien afincados en la más melancólica tradición británica.
Por cierto, cuesta aquí encontrar el impacto de esos hits, pero a cambio el cuarteto parece ofrecer madurez y ganas de, al menos, observar territorios que figuren más allá de las fronteras delimitadas por U2. Así, piezas como "Ink" y "Another's arms" parecen más cercanas a los códigos de Peter Gabriel que a los de Bono y compañía, gracias a una columna donde los toques modernos se mezclan con lejanos aires de world music: La primera, con más luminosidad; la segunda, desde estados de ánimo más bajos.
Y si se trata de acudir a la escala anímica, sin dudas que son esos últimos estados los que predominan en este disco, anunciado como el que daría cuenta de los tormentos amorosos que venía sufriendo Martin con su ahora ex esposa, la actriz Gwyneth Paltrow. La versión cobra sentido al escuchar piezas como "Always in my head" y "True love", dos declaraciones teñidas de añoranza, y armadas sobre un entramado más onírico y reposado. Suena casi incidental, aunque en ese plano la que llega más lejos es "Oceans", prácticamente hecha a la medida de un director que deba musicalizar la escena de un tipo que mastica sus angustias mientras maneja bajo la lluvia.
Todo este conjunto se mantiene a lo largo de Ghost stories, sólo con el punto aparte que marca "A sky full of stars", una canción que arranca con una línea de teclados al estilo de "Every teardrop is a waterfall" —ese tema de su anterior disco que se inspiró en "I got to Rio" y, por añadidura, en "Ritmo de la noche"— y que remata con arreglos dignos de David Guetta.
Pero es lo único. El resto del disco mantiene el tono nostálgico que a Coldplay tan bien se le daba, y que parecía haber olvidado en el camarín de alguno de los grandes estadios que pisó en los últimos años. Eso sí, no hay que esperar las cuotas de frescura y la limitada visceralidad que había en los juveniles años de Parachutes. Los de hoy ya son tipos más viejos y reflexivos, y la forma de encarar sus problemas sobre el piano también lo deja en claro.
—Sebastián Cerda