Doce años de recorrido y cinco discos son las pruebas de la persistencia de Francisco González, y también de su regularidad. Después de su primera grabación, la electrónica Óvalo (2002), el cantante chileno se lanzó como solista a tiempo completo con los siguientes Mi propia luz en 2006, Laberinto en 2008 y Aquí, ahora! en 2010, siempre a intervalos similares.
-Me había acostumbrado a hacer discos cada dos años -comenta ahora en retrospectiva. Según ese patrón tocaba otro estreno en 2012, pero justo entonces recibió una oferta que no quiso rechazar. Este hombre es el baterista fundador de Lucybell, la más popular banda de pop rock iniciada en Chile en los años '90, y 2012 marcó la reunión de todos los integrantes del grupo, entre el trío actual con Claudio Valenzuela (voz y guitarra), Eduardo Caces (bajo) y Cote Foncea (batería) y los reincorporados Marcelo Muñoz (guitarra), Gabriel Vigliensoni (teclados) y el propio Francisco González.
Fueron dos años durante los cuales el baterista y cantante dejó entre paréntesis su trabajo personal para reencontrarse con el ejercicio de salir de gira con la banda por ciudades de Perú, Canadá, México y Chile, entre junio de 2012 y comienzos de 2014. Después de dejar las cuatro canciones del EP Poderoso (2013) como registro de la reunión, el sexteto de disolvió este año con el alejamiento de Muñoz, González y Vigliensoni, este último radicado en Montreal, Canadá, mientras Lucybell volvía a su formación de trío.
Y el camino volvía además a quedar despejado para González, quien en septiembre lanzó su nuevo disco, Alma púrpura (2014), un trabajo que había iniciado en 2012 con canciones tempranas como "En cada momento" y "Sincronía". "Entonces cayó la invitación de Lucybell. Si bien mi condición fue no dejar el proyecto de mi disco, igual me consumió mucho tiempo la gira, que fue más larga de lo que se había hablado al inicio", recuerda. Más de una marca de esa experiencia quedó en el disco en todo caso. De partida está la primera canción de Alma púrpura, "Luz y oscuridad", donde González cuenta con la colaboración del citado tecladista Gabriel Vigliensoni.
-Es el tema que más me gusta y me emociona -elige el autor-. Porque la letra tiene esas dos ideas: una más oscura y otra en el coro que es "Todas las verdaderas respuestas suelen llegar en silencio", una idea que dio todo el sentido a la canción. Hay cosas que a lo mejor hace cinco o diez años no sabía por qué pasaban y hoy sé un poco más. Y me gustó que tuviera una cosa más electrónica entre comillas. Coincidió con que habíamos hablado con Vigliensoni y Gabriel se interesó, a una semana de entrar al estudio.
González recuerda el diálogo con Vigliensoni previo a la colaboración. "No sé por qué no me lo has mandado, pero mándamelo, me dijo. No sabía que te iba a interesar, Sónico, le respondí. Enganchó con ese tema", dice. "Él se fue también de Lucybell, y nos mantuvimos hablando, porque fue bueno haberse encontrarse de nuevo, armar lazos. Estábamos lejos, pero retomamos conversaciones. Somos amigos", resume.
-¿Dirías que esa idea de luz y oscuridad está presente en todo el disco, lo define de algún modo?
-No muy consciente, pero ahora entiendo la idea, habiendo cerrado el disco. Uno no siempre es igual ni está en el mismo estado de ánimo. Me pareció interesante hablar de los malos momentos o indagar en el lado más oscuro. "El final" o "Tormenta lunar" hablan de eso. Y también está el otro lado, en "Sincronía", que es el amor en estado sublime. Pero para nada fue consciente. Dejé que la escritura se fuera dando según los momentos, y eso no es muy predecible.
-La última canción ("¿Real o ilusión?") es la única en la que mencionas un lugar reconocible, el valle de Elqui. ¿Te diste una licencia en el tono general abstracto del disco? ¿Ese lugar tiene una importancia especial?
-Me interesa crear otra realidad. Siento que no soy bueno o no se me da fácil escribir sobre la realidad concreta: la micro, el taxi, la política, el contexto más social. Me sale más natural irme pa' dentro y hablar desde mi inconsciente. Y en ese sentido me gusta generar una realidad más psicodélica, más surrealista. "En cada momento" tiene de eso. Bah, no sé si tiene sentido explicar letra por letra, pero me gustó entrar en una cosa más misteriosa, de tratar de capturar momentos. Me gusta retratar otra realidad, y "¿Real o ilusión?" tiene eso. Obviamente tiene que ver con haber estado ahí, pero también con lo mágico que es lugar, las estrellas que no son las estrellas normales que uno ve, la onda eléctrica, la vibra que hay.
Francisco González grabó Alma púrpura con su hermano Sebastián en el bajo y volvió además aquí a tocar batería por primera vez desde que se inició como solista. Otra novedad es la inclusión "Par mil", canción original de la banda de rock argentina Divididos que encabeza Ricardo Mollo, y que ya estaba en el repertorio en vivo del cantante desde hace cuatro años. "La escuché en el '98 y me quedó dando vueltas", dice. "Recuerdo haberlos visto en Colombia, en Rock al Parque, que compartimos con Lucybell. No suelo hacer covers, nunca había hecho un cover en un disco, pero esta canción tiene otro tono, la voz la puedo hacer más mía, aunque Mollo es raro con sus letras. 'Par mil' para mí son los focos, pero eso puede tener que ver con la luz, con una sensación de escribir desde lo espiritual que a lo mejor le da cierta conexión con las demás canciones".
-Así como tienes esa opción en las letras de la que hablabas, ¿pasa lo mismo con la música? ¿Hay opciones por el sonido, más pop, menos estridente, que son parte tuya?
-Mi reto cada vez que voy a partir un disco es: tengo una hoja en blanco y una grabadora sin información, pero ya sé lo que logré con el disco anterior. ¿Cómo hago para salir de eso y llegar a otra forma de decir lo que quiero? Puedo usar otros instrumentos. Esta vez trabajé más con teclados virtuales, y eso fue un mundo muy interesante. Me recordó un poco el proceso de Óvalo. No soy el más hábil con la cosa tecnológica, pero sí puedo llegar a cierta conclusión. Trabajé con sonidos más setenteros, ochenteros, filtrados con pedales análogos. Y después está trabajar con acordes nuevos, para mí: "Este acorde ya lo hice, éste no".
"Tocar batería", continúa: "no lo había hecho en ningún disco solista. Es novedoso. No es lo mismo tener a mi hermano que tocar con un trío, un cuarteto. No había usado trompetas. No había trabajado con Vigliensoni en un disco solista. A mí me sorprende. Todo tiene algo que no había escuchado en los discos de antes. Siempre cuando estoy haciendo demos, a Vero, mi mujer (la conductora de TV Verónica Calabi) le muestro lo que estoy haciendo y le pregunto si le recuerda a algo, si le suena algo. O a mi hermano Sebastián. Son preguntas recurrentes".
-¿No es un poco estricto eso, las influencias no deberían tener su espacio? ¿El mismo hecho de tocar en Lucybell no está en tu historia por ejemplo?
-Sí, pero creo que el objetivo de hacer discos es llegar a un lugar nuevo. Sí, podemos decir que suena a música independiente, a rock pop, o que puede ser de Chile, pero siento que es mejor que el anterior, que Laberinto, que Mi propia luz,y eso me deja tranquilo.
-¿Dejó alguna huella en el disco el paso de estos dos años por Lucybell? ¿Volviste a tus canciones con una mirada diferente?
-Esos dos años que llegaron, que aparecieron, que los tomé y los viví, sabía que iban a servir para tomar distancia de lo que ya había hecho con mi disco. Y ahora retomé la idea que llevaba. Pero fue interesante volver a tocar (batería), a sentir la confianza. Claro, me fui de Lucybell en 2004, en 2005, vendí la batería y a partir de eso me dediqué a lo que hago ahora, frontman, letras, composiciones. Y vuelvo a Lucybell con los brazos más flacos, más débiles, ya no tengo el peso que tenía. Los instrumentos requieren un rigor, un ejercicio. Después de cantar cinco años si dejo de tocar guitarra va a ser exactamente lo mismo. Hace falta volver a ponerse en forma.
-¿En ese sentido fue un buen ejercicio salir de gira por varios países, es una prueba de rendimiento físico incluso?
-Súper exigente. Yo empecé a hacer esto desde los doce y no paré hasta los treinta y algo. Y estos ocho años me pasaron un poco la cuenta, pero al final de los dos años terminé en buena forma. Además fue interesante recuperar algo que estaba guardado. En los ensayos hubo muchos temas que me emocionaron, porque fue una conexión con lo que habíamos generado muchos años atrás y que hoy vuelve a aparecer en vivo, en la misma posición y con el mismo público. Pero duró lo que tenía que durar.
-¿Tampoco había plazos preestablecidos?
-No, nunca quedó claro cuánto iba a durar. Pero creo que este disco tenía su propia urgencia.
-¿Al final fue gratificante la experiencia de la reunión?
-Sí, lo disfruté, musicalmente creo que todos dieron su cien por ciento, tanto en el cuarteto original como en el trío actual, que era más bizarro, porque ahí estuve más en la guitarra, en los coros, en lo que estoy haciendo ahora. Pero el cuarteto era muy emocionante, retomar ese power que tenía esa formación. Aunque no nos veíamos hace un montón de tiempo, la música volvió a fluir.
-Además grabaron un EP de cuatro canciones. ¿Podría haber sido un disco de larga duración, no llegó a tanto la complicidad?
-Sí, es que se hizo complejo, seis personas opinando, tratando de coordinar sus agendas, un miembro viviendo afuera. Empezaron las discusiones, y no volví para eso. Y sabía que tenía este disco dando vuelta y que pasaba el tiempo y necesitaba ese espacio que ya lo tenía desde antes, trabajar de nuevo con mi hermano en el proceso de crear, que es el que más me gusta. Lo otro está bien, tocar, viajar, lo disfruto, pero lo que más me gusta de ser músico es crear. Creo que en cada disco uno se pone en un estado.
-A propósito de eso, ¿qué estado representan esos discos previos para ti? ¿Por ejemplo Mi propia luz?
-Un estado muy triste, había fallecido mi mamá y la separación de la banda (Lucybell) había sido algo fuerte, que me afectó. Hoy ya ha pasado agua y voy en un quinto disco, pero en esos días era una aventura, había una adrenalina, una inseguridad.
-¿Y Laberinto?
-Laberinto era más enrabiado, me había ido de (el sello disquero) Warner, ya no había sellos, empezó una sequía de clubes, de espacios, salí a regiones con el trío, las guitarras, los pedales, la distorsión. El trío tuvo más adrenalina. Trío es Police, Divididos, más crudo.
-¿Y Aquí, ahora! después?
-Ése es más equilibrado, tiene más confianza, creo, en lo que estaba haciendo. Ahora me doy cuenta de que no puedo hacer otra actividad, de que me seco, me muero si no hago lo que estoy haciendo. Esto es todo lo que he aprendido y lo que sé, hay gente a la que le va a gustar y gente a la que no, pero propongo un lugar nuevo. Y qué color tiene: púrpura, eso es lo que me imagino, las letras me llevan a ambientes más espirituales, conectados con algo que podemos llamar universo.
-Y acerca de colores, ¿crees que hay una conexión entre tu primer disco, Óvalo, y el nuevo? Los dos tienen portadas afines.
-Aparte de trabajar de nuevo con teclados, como en Óvalo, no creo que haya otra conexión. Éste es un disco cantado, con letras. En lo que sí creo que hay una relación es en que es un disco más nebuloso, más de texturas, mucho más etéreo.
-De hecho son los únicos dos en los que no pusiste tu foto en la tapa.
-Bueno, también quiero que esté más presente el lado artístico de la música, no tanto ego. Me parece más importante eso que algo que tenga que ver conmigo. Me gusta más el misterio.