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The pinkprint

Nació en Trinidad y Tobajo, creció en Nueva York, se pronuncia Mináll, es la cantante y rapera más expuesta de su generación y así canta y rima en su tercer disco: pop y hip-hop y versos sobre sexo, mujer, poder y millones de dólares.

20 de Diciembre de 2014 | 19:25 |

Si algo tiene a su haber Nicki Minaj, además de los US$ 29 millones de fortuna personal que hacen de ella la única mujer en la lista oficial de magnates del negocio del hip-hop en 2014 (fuente: Forbes), son asuntos de los que hacerse cargo a la altura del tercer disco en su mega exitosa carrera. Ella es la rapera y cantante caribeño-neoyorquina viralizada por éxitos previos como "Starships" y "Super bass", globalizada a partir de una fórmula hecha de rap y pop y expuesta por una imagen de caricatura tan extrema como despierta. Viralizada, globalizada y expuesta, si hace falta evolucionar a partir de cada uno de esos aspectos, en su actual disco ella se pronuncia sobre todo eso y más.


No por nada en su versión más extendida The pinkprint contiene veintidós canciones (bonus incluidos), una hora cuatro minutos de duración y una lista de nueve invitados, en un VIP que está encabezado por Beyoncé nada menos. Así hay espacio suficiente para el anunciado propósito de la cantante de volver a sus raíces en el rap y también para ampliarse a otros registros, de modo que aparte de las cuantiosas rimas de Nicki y sus amigos abundan acá canciones pop como "The night is still young", canciones melódicas para piano como "Pills n' potions" e incluso baladas cantadas de punta a cabo como "Grand piano", con unos violines adicionales que rayan en lo kitsch aunque probablemente estén puestos ahí muy en serio.


Como rapera, Minaj es muy competente y versátil. Como cantante, con tanto autotune involucrado, es imposible saberlo. De cualquier modo, con una trilogía inicial de canciones como "All things go", "I lied" y "The crying game" que alude a sentimientos, rupturas y vulnerabilidad, se supone que éste es un disco más personal de la artista, y la sobrepoblación de baladas del tramo final viene a corroborarlo. Pero al mismo tiempo la mencionada Beyoncé está convocada aquí para grabar un dueto sobre autosatisfacción sexual en "Feeling myself". Así mismo la anfitriona llama a su colega Ariana Grande para cantar rapear sobre sometimiento masculino en la canción acerca de sexo oral "On your knees". Y ni siquiera la caricatura está descartada, porque para eso están el single y el video de "Anaconda", donde Nicki Minaj gana una nueva frontera en el uso de su anatomía como arma.


La pregunta es para qué sirve esa arma. Es claro que el sexo y el propio cuerpo son herramientas en manos de Minaj: instrumentos de emancipación de género en un nivel literal si se trata por ejemplo de poner a un hombre de rodillas a usar su lengua bajo instrucciones como "asume la posición", "es bueno para tu nutrición" y "acaba tu misión", todas líneas de la citada "On your knees", una de las mejores del disco. Rimas sobre sexo, mujer y poder. Pero la canción siguiente, a dúo con Beyoncé, la pauta crece a rimas sobre sexo, mujer, poder y dinero. Allí Nicki, como rapera que es, valida la jerga según la cual las mujeres son llamadas bitches y se vanagloria de tener un imperio, privilegio otorgado a los hombres, no a las bitches. En ese plano los matices se vuelven más sutiles, si no más ambiguos, de parte de una rapera que, por más autoafirmación sexual que venda, al fin y al cabo se ve satisfecha de estar en la lista de millonarios de Forbes. La emancipación será en último término individual, nunca colectiva.

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