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Cita a ciegas

27 de Febrero de 2004 | 16:48 | Amanda Kiran
Orgulloso, tremendo de orgulloso y un poco miedoso, también.

Los hombres, finalmente son el sexo débil. Eso nadie me lo quita de la cabeza.

Sí, por que no había cómo decirle que lo que tenía no era juego de niños y que tenía que verlo un doctor, lo antes posible.

-Ella, y sólo ella, lo logró-

La siguiente imagen, él, acostado en una camilla con ruedas, metálica, y fría.

Un pasillo, lleno de gordas señoritas vestidas de blanco caminando rápido por las baldosas, y él, esperando su turno para la sala de operaciones, y la inevitable intervención de emergencia.

A su lado, otra camilla. El sentido de éstas dejaba que las cabezas conversaran cómo si estuvieran recostados en alguna camilla en la playa caribeña de un resort.

Ella, con gorra, camisa de dormir, y pantuflas de algodón, todo verde. Él, igual, de verde.

Los dos listos para correr la misma suerte. Una intervención por Peritonitis.
Ella, 24 años, bonita, no tan delgada, nerviosa.

Él buenmozo, delgado –por su enfermedad no cuidada a tiempo- 67 años, pelo canoso, igual de nervioso.

Juntos, personificaban una historia digna de Cortázar.

El diálogo fue breve, pero sobre todo muy intenso.

-¿Tu nombre?

-¿Que haces aquí?

-¿Tienes miedo?

Eran algunas de la preguntas que danzaron en ese pasillo, la tarde del miércoles.

Él, bastante asustado, ella, más resignada.

Las diferencias para éste estado mental, solamente la edad.

La clínica, era una de la quinta región. Buena, bonita, pequeña.

Dos personas con vidas y estados totalmente diferentes terminaron un día, dialogando en el mismo pasillo, boca arriba.

Suena divertido. Pero la situación en sí, para ellos, no lo era tanto.

La muchacha, estaba nadando, y sintió una fuerte puntada en el estómago. Él, en cambio, llevaba días soportando el dolor. Un dolor que avisa. Un dolor que para él, no hizo efecto.

Se despidieron, mientras sentían que sus ruedas, ya avanzaban en direcciones totalmente distintas.

Fue una hermosa despedida. Fue especial.

48 horas después de este significativo encuentro, me encuentro sentada leyéndole cualquier cosa al enfermo. Algo para distraer su dolor...

En eso llaman a la puerta.

Daniela, la joven del traje verde en el –ya olvidado- pasillo estaba parada en el umbral de la habitación N° 28 junto a un hombre, de la mano.

(Y dice)
-Sergio, me venía a despedir.

-¿cómo?, le dice mi padre, ¿Ya te dieron de alta?

-Si claro, hoy.

-Pero Daniela, ¡que bien!

Pasa, pasa, ven y conoce a mi familia.

-Bueno, gracias dijo ella, entrando tímidamente.

Su novio se quedó parado afuera, y ella fue presentada a toda la familia que hacía compañía ese día.

Hermanos, sobrinos, esposas, yernos. Todos.

Se ruborizó pero de igual forma se alegró mucho.

Luego se acercó a mi papá, y le susurró al oído algo que algunos alcanzamos a oír.

"Me voy antes, pero más sola. Ud. se queda, pero en compañía y siendo muy querido. Feliz le cambiaría eso. Espero crear algo como lo que Ud. tiene aquí".

La naturaleza es sabia. Me deja ver a mi edad lo que puedo construir.

Es por eso que me dan de alta antes.

-No se olvide de cuidar mucho su salud.-

Luego, se acercó aún más, y le dió un significativo beso en la mejilla.

Un beso grande, del alma.

Sólo a mi se me calló una lágrima, pero el silencio de la habitación, sin duda, habló por sí solo para todos.


Amanda Kiran
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