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En práctica

10 de Septiembre de 2004 | 18:25 | Amanda Kiran
Cuando yo era alumna, tenía puras viejas brujas de profesoras.

Así las veía yo. Sobre todo las que me hacían educación física. No sé como hacían educación física, si apenas se movían...

Eran -la mayoría- gorditas, mayores (por no decir viejas) enojonas. Recuerdo sobre todo dos, que eran patéticas. Me odiaban, pero a esa edad, todos te odian, eso cree uno... En fin... el desamor era recíproco...

Pero llegó un angelito... Llegó la Ángela.

La Ángela fue una alumna en práctica, que llegó cuando yo estaba en mi último año del colegio. Era simpática, llena de vida, llena de energía. Comenzando la vida laboral. Nos vino a salvar en nuestro último año.

Un acierto. Una fortuna. Una riqueza. Era increíble como iluminaba todo. Las clases, los recreos, las permanencias, los castigos. Llena de sonrisas ella y sus ejercicios nuevos y bien preparados para cada clase. Era un agrado, un cambio notable en todos estos años cotidianos.

Lo único que queríamos era que nos tocara con ella, tenía una magia especial, una energía nueva que desconocíamos. Pero como toda cosa buena, a veces, acarrea problemas, egoísmos, dudas, inseguridades.

La Ángela era, de seguro, una amenaza para los vejestorios del lugar. Así que el chaqueteo era más que obvio. Las zancadillas comenzaron a perjudicarla, pero perjudicarla en serio.

La sacaron de nuestras clases y la pusieron a juntar pelotas, a contar conos, a separar petos. En los recreos, para que no conversara con nosotros ni con nadie, le asignaron a ordenar pruebas y traspasar calificaciones. En las clases extra curriculares, la mandaban para la casa para que no ayudara porque no era necesario. Finalmente empezaron a desmotivarla y apagarla.

Lo que debía ser bueno, resultó ser malo, y motivaron la flojera, ante la proactividad y las ganas. La amenaza fue mayor a la ayuda, y la desenchufaron. Tenían ese poder.

Nosotros no nos dábamos cuenta, pero sabíamos que algo extraño pasaba. No podíamos hacer nada, no sabíamos como hacerlo. Podríamos haber hablado, pero a esa edad no siempre uno sabe hablar ni defender los derechos. No lo hizo ella, no lo hicimos nosotras.

Todavía me acuerdo de su forma de aplaudir cuando nos daba una instrucción nueva. Era como una forma de animarnos... y nos gritaba:

-Y ¡vamos! Entonces aplaudía, como para que tomáramos ritmo... 1, 2, 3 decía...

Eso nos daba risa, era cómico, pero nos animaba y finalmente lo hacíamos contentas.

De un día para otro no llegó nunca más a trabajar. Sin despedirse, se fue y lamentamos su ausencia. En verdad, la echamos de menos, mucho. Su vitalidad, su entrega, sus ganas.

Tuvimos que terminar el año con los vejestorios, una vez más. Eso fue trágico y más notorio después de haberla conocido a ella. Como siete años después me la topé en la calle, en el centro de Santiago, caminando.

Estaba gorda, con la cara triste y sin la gracia y la vida que la conocí. Me dio pena verla así. La máquina -seguro- la había agarrado. Peor, la había atropellado.

Entonces, antes de separarnos, le pregunté:

-¿Ángela?
-Qué Amanda...
-¿Sigues aplaudiendo al dar clases?
Movió la cabeza, negando la acción.
-No, ya no aplaudo, ni doy clases.
-Que lástima…Yo aplaudo siempre cuando entreno a algún grupo. Lo increíble es que cada vez que aplaudo, me acuerdo de ti.


Amanda Kiran
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