La candidata de extrema derecha ha tenido una tarea difícil desde que reemplazó a su padre paracaidista: convencer a los votantes de que no es una niña mimada y librar al Frente Nacional de la imagen de un "partido desagradable" para convertirse en una alternativa viable.
La mayoría de las encuestas de opinión sugieren que ha logrado ambos objetivos.
La ex abogada de 43 años se describe a sí misma como la candidata de la "revuelta popular" a la izquierda del presidente de Estados Unidos, Barack Obama.
Su manera cordial y jovial son muy atractivas para los electores y llama la atención especialmente entre los apáticos políticamente.
La imagen de Le Pen se ha combinado con un estricto código de conducta en el partido, expulsando a los extremistas y tomando enérgicas medidas contra las expresiones de racismo y antisemitismo.
Se apresuró en repudiar los comentarios de su padre Jean-Marie Le Pen de que las cámaras de gas nazis eran sólo un detalle en la historia.
Inicialmente, basó su campaña en un programa económico proteccionista contra el euro, destinado a los trabajadores jóvenes y desilusionados.
Pero cuando comenzó a perder impulso, y tras varios asesinatos por parte de un militante islamista francés el mes pasado, volvió a la agenda sobre seguridad e inmigración más tradicional del Frente Nacional.