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NEVERMIND (Geffen, 1991)
Producción: Butch Vig y Nirvana.

Una gran obra artística no adquiere la categoría de clásico hasta que no altera de modo significativo la tradición de su género, y marca el hito ése del antes y el después. Hay grandes discos de rock, pero Nevermind es mucho más que eso. Cuando alcanzó el número uno, apenas publicado en septiembre de 1991, superó al primer mal disco de Michael Jackson (Dangerous), y qué puede ser más simbólico que el que un millonario con guante de lentejuelas haya sido desplazado por chicos de clase media apenas armados con camisas escocesas, unos riffs de terror y una voz que casi no se entiende cuando grita: "Entreténganos".

Con su segundo disco, Nirvana no necesariamente cambió el modo de hacer rock en Estados Unidos -la raíz punk de este álbum era algo que ya venían trabajando bandas como Pixies o Sonic Youth- pero legitimó una electricidad y una potencia inéditas a nivel masivo. Un disco que fue grabado pensando en una audiencia reducida pasó a desviar el gran cauce popular gracias a que -bajo su furia, suciedad y actitud- cuidó ejemplarmente las convenciones de una buena canción. El estribillo de "Come as you are" es pegajoso; "In bloom" y "On a plain" están llenos de ganchos de guitarra que cualquier principiante aprende rápido; "pollo" es misteriosa, pero sencilla. El productor Butch Vig tomó la receta Ramones y construyó un disco brillante: éstas son canciones que suenan terroríficas a gran volumen -y angustiosas, cuando se traducen los versos de Cobain, llenos de referencias a pistolas, tedio suburbano y cultura chatarra-, pero que también pueden tocarse con una guitarra acústica en una fogata. Hasta antes de Nevermind, el mainstream estadounidense creía que un grupo como Guns'n Roses era "lo más" de la actitud. Un disco que tiene el coraje de abrir con una canción como "Smells like teen spirit" vino, afortunadamente, a recordar que lo esencial del punk es invisible a los ojos. Y, además, qué gran foto de carátula.

Marisol García

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