"Maria" se centra en la última semana de la legendaria soprano.
AP
Pablo Larraín se ha consolidado como un referente en la industria mundial del cine por su estilo peculiar. Uno que tiene una sensibilidad inclinada hacia el cine arte ("o art-house cinema", como se denomina en inglés) y que
logra contar historias humanas que conectan con la audiencia. Esto no necesariamente lo ha hecho popular, menos en el país, pero sí
le ha permitido crear grandes obras junto a su hermano y productor, Juan de Dios Larraín. Ambos culminan una etapa exitosa con su
entrega de mayor magnitud: "Maria".
La película se centra en la última semana de la legendaria soprano, mientras debe lidiar con las secuelas de su vida, la pérdida de su voz y la sombra de su talento. En una
historia tan trágica como bella, la cinta reconstruye momentos claves de la famosa cantante de ópera, en un viaje de introspección contado (en parte) por la misma protagonista.
En "Maria", Larraín conforma un viaje visual que no busca contar los hechos de forma anecdótica, sino que
busca seguir una narración subjetiva que refleje el conflicto interno de María Callas. El resultado es
un relato que, por más lento que sea, deja mucho impacto en cada cuadro que contiene, volviéndose una
efectiva entrega que en esta nota analizaremos en profundidad.
Crédito: Fabula.Una oda al talento
El corazón de la película se centra en las luces y sombras de la vida de alguien que cumple con el rótulo de "ídolo". Desde la increíble admiración que generó en todo tipo de persona, incluyendo el presidente de los EE.UU., hasta la soledad de una vida sin propósito. El argumento, y el mismo personaje,
buscan definir quién es y quién fue Maria Callas.
La dirección de Larraín permite ver estos dos extremos de forma clara, sin la necesidad de que tengamos una sobreexposición narrativa al respecto. Los momentos donde Callas brillaba en el escenario vibran en la sala de cine con una espectacular magnitud, amplificada por el sonido de la orquestra, mientras que el presente nos muestra lo lejos que la realidad se encuentra de esta gloria.
Aquí también hay que
destacar los elementos técnicos dentro de la cinta, comenzando con la edición, que contrasta muy bien las dos realidades ya mencionadas. Pasando por el sonido y la banda sonora, que elevan las emociones. Y terminando con la cinematografía (por Edward Lachman, nominado al Oscar por "El Conde"), que nos lleva en este viaje visual y que transmite las dos vidas que llevó Callas en un mismo espacio: rodeada de personas y sola en su lujoso hogar.
Pablo Larraín no solo tuvo una buena mano para retratar el talento, si no que se rodeó de este para potenciar esta historia.
Angelina Jolie
Es imprescindible dedicar un apartado exclusivo a la
actuación de Angelina Jolie, quien entrega una
interpretación sublime en pantalla y mantiene la tradición de esta trilogía de Larraín, marcada por actuaciones excepcionales.
Jolie logra capturar con maestría la dualidad de Maria Callas: una personalidad imponente y, a la vez, profundamente vulnerable, marcada por una crisis existencial. Aunque las escenas de ópera son visualmente deslumbrantes, su interpretación más impactante emerge en los momentos más íntimos, donde Callas enfrenta la dura realidad de su presente.
A pesar de que la actriz debe lidiar con un lipsync bastante feble a lo largo de la película, uno de los pocos puntos flacos de la obra de Larraín,
su trabajo actoral brilla con tal intensidad que es casi seguro que obtendrá una nominación al Oscar en las próximas semanas.
Crédito: Fabula.Arte subjetivo
La pieza fundamental de esta historia radica en entender que esta
no es un recuento de hechos concretos, sino que una interpretación acerca de la figura de Maria Callas. El director chileno muestra su admiración por la cantante tanto implícita como explícitamente, en una narración subjetiva y transmitida por el arte.
De hecho, un elemento especialmente interesante es la
adición de un personaje ficticio en la historia llamado "Mandrax". Este comienza funcionando como un espejo para el personaje de Jolie, pero que eventualmente termina siendo una
voz de Larraín dentro de su propia obra, la que nos permite como audiencia entender (nuevamente) que esta es la historia a través de sus ojos. Con esto, inferimos que la película no funciona como una fotografía o como la captura instantánea de una persona, sino que
es el retrato que pinta el director, según su visión de Maria Callas.
Este retrato tampoco está perfectamente pintado.
Requiere de paciencia para ver la pintura completa, dada la longitud de la película. Es posible que la perciban lenta, incluso tediosa, pero si miran con atención, pueden encontrar mucho que valorar.