El Presidente de Argentina, Mauricio Macri, y el candidato opositor Alberto Fernández.
Emol/ Agencias
Seis son los candidatos a la Presidencia. Dos serán los debates que protagonizarán, este domingo y el próximo. Y salvo que alguno cometa un error monumental, de esos que quedan en los libros de historia, ambos encuentros afectarán poco y nada las intenciones de voto que ya acumula cada postulante rumbo a las urnas del domingo 27, según coinciden todos los académicos consultados por La Nación.
Pero esa es una mirada cortoplacista, remarcan, porque el valor de los debates excede su impacto directo en las urnas. Pasa por avanzar otro paso como sociedad democrática.
Tanto es así que el presidente Mauricio Macri y los cinco que quieren sucederlo en la Casa Rosada -de Alberto Fernández y Roberto Lavagna a Nicolás del Caño, Juan José Gómez Centurión y José Luis Espert- protagonizarán el tercer debate presidencial en más de 200 años de historia argentina y el primero que se desarrolla con carácter de obligatorio para todos los candidatos, tras la sanción de la ley 27.337, de 2016, que terminó con las especulaciones de los candidatos basada en si les convenía o no debatir.
"Los debates ofrecen una oportunidad a los ciudadanos de ver una confrontación de ideas, propuestas y argumentos, en tiempo real, y evaluar cómo los candidatos defienden sus puntos de vista y cómo reaccionan bajo presión a ideas antagónicas", remarca Martín D'Alessandro, presidente de la Sociedad Argentina de Análisis Político. "Parece una obviedad, pero es esencial como 'muestra' de la capacidad, las convicciones y el carácter de cada candidato", explicó.
Los debates ofrecen una ventaja adicional a los candidatos con menos chances de llegar a la Casa Rosada y que, por tanto, menos atención suelen recibir de los ciudadanos y de los medios de comunicación. Es su oportunidad de exponer sus propuestas, aunque lejos de la "confrontación de ideas".
La pregunta es cuánto margen real tendrán para debatir Macri, Fernández, Lavagna, Del Caño, Gómez Centurión y Espert. En particular cuando las reglas para participar -incluso para los moderadores- son tan constreñidas.
¿Por qué? Porque todos los equipos de campaña y la Cámara Nacional Electoral -con el apoyo de expertos como Belén Amadeo y Carlos March, entre otros- ya acordaron qué temas abordarán, cómo se ubicarán en el escenario, en qué orden hablarán, qué pueden llevar con ellos al atril -solo lápiz y papel- y hasta cuántos minutos y segundos tendrán para exponer, preguntarle a algún rival o rebatir una pregunta.
Dicho de otro modo: ¿Cuánto pueden explicar los candidatos sobre cómo planean reactivar la economía en dos minutos, para luego ahondar en su visión o preguntarle o rebatirle a otro candidato en dos bloques de 30 segundos y cerrar su visión en apenas un minuto adicional? Es decir, un total de cuatro minutos para trazar su visión sobre una economía en recesión, con inflación y alto endeudamiento.
Eso puede resultar un obstáculo insalvable para que se dé un auténtico debate, alerta D'Alessandro. "Se ha regulado tanto que pierde su esencia, que es la confrontación de argumentos y la oportunidad de evaluar cómo reacciona cada candidato a esa confrontación. El riesgo es que debates se tornen irrelevantes".
Mario Riorda, presidente de la Asociación Latinoamericana de Investigadores en Campañas Electorales, ve un riesgo adicional: "La posibilidad de sobrecargar indebidamente las expectativas de la población, instando a que los candidatos respondan cosas que no pueden ser respondidas con seriedad hasta tanto no se esté en el gobierno. En el intento de ganar el debate, esto favorece el uso de posturas demagógicas y es una invitación a la ambigüedad en muchos temas".