SANTIAGO.- La resolución del arbitraje que prometía desenredar la soberanía de varias islas ubicadas al sur del canal del Beagle -entre ellas Picton, Nueva y Lennox-, además de estratégicos espacios marítimos entre los océanos Atlántico y Pacífico, terminó marcando la máxima tensión entre Chile y Argentina, cuando ambos países eran gobernados por dictaduras militares y la guerra era inminente. Este mes ese episodio histórico cumple 40 años.
Pero el malestar comenzó meses antes. Tras un compromiso firmado por ambas naciones en 1971, la Reina Isabel II de Inglaterra actuó como mediadora e informó su fallo en mayo de 1977. Sin embargo, este no agradó a los trasandinos.
La resolución de la monarca otorgó derechos de navegación a los dos países, pero se reconoció el dominio de Chile en la mayor parte de las islas y soberanía oceánica. El Gobierno argentino, comandando por el general Jorge Videla, declaró el dictamen "insubsanablemente nulo".
Tras ello, los movimientos de tropas del país vecino en la zona en conflicto no tardaron en ocurrir. Chile, a su vez, respondió con similares preparativos, listos para la defensa de un eventual ataque proveniente del sur. Aunque también hubo importantes gestiones diplomáticas, la batalla entre ambas naciones era un hecho hasta que en diciembre de 1978 intervino el Papa Juan Pablo II y la "casi guerra" cesó. En 1984 se firmó el tratado de Paz y Amistad, donde ambas partes quedaron conformes con lo establecido.
Dejando fuera las regiones australes (como Aysén y Magallanes), el peligro no se percibió de forma palpable en la sociedad chilena, ya que desde cúpula del Gobierno del general Augusto Pinochet se había decidido tratar el tema con sigilo.
Quienes sí recuerdan el "estrés" de aquellos días son los soldados que estuvieron apostados en diversos puntos del país en medio de las dudas respecto a cuándo se decidirían los argentinos a atacar. Hombres que, según afirman, nunca han recibido el reconocimiento adecuado -ni tampoco lo buscan- tras esa tensa espera, en la que tenían prohibido interactuar con civiles y mucho menos externalizar lo que estaba a punto de suceder.
El inicio
Rodolfo Guajardo, oriundo de Villa Alemana, tenía 29 años y era cabo primero de la infantería de marina. No recuerda específicamente qué día, sí que fue en el mes de noviembre y que estaba libre, cuando fue informado de que debía regresar cuanto antes a su destacamento. "Todo pasó muy rápido. Cuando llegué ahí hablé con el oficial de guardia quien era el abanderado y yo era su escolta, y le dije 'jefe ¿qué pasa?', y me responde, 'viejo, no hagas preguntas, anda a equiparte que en 45 minutos más zarpamos'".
"A veces uno se deja llevar por la adrenalina, te entran los Caupolicán, los Lautaro y dices por qué cresta no nos agarramos con estos compadres de una vez por todas, pero posteriormente, cuando pones los pies sobre la tierra y vuelve el grado de sensatez, dices 'menos mal que no fue'"
Rodrigo Guajardo
Así fue como partió a buscar su fusil y a echar en una bolsa "toda la ropa que pueda". Se embarcó enseguida, en dirección al sur. "Partimos y ya sabíamos a lo que íbamos. Inclusive, a modo de broma, el comandante de división me dijo que llevara la tenida bien planchadita para que desfilemos en Buenos Aires", dice, añadiendo que en el exterior "solo mi señora sabía en qué andaba en Punta Arenas".
Su destino era la defensa de la isla Nueva, "no hasta el último tiro, sino que hasta el último hombre", señala.
Gerardo Marchant, nacido en Santiago en 1959, era soldado conscripto de la Fuerza Aérea de Chile. "Clase 78-B, entré en junio de 1978 al servicio militar y era artillero", detalla. Cerca de seis meses después, a finales de noviembre, "nos acuartelaron y nos avisaron que nos íbamos a guerra con Argentina desde el sur. En ese momento yo estaba en el regimiento de artillería antiaérea de Colina y mi misión era resguardar las antenas de transmisión de Chile".
Durante los 30 días venideros, continúa Marchant, "no hubo ninguna comunicación con el exterior".
"Queríamos que hubiera guerra"
Más que el miedo porque se desatara la guerra, apunta Guajardo, la sensación que predominaba en ese momento en la isla Nueva, zona roja del conflicto, era la incertidumbre constante por saber en qué momento las tropas argentinas atacarían, lo que, a ratos, lo hacía desear que todo comenzara pronto.
"Pasábamos días con los ojos metidos ahí esperando, especialmente en la noche", afirmó el ex marino, en donde "el frío pesaba", pese a que la comida haya sido "rica y calentita". Sí, admitió, había ciertos momentos de relajo gracias a las melodías que emitían algunos compañeros adiestrados en la guitarra. "Cantábamos para alegrar un poco el asunto, pero siempre con los ojos abiertos", recordó.
"Era tanta la tensión que lo único que queríamos era que quedara la escoba luego, todo producto del estrés que teníamos. Lo único que queríamos es que hubiera guerra".
Gerardo Marchant
Además, asegura, "en la noche, a la hora de la cena, siempre habían bromas y tallas. El sentido del humor es una de las cosas que, aparte de mantenerte el espíritu en alto, te da ánimo, confianza". Esta última, asegura, crecía al ver la diferencia disciplinaria entre argentinos y chilenos. "Ellos siempre andaban con el pelito largo, fumaban, nosotros no. Tal vez ellos en ese momento tenían mejor material que nosotros, pero en lo humano hay una diferencia bien marcada", explica.
Marchant, por su parte, apunta a que con el alto nivel de tensión que había en el ambiente, "no teníamos ni hambre, a veces comíamos un puro pan en todo el día. Era muchísimo el nerviosismo". Y de momentos distendidos ni hablar. "Con los compañeros se conversaba poco, solamente de la situación. Pero conversar de otros temas, no se daba", señaló.
A lo único que estaban abocados era a esperar la guerra y sostiene que era "tanta la tensión que lo único que queríamos era que quedara la escoba luego, todo producto del estrés que teníamos. Lo único que queríamos es que hubiera guerra".
Por lo mismo, al recordar este período, lo primero que se le viene a la cabeza al veterano de FACh de actuales 59 años, es un episodio, sin especificar el día, ocurrido a las 03.00 horas de una de esas noches. "Nos avisaron que toda la flota argentina y la aviación argentina se venía a Chile. Esa fue la situación más compleja. Yo había salido del nido de ametralladoras y cuando sonó la alarma antiaérea, todos nos apostamos. Tensión máxima", que finalmente no terminó en batalla.
La guerra no va
Era el 22 de diciembre, señala Guajardo, cuando en el extremo sur se comunicó que un acuerdo diplomático entre Chile y Argentina, que se tradujo en la firma del acta de Montevideo el 8 de enero de 1979, puso término al amago de guerra. "Muchos saltaban de júbilo, y lo entiendo, otros dijimos... bueno, nos quedamos con las ganas. Seguíamos siendo países 'hermanos' y no pasaba nada. Así empezaron a hacer la operación retorno".
"Estábamos a dos días de la Nochebuena y a tres de la Navidad. Nos embarcamos a Punta Arenas y después al destacamento de Cochrane". Ahí, relata, escribió un texto dirigido a su padre en la parte posterior de una foto: "Papá, una vez más me quedo con el patriotismo oprimido en el pecho sin poder agarrarnos con los 'che'. Con todo cariño tu hijo, Pollo", indicaba la misiva. Ahora, a los 69 años, hace una reflexión distinta.
Papá, una vez más me quedo con el patriotismo oprimido en el pecho sin poder agarrarnos con los 'che'. Con todo cariño tu hijo"
Carta escrita por Rodolfo Guajardo a su padre
"A veces uno se deja llevar por la adrenalina, te entran los Caupolicán, los Lautaro y dices por qué cresta no nos agarramos con estos compadres de una vez por todas, pero posteriormente, cuando pones los pies sobre la tierra y vuelve el grado de sensatez, dices 'menos mal que no fue'", comenta.
"Lo más imbécil que puede haber es una guerra, sobre todo para el país que pierde. Cuántas vidas, cuántos cabros chicos sin padre hubiesen quedado", agrega.
Marchant, pese a que se encontraba en la zona central del país, recuerda de manera similar cuando les transmitieron la decisión de optar por zanjar el conflicto por la vía pacífica. "Un día, a finales de diciembre, se hizo una formación y se informó que se llegó a un acuerdo. Nos sentimos decepcionados, estábamos tan metidos en esa cuestión", recordó.
"Todo producto del estrés que teníamos. Después, analizando todo en frío, uno piensa y dice: gracias a Dios que no pasó a mayores", afirma. Pero recalca que "nosotros nos sentíamos tremendamente confiados en ganar la guerra. En el momento en que uno jura a la bandera, ya cambia el asunto. Eso significa defender a nuestra patria y lamentablemente algunas personas no entienden eso", deslizando una crítica a las nuevas generaciones.
La actualidad
Hoy Rodolfo Guajardo se desempeña como supervisor de seguridad en el hospital de La Florida sumado a otros trabajos particulares. Tiene cuatro hijos y agradece la experiencia vivida en el conflicto de 1978, donde "adquirí el temple que hoy me caracteriza" apunta.
Tras el cese de la pugna, siguió ejerciendo funciones en la Armada de forma activa hasta 1982, y hoy pertenece al Centro de Personal en Retiro del Cuerpo de Infantería de Marina, por lo que mes a mes recibe una pensión, pero ninguna bonificación extra por sus tareas en el Beagle.
Por último dice que las amistades forjadas en la isla Nueva siguen estando presentes. "Dentro de las ramas de las Fuerzas Armadas hay un lema que dice 'la disciplina y la camaradería son los fundamentos de toda institución armada'. Además, en una situación como esa, uno se une más", asegura.
Gerardo Marchant también se desempeña como guardia privado, pero en una residencia particular. "La seguridad es mi vocación", afirma. Está casado y tiene cuatro hijos, y aún sostiene que participar del conflicto del Beagle "fue una satisfacción muy grande". Aclara que por ello "no recibo ninguna pensión. Lo hice por amor a la Fuerza Aérea", rama a la que estuvo vinculado hasta el año 2001.
También, si hay que resumir en una palabra que dejó en él esta experiencia es la "templanza", e indica que "esto me sirvió para darme cuenta de la calidad de vida que tenemos que tener: tomar las cosas con más calma. Es algo que se tiene que vivir para poder entenderla".
Aún organiza juntas y comidas con sus viejos compañeros de armas, para recordar aquellos días de acuartelamiento y nerviosismo.
Ambos participarán este domingo en un desfile organizado por la municipalidad de La Florida por las calles de esa comuna. "No hay tragedia mayor para una nación que enfrentar una guerra: el que la pierde retrocede un siglo y el que la gana, 50 años", reflexionó al respecto el alcalde Rodolfo Carter.