El jueves de 23 de abril, día en que se levantaba la cuarentena total en Chillán, la ciudad volvía distinta, no solamente por el funcionamiento del comercio sino por una medida que fue aplaudida por urbanistas en todo el país: el centro de la ciudad quedó restringido para los vehículos. "Eso va a permitir que los autos no le resten espacio a las personas para que podamos circular con mayor distanciamiento entre nosotros", dijo el general Cristian Vial, jefe de la Defensa Nacional en la Región de Ñuble.
Cientos de kilómetros al norte, en el centro de Rancagua, la calzada donde antes transitaban los autos y micros está marcada con círculos amarillos y blancos, dibujados en las inmediaciones del BancoEstado y la Asociación de Fondos de Pensiones. Lo que hacen es demarcar la distancia social que deberían mantener las personas que diariamente se aglomeran en dichos servicios.
"Hay muchas veredas que no cumplen un metro de ancho y otras calles que ni siquiera tienen. Si gran parte de los viajes en las ciudades chilenas se hacen caminando, y no tenemos el ancho suficiente, ¿cómo podemos cumplir con el metro de distancia?"
Carolina Rojas, Cedeus
"Es la nueva forma en la que tenemos que comenzar a vivir en las calles de la ciudad y del país, porque esta pandemia no se termina en uno o dos meses", dijo el alcalde Eduardo Soto. "Nos va a acompañar por lo menos un par de años y siempre vamos a tener que priorizar las medidas de seguridad, de distancia y de cuidado personal", añadió.
Son apenas dos ejemplos de uno de los efectos que está teniendo el SARS-CoV-2: el de transformar el funcionamiento de las ciudades. Así lo ve Carolina Rojas, investigadora del Centro de Desarrollo Urbano Sustentable de la U. Católica (Cedeus), quien señala de entrada que los cambios no serán automáticos sino que tendrán que ser impulsados por las autoridades.
"Cuando tú progresas en algo y le das más avance, como por ejemplo cerrar el centro o hacer ciclovías temporales, luego es difícil o hasta imposible retroceder, porque ya se generó una demanda", explica a Emol. Para ella, la importancia que tiene el distanciamiento social para enfrentar esta amenaza tendrá una repercusión obligatoria: tiene que cambiar el ancho de las veredas, dice.
"Hay muchas veredas que no cumplen un metro de ancho y otras calles que ni siquiera tienen. Si gran parte de los viajes en las ciudades chilenas se hacen caminando, y no tenemos el ancho suficiente, ¿cómo podemos cumplir con el metro de distancia?", plantea. Al menos ellas, dice, tendrán que cambiar, aunque los expertos advierten que las transformaciones serán muchas, y que algunas ya están comenzando.
Limpiar las ciudades
Para Rojas, el virus tendrá efectos en al menos tres esferas: la movilidad, la salud y la contaminación. El último, cuenta, debido a estudios internacionales —como uno de la U. de Harvard— que han demostrado que el aumento en la exposición a largo plazo al material particulado fino aumenta la tasa de mortalidad del covid-19.
"Creo que sí o sí van a haber cambios en la descontaminación de las ciudades, porque esos estudios van a activar más aún la discusión sobre si se restringe o no el consumo de leña en el sur, como en Concepción, que ya lo están restringiendo. Pienso que va a haber un avance en lo que son los planes de descontaminación para transformar la calefacción a una más limpia y que genere menos material particulado en el aire", dice.
También incide en este ítem el uso de vehículos, pero Rojas aclara que hay que distinguir entre "los cambios que uno esperaría que pasaran" y los que están al alcance de la ciudadanía. "Muchas personas tienen muy pocas posibilidades de hacer cambios como pasarse del transporte público a la bicicleta. A mí me encantaría que se pudiera fomentar más, pero eso, más que del covid, va a depender de la visión y las políticas de transporte que se implementen", dice.
"Si las ciudades chilenas llegan a copiar las medidas de otros países —como Nueva Zelanda, que anunció fondos federales de emergencia para ensanchar veredas y crear ciclovías— evidentemente va a beneficiar su uso en viajes de menos de 5 kilómetros, pero si no va acompañado de iniciativas de las autoridades, va a ser difícil que las personas se cambien", añade.
En cuanto a la salud, la investigadora explica que ya antes de la pandemia había aparecido en sus encuestas de percepción que las personas, al momento de decidir dónde vivir, quieren tener cerca una farmacia y un centro de salud. "Todas las urbanizaciones nuevas que se hagan, ya sean conjuntos de viviendas sociales o proyectos inmobiliarios, van a tener que ponderar la distancia a establecimientos de salud", explica.
La inquietud, dice, les sorprendía. "Nos preguntábamos por qué no querían un parque o una plaza, y se debe a que en Chile una de las grandes preocupaciones es la salud, por lo cara y difícil de acceder que es, entonces una manera de mitigar ese miedo es tener algo cerca", dice. Sin perjuicio de ello, el espacio público, asegura, también se verá modificado.
El espacio compartido
Para la urbanista Liliana de Simone, académica de la Facultad de Comunicaciones de la UC, "nos vamos a ir cada vez más a considerar lo público como el espacio donde uno no se encuentra con un otro igual, sino que con un otro sucio, contagiado". "Debiésemos empezar a ver una tendencia de que los consumidores privilegien los espacios donde menos interacciones sociales con desconocidos puedan tener", dijo a El Mercurio.
"Eso impacta, por un lado, el transporte. La gente tiene miedo de subirse al metro y a las micros", añadió. Por eso, su tesis es que el coronavirus podría conformar ciudades "de los 15 minutos", basadas en traslados a pie o en bicicleta, donde se eviten las aglomeraciones y todo se encuentre a un radio accesible de forma peatonal.
Para algunos, la gente le tomará miedo al espacio público por la exposición a factores contagiantes. Para otros, esto solamente aumentará las exigencias de infraestructura en parques y plazas
Para Rojas, la percepción del espacio público dependerá de su tamaño y equipamiento. "Si tienes uno acogedor, con espacio suficiente e infraestructura, no va a generar un problema, al contrario, es una oportunidad para el esparcimiento", plantea. "Pero si tienes uno pequeño, con mala calidad, sin baños públicos ni acceso al agua para lavarte las manos, claramente puede generar una complicación", dice.
"En Europa se está viendo que los espacios públicos y las áreas verdes van a cobrar más importancia post virus porque va a ser el lugar donde se pueda ir cuando se flexibilicen las medidas. ¿Qué pasa si se otorga permiso para un kilómetro de distancia de tu casa, pero no tienes nada? ¿Dónde vas a ir?", se pregunta. "Hay mucha deficiencia todavía en áreas verdes, por lo que va a tener que ser prioridad mejorar el equipamiento", añade.
Para el arquitecto Iván Poduje, por otra parte, los sistemas de transporte no se impactarán tanto porque la gente no podrá mudarse de casa o cambiarse de trabajo tan fácilmente. Las estructuras de los viajes, dijo al periódico, se mantendrán. En tanto, lo que le llama la atención es la forma de vivienda. A su juicio, la "preferencia tan marcada por departamentos respecto de casas, sobre todo en grandes ciudades" debiera "revertirse en parte".
Ciudades más resilientes
Hace dos semanas, el Consejo Nacional de Desarrollo Urbano (CNDU) hizo un foro donde se planteó esa temática: ¿Se pondrá en valor la periferia frente a los espacios de alta densidad urbana? ¿Qué pasará con lo rural? Su presidente, el arquitecto Sergio Baeriswyl, cree que es un área donde sería "temerario" hacer predicciones, pero que sí es evidente que las variables están cambiando.
"La tendencia a poner en valor la vivienda, la casa, la 'ciudad jardín', la periferia o el mundo rural como el mejor modo de vida y como el más saludable está ocurriendo, pero yo pienso que eso es parte del shock posterior al trauma", explica a Emol. Tiene evidencia: después del terremoto de 2010, se vio que las personas no querían vivir en edificios superiores a siete pisos.
"Uno tiene que vivir resilientemente con estas amenazas —terremotos, tsunamis, pandemias— que ciertamente tenemos que atender. Creo que esto nos va a ayudar mucho a mejorar la resiliencia de las ciudades"
Sergio Baeriswyl, CNDU
"Hicimos un seguimiento y eso estadísticamente duró un año, porque después las personas se dieron cuenta de que, en realidad, vivir en un edificio de más de siete pisos no tiene inconvenientes desde el punto de vista telúrico, porque el terremoto ya había pasado y las construcciones son antisísmicas, pero durante un año ese temor se mantuvo. Creo que, en este caso, va a ocurrir un poco lo mismo", adelanta.
Para el arquitecto, que también participó de un debate al respecto en Agenda EmolTV el pasado jueves, todavía estamos en la fase de shock. "Vemos el mundo de una manera distinta y quizás, al principio, la gente se va a ir a los extremos y va a rechazar la ciudad para anhelar el campo —una opción que, por lo demás, es absolutamente excluyente para la gran cantidad de población que tenemos en el mundo—, pero creo que eso es más un efecto postraumático que uno permanente o de largo plazo", añade.
Lo que hace Baeriswyl es identificar variables que están cambiando en la configuración que teníamos del mundo, como el teletrabajo y la movilidad, pero no augura cambios concretos. "Todos conveníamos en poner en valor ciertas cosas, pero en la práctica la complejidad de la vida muestra otros aspectos importantes que hacen que, finalmente, uno tome una línea de equilibrio más bien ponderada", comenta.
"Chile es un país acostumbrado a enfrentar todo tipo de catástrofes. Si nosotros fuéramos tomando decisiones sin ponderar el peso de otras variables, estaríamos permanentemente moviéndonos de un lado a otro, arrancando de la costa por los maremotos, de los edificios por los sismos, hacia los campos por la pandemia", expone. "Al final, uno tiene que vivir resilientemente con estas amenazas que ciertamente tenemos que atender. Creo que esto nos va a ayudar mucho a mejorar la resiliencia de las ciudades", concluye.