La última vez que
Rocky Vega había estado en un hospital público fue hace trece años, cuando su primer hijo nació y a los once días falleció. Por eso no eran un lugar al que quisiera volver. En eso pensaba mientras iba arriba de una ambulancia, camino al Hospital Lucio Córdova, con serias dificultades para respirar. Vega, peruano residente en Chile desde hace 25 años, no sabe con certeza cómo fue que contrajo
covid-19, pero sí sabe que empeoró muy rápido. Sabe, también, lo que le dijo la doctora que lo recibió en el Cesfam Sor Teresa de Calcuta, en San Joaquín: que su saturación estaba muy baja, que corría el riesgo de que le viniera un paro cardiorespiratorio.
En total, fueron siete días los que estuvo internado en el recinto, una semana que le reinfundió confianza en la salud pública chilena. Allí, las médicas que lo atendieron fueron categóricas: esta era una pelea entre él y el virus. "Me dijeron: olvídate de todo lo externo, no te concentres en ningún problema, no pienses en tu trabajo ni en tu familia. Solamente en tu vida y en el virus", recuerda Vega. También tiene presente una imagen vaga de sus dos doctoras conversando detrás de un vidrio, con cara de lástima. Dice que les leyó los labios y que dijeron "qué pena".
"Fueron tres días en los que quise 'tirar la toalla', pero pensé en mi familia y me dije: tengo que seguir luchando. Al principio no podía ni sentarme porque me ahogaba, pero salir de eso y poder controlar de a poco mi respiración fue emocionante", dice en conversación con Emol. Le permitieron volver a su casa el 25 de mayo, dos semanas antes de que el virus volviera a golpearlo, esta vez desde casi 2.500 kilómetros de distancia: en Lima, su padre falleció.
Mientras conversa con Emol, Vega recuerda que su padre habría estado de cumpleaños. "Obviamente no he podido viajar. Lo enterraron el viernes pasado y para mí ha sido muy doloroso, porque he tenido que ver todo el proceso por internet. Para mí, como hijo, que estoy lejos de mi familia, afecta y duele, sobre todo no haberse podido despedir, no haber estado con él en el momento propicio para haber podido cuidarlo, darle un último beso", dice. Su mamá y su hermana, ambas contagiadas, están en proceso de recuperación.
En todo Chile, se calcula que viven más de 250 mil peruanos, el segundo grupo con mayor número de personas en el país después de los venezolanos. A diferencia de quienes vienen del norte de Sudamérica, los peruanos no llegaron hace poco: los grandes procesos migratorios empezaron a fines de la década de los '90 y, desde entonces, miles hacen su vida acá. Hoy, dicen muchos, volver sería como emigrar de nuevo para empezar de cero, otra vez. Por eso la pandemia les genera un dolor doble: están expuestos al virus en un país que ya les es propio, mientras miran con horror cómo el covid-19 se lleva cada vez más vidas en su tierra natal.
Una "bomba de tiempo"
"Es uno de los grupos migratorios más antiguos", explica a Emol la investigadora del Centro de Estudios de Conflicto y Cohesión Social (COES), Carolina Stefoni. "Llevan más tiempo y han tenido espacio para hacer todos los procesos de regularización. Hoy, los problemas que enfrentan tienen que ver con la forma en cómo se han incorporado a la sociedad chilena y el tipo de trabajo que desempeñan", dice.
La concentración de peruanos, especialmente en dos rubros, es alta: con mucha mayor probabilidad, los hombres trabajan en el área de la construcción y las mujeres en la doméstica o de servicio. Lo ha visto Rodolfo Noriega, secretario general de la Coordinadora Nacional Migrante y peruano residiendo en Chile hace 25 años. "Los trabajadores de la construcción están cesantes o han visto suspendidas sus relaciones laborales, pero cuentan con cierto tipo de recursos que te los dan las raíces que vas asentando: conoces el país y puedes desenvolverte", dice.
"Un peruano va a encontrar más oportunidades porque sabe lidiar mejor con la precariedad que un trabajador que recién viene a Chile, que no tiene ninguna referencia en el país y que apenas conoce a dos o tres personas. El peruano pasó el 27-F acá, y lo golpeó, pero igual siguió trabajando"
Rodolfo Noriega
"Un peruano va a encontrar más oportunidades porque sabe lidiar mejor con la precariedad que un trabajador que recién viene a Chile, que no tiene ninguna referencia en el país y que apenas conoce a dos o tres personas. El peruano no, porque ha estado trabajando aquí o allá, en cualquier lugar, ya conoce muchas obras, muchos ingenieros y se puede rebuscar. El peruano pasó el 27-F acá, y lo golpeó, pero igual siguió trabajando. Eso es lo que le está permitiendo lidiar con esto", explica a Emol.
En la práctica, dice Noriega, el trabajador peruano —y en general el migrante— no está haciendo cuarentena. "En los trabajos manuales, la pandemia se carga en términos económicos principalmente a la fuerza de trabajo migrante. Hay empresas que tienen a sus trabajadores de planta con suspensión temporal y que siguen operando con trabajadores a contrata o por empresas de servicios transitorios. Los que pasan a ocupar la faena son los trabajadores más precarios, con más vulnerabilidad, y en este caso son los migrantes. Mientras los otros sectores productivos están viendo una merma en las ofertas de trabajo, acá se está viendo un aumento", asegura.
Noriega dice que se trata de una "bomba de tiempo" que traerá muertes, una realidad que, lamentablemente, abunda entre de sus compatriotas. Cuenta una historia: un trabajador enfermó y como su único síntoma era fiebre se le indicó pasar el virus en su casa. Su mujer lo cuidó durante una semana, hasta que empeoró de forma rápida y murió. "Ella no tenía su residencia regular, por lo tanto fue casi una odisea poder sacarlo de la Posta Central. El cadáver fue incinerado, porque ella no tenía sepultura, y la familia desde Perú tuvo que resignarse", dice.
Trabajadoras sin casa
Para las empleadas de casa particular, el escenario más común ha sido el desempleo. "Muchas, muchísimas se han quedado sin trabajo", cuenta Noriega. "Si habláramos de hace unos 15 años atrás, las contrataban las familias más pudientes del país, pero ahora eso se ha generalizado a personas que tienen un ingreso medio, pero que tienen la necesidad", agrega. Los empleadores, a su vez, han sido despedidos, y con menos ingresos, han optado por desvincularlas.
Así lo confirma Patricia Azabache, que vive en Chile hace 22 años y hoy está a la cabeza de una agencia de empleadas domésticas, donde gran parte de quienes trabajan son de su país. "Muchas han sido despedidas porque las señoras han quedado desempleadas", explica. "La situación ha golpeado a todos los niveles socioeconómicos y se nota cuando las chicas me llaman y me cuentan que quedaron sin trabajo porque sus empleadores quedaron sin trabajo. Yo, que estoy en este sistema, he visto que quienes toman el servicio es porque trabajan. Cuando uno queda cesante, la verdad es que todo empieza a tambalear", añade.
Según la encuesta Casen, parte importante de la población peruana de mujeres vive en el sector oriente, lo que se explica por el trabajo doméstico. "Si pierden su trabajo, ¿dónde van a vivir?", se pregunta Stefoni.
Cuando Azabache decidió venirse a Chile, lo hizo porque su sueldo de enfermera en Perú no le alcanzaba para vivir, y lo hizo pensando en que acá podría desempeñarse en el mismo rubro, pero no fue así. Al llegar, comenzó a trabajar como cuidadora de adultos mayores. Con el tiempo y la ayuda de sus empleadores anteriores, armó su propio proyecto. Las reglas son claras: se trabaja con contrato y con pago de imposiciones según la norma. "A mí me han llegado niñas que trabajan un mes y no les pagan, que las han maltratado", relata.
Es parte del problema para ellas: a menudo, dependen de la voluntad de quien las contrata. Cuando comenzaron las cuarentenas, muchas de las mujeres que trabajaban puertas afuera denunciaron que les exigían ir a trabajar igual, con el riesgo sanitario que implicaba movilizarse por Santiago. Entre quienes trabajan puertas adentro, el panorama es otro: algunas están en cuarentena en la casa donde prestan servicios, pero otras fueron despedidas y, además de quedar sin trabajo, quedaron sin vivienda.
"Según la encuesta Casen, parte importante de la población peruana de mujeres vive en el sector oriente, y eso se explica por el trabajo doméstico", explica la socióloga Carolina Stefoni. "Si pierden su trabajo, ¿dónde van a vivir? Muchas de quienes trabajan puertas adentro arriendan entre varias un lugar donde estar los fines de semana, pero si se quedan sin empleo se arma un problema", expone.
Dejar de ayudar a Perú
La merma en los ingresos repercute también en el país vecino, debido a que muchas personas se vienen para poder ayudar a sus familias. "Parte de los objetivos de la migración es mantener a los hijos en el origen, donde también hay un riesgo de contagio alto. En el caso de Perú, la situación es muy complicada", menciona Stefoni. "Están con un doble problema: sin poder viajar ni ayudar, lo que hay es una sensación de angustia, de estar atrapado".
"La gente, desde acá, no puede hacer mucho", acota Noriega. "Para los que asumieron un rol de soporte de su familia de allá, hoy día ese rol está casi extinto. Si no tienes recursos para sostenerte acá, menos vas a tener para derivarlos a Perú, y es un drama de resultados inciertos. Todavía no tenemos dimensionado el grado en que esto afecta a la comunidad peruana", dice.
Lo que sí tienen claro en la Coordinadora Nacional Migrante es que, además de lo laboral, están expuestos a un riesgo sanitario multifactorial. "Hay una situación de más estabilidad en el riesgo de contagio, que es amplísimo, porque los peruanos viven en situaciones muy, muy precarias: en cités, campamentos, casonas. allí, la posibilidad de contagio es grave por la densidad y el hacinamiento", cuenta.
En la dimensión de vivienda, explica Stefoni, hay "problemas específicos". "Si bien llevan más tiempo que los migrantes de otros países, las soluciones de carácter definitivo tardan más en llegar. No es una población que haya accedido masivamente a subsidios, porque esas son decisiones de largo plazo. Cuando tú migras, aunque termines quedándote 15 años, piensas que va a ser 'por un tiempo'. Decir 'para siempre' y apostar por un subsidio es distinto", añade.
Y los peruanos viven, además, en comunas que concentran muchos casos de covid-19. Del total de extranjeros que viven en Independencia y Recoleta —ambas dentro de las cinco comunas con más diagnósticos a nivel nacional— 35% y 49% respectivamente corresponden a ciudadanos peruanos, según datos de agosto pasado de Extranjería.
Un país bajo presión
El drama en Chile se vive con los ojos hacia el norte. "Allá la crecida de números es lamentable. Ya son números, a uno le cuesta creer que sean personas. Yo nunca pensé que podía un país llegar a tener tantos contagiados, y la verdad es que es triste", dice Azabache. Hasta la fecha, Perú registra más de 7.600 muertes. El país cerró fronteras y decretó confinamiento tempranamente, pero las herramientas no dieron resultado.
Noriega se lo explica así: "Las medidas que impulsó el Gobierno no se han aplicado a cabalidad y esto ha significado la muerte de miles de personas y un contagio masivo, encima de la vulnerabilidad de un sistema de salud con menos recursos que el chileno". Para él, no es del todo extraño. "Es una parte de su dinámica. Perú vive en una situación que yo comparo con un caldero que siempre está sometido a una alta presión, a un fuego alto, que genera constantes estallidos", dice.
"Cuando uno está lejos del ser querido, lo único que busca son noticias, llamarlo, conocer de él, pero hoy nadie quiere recibir una llamada de Perú, porque una llamada de Perú es, prácticamente con un 100% de certeza, una noticia fatal con respecto a algún familiar, y nadie quiere recibir eso"
Rodolfo Noriega
Para los peruanos en Chile, ver noticias de su país es angustioso. "Cuando uno está lejos del ser querido, lo único que busca son noticias, llamarlo, conocer de él, pero hoy nadie quiere recibir una llamada de Perú, porque una llamada de Perú es, prácticamente con un 100% de certeza, una noticia fatal con respecto a algún familiar, y nadie quiere recibir eso", dice Noriega. En su caso personal, ya ha perdido a dos familiares cercanos. "Afecta muy, pero muy fuerte el tema de no hacer duelo ni poder acompañar", señala.
Es el mismo miedo que siente Azabache. Su padre, que tiene más de 80 años, vive en Perú junto a sus hermanos. "Es complejo ver que es latente que un día voy a levantar el teléfono y me van a decir que está contagiado", dice. "Sin ir tan lejos: una de mis cuñadas se contagió, y yo escucho a mi hermana decir que se murió el papá del amigo de su marido, que murió un colega de su trabajo, y mi otro hermano también: que se contagió su amigo con su papá, y el papá falleció. Es gente tan cercana que llega a dar temor", añade.
Para Rocky Vega, ese miedo se materializó poco después de su propia recuperación, cuando le avisaron que su padre había fallecido. La causa de muerte fue oficialmente una neumonía, pero el diagnóstico posterior de su madre y su hermana bastan. A su padre, cuenta, lo ataba un vínculo con Chile: fue diplomático acá y participó ratificando acuerdos de paz entre ambos países. Vega cree que eso ha ayudado a "limar asperezas", y por eso, dice, en su país lo recuerdan. A su padre lo despidieron con honores que él pudo ver a través de su teléfono. Desde la distancia, solamente le queda esa imagen como consuelo.