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El peor momento sanitario vs. el mayor desapego a las reglas: ¿Cómo combatir el hastío tras un año?

Desde las UCI han emanado conmovedores discursos que apelan a la población que se sigue reuniendo pese a que el número de contagios está en un punto crítico. Se trata, para los expertos, de un mecanismo de negación que se puede abordar recurriendo a la influencia del entorno más próximo.

09 de Abril de 2021 | 08:00 | Por Consuelo Ferrer, Emol
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El Mercurio (archivo)
Vestida con su uniforme de enfermera, Natalia Troncoso se paró frente al micrófono en La Moneda y habló con la voz quebrada. "No hay nada más satisfactorio y que me llene más el corazón que decirle a mis pacientes: bienvenido a la vida, eres un guerrero, estás aquí en el hospital, soy tu enfermera; tomar su mano y que con un apretón y una mirada me den las gracias. Por eso sigo, porque quiero verlos despertar a todos", dijo. El discurso de la jefa de la UCI del Hospital Metropolitano era, en cierta forma, una terapia de shock, un llamado de atención.

"Cuando veo noticias de fiestas clandestinas, cuando manejo al trabajo en horario de toque de queda y veo gente en la calle como si nada, cuando veo que les importa nada sacarse la mascarilla adelante de otras personas, me da mucha frustración, porque siento que el esfuerzo que hacemos todos no sirve de nada", dijo. "¿De qué sirve que nos llamen héroes y nos aplaudan si ustedes y sus familias no se están cuidando, si están dando mal ejemplo a sus hijos no respetando las normas de autocuidado? Francamente les digo: gracias, pero no queremos sus aplausos".

"Esto es serio y necesitamos que nos unamos como país. La salud no está en nuestras manos, está en las suyas", advirtió también Troncoso. "La enfermería partió en la guerra y cuando hice mi juramento de enfermera nunca pensé vivir esta pandemia, que ha sido mi frente de batalla", añadió. La guerra como el ambiente en el que habita el personal crítico de salud.

"Es nuestro deber, es nuestra vocación dar la pelea, y si nos dicen: 'A la guerra', nosotros vamos a la guerra", dijo también días antes el médico intensivista del Hospital Clínico de la UC, Glenn Hernández. "No puede ser que una parte del país esté en guerra con el virus y otra parte esté pensando: ¿Qué hago el viernes santo? ¿Un asadito o un mariscal? No. Ya basta. Llegó la hora en que hay que decirle a la gente que estamos en una guerra de verdad", aseguró en The Clinic.

Las palabras de Hernández corrieron como pólvora los días de Semana Santa y su testimonio de lo que se vive dentro de una UCI generó conmoción. "Nosotros pasamos de la épica al agobio. Cuando comenzó esto, antes de entrar a la UCI, nos juntábamos como equipo y decíamos: ¡Vamos con todo! Teníamos esa energía. Teníamos miedo también, por qué no decirlo. Muchos colegas se enfermaron o murieron, pero como teníamos la épica, la sensación de luchar era más fuerte".

Lo que todavía hacen, pese al desánimo y la sensación de estar remando contra la corriente, es una especie de ritual cuando logran desintubar a un paciente. "Es un éxtasis. Nos juntamos todos y hacemos como un grito de guerra, un rito como los neozelandeses. Vamos caminando, juntamos las manos y gritamos alguna cosa. Eso mantiene el espíritu de fuerza", contó.

Lidiar con el temor


"Creo que algo ha pasado en Chile en estas últimas dos semanas y quizás tiene que ver con la entrevista a este médico de la UC", reflexiona la antropóloga Patricia May. "Muchas personas hemos aterrizado el dolor de lo que esto significa. Ya lo traíamos, pero creo que el año pasado teníamos una esperanza. Ahora llegamos al 2021 y estamos en una incertidumbre total, pensando que estamos en el momento más oscuro. Estamos en un momento muy oscuro, no cabe la menor duda, pero no sé si es el más oscuro".

Lo que aborda May dialoga con la realidad que se esfuerzan por hacer visible los funcionarios de la salud. La antropóloga hace referencia a un estado anímico y emocional que predomina en la población luego de más de un año de pandemia: un hastío, una desesperanza, una desazón que está trayendo peligrosísimas consecuencias para la salud pública. Muchas personas, sobre todo jóvenes, ya no muestran apego a las normas de autocuidado y cada vez resuenan más las reuniones clandestinas. Sin una perspectiva clara de cuándo se retornará a la normalidad —ni cuál será la normalidad a la que se retorne—, las actividades de quienes ya no se cuidan ponen en riesgo a todos a su alrededor.

"Algunos jóvenes ya no quieren escuchar más. Hay un fenómeno de inconsciencia y también de negación. Probablemente sus abuelos y algunos de sus papás ya están vacunados, entonces ahora piensan 'que sea lo que sea'"

Patricia May
"A los que somos mayores nos cuesta menos lidiar con estar más tranquilos, con aquietarnos y encerrarnos incluso, pero creo que para las personas más jóvenes, con su natural dinámica de acción, seguramente les es mucho más difícil, entonces viene un hastío con la situación", explicó May en conversación con EmolTV. "Algunos jóvenes ya no quieren escuchar más. Hay un fenómeno de inconsciencia y también de negación, dicen: bueno, que sea lo que sea. Probablemente sus abuelos y algunos de sus papás ya están vacunados, entonces ahora piensan 'que sea lo que sea'. Parece que uno va aprendiendo con los años que a uno también le pasan cosas", agregó.

El fenómeno se relaciona de alguna forma con el temor. "Hemos estado rodeados de un contexto muy adverso y eso produce globalmente un entorno que nos influye anímicamente", explica el psicólogo social de la UC e investigador del COES, Roberto González. "Estamos restringidos de ver a nuestros seres queridos, de poder acompañarnos, de tener momentos de distensión y de realización, que está muy marcado por la vida social. Esos son espacios que nos gratifican, y cuando te ves desprovisto de esto, empiezas a encontrarte con los aspectos que son más dolorosos y que nos recuerdan lo frágiles que podemos ser. Eso genera ansiedad".

"En ese sentido, el temor es una emoción que es muy adaptativa. No tener temor es parte del problema que se ha estado discutiendo ahora: la ausencia de un temor más marcado ha hecho que la gente se relaje más y no respete las cuarentenas. ¿Por qué la gente hace eso? Probablemente es una mezcla de factores, entre otros el deseo de estar con otros, de olvidarse del dolor, la pena y la rabia que produce", apunta.

Cambiar la norma


Lo que existe, a estas alturas, es la noción de que un porcentaje no menor de la ciudadanía no está dispuesto a "cuidar" una forma de vida que no le satisface, y que parece alargarse indefinidamente. "Hay una adaptación muy variable en las personas. Hay gente más flexible en ese sentido y que se expone a situaciones más adversas. Podrían incluso llegar a la opción de decir: no tengo mucho más que perder. Eso es peligroso, porque el riesgo de diseminación del virus si alguien se enferma es brutal, es una trampa terrible. Por satisfacer un tipo de necesidad, que es la de pertenencia y vínculo, tienes el riesgo de enfermarte y enfermar a tus seres queridos", dice González.

Para el psicólogo social, la clave para reconquistar la voluntad de cuidarse efectivamente del virus está en el entorno cercano. "Creo que esto tiene que ver con un aspecto normativo que tiene que estar inserto en el ambiente en el cual uno se mueve. Si percibes que tus padres, hermanos, primos y amigos cercanos están todos protegidos, para ti va a ser mucho más difícil quebrantar la cuarentena que cuando ves que tu entorno cercano es más flexible. Eso quiere decir que la influencia de otros en la propia conducta es muy potente", dice.

"El efecto de los otros opera no porque te digan 'hazlo', sino porque los otros lo hacen y también porque los otros lo valoran. Si en tu familia valoran que te cuides y cuides al rebaño, lo más probable es que para ti va a ser importante hacerlo"

Roberto González
"Las campañas, más que imponerlas, deberían estar focalizadas en mostrar que quienes son importantes para uno lo hacen, porque esos grupos son los más influyentes en la propia conducta. El efecto de los otros opera no porque te digan 'hazlo', sino porque los otros lo hacen, pero también porque los otros lo valoran. Si en tu familia valoran que te cuides y cuides al rebaño, lo más probable es que para ti va a ser importante hacerlo, pero si en tu entorno directo no percibes que esa conducta es valorada, que a la gente le da lo mismo lo que tú hagas o no, entonces estás más propenso a guiarte por la peor conducta", señala.

Las personas, explica González, "tendemos a seguir las normas más de lo que creemos". "La pregunta es cuál es la norma que está predominando acá. Cuando ves que en Santiago salen 4 millones de personas en un fin de semana, ¿cuál es la norma? Salir. Hay un sesgo confirmatorio: la gente tiende a buscar evidencia que corrobora sus propias creencias. Por eso el mensaje de la autoridad tiene que ser súper claro: en el fondo, tú cambias la conducta no meramente imponiendo una sanción —estrategia que no ha sido efectiva— sino que la cambias cuando has instalado una nueva norma", dice.

A pesar de la existencia de ese escenario, Gónzalez cree firmemente que existe uno opuesto entre la gente que sí se apega a las cuarentenas y restricciones. "Siempre vamos a ver descolgados y a ellos hay que sancionarlos públicamente —a la gente no le gusta exponerse a la sanción pública, a menos que vea que son muchos quienes rompen la norma— porque entregan señales equívocas, pero te aseguro que hay mucha gente que sí está cumpliendo la cuarentena, mucha", afirma seguro. "Lo que pasa es que los que no la cumplen se hacen mucho más visibles".

El tiempo del yo


"Es un simplismo decir que la gente que rompe una norma es egoísta, es hacer un juicio moral de algo que es mucho más complejo", dice por su parte el psiquiatra, director ejecutivo de la Fundación ProCultura y académico de la U. Autónoma, Alberto Larraín. "Más que un egoísmo propiamente tal, yo lo vería como un tema de egocentrismo, en términos de lo que yo siento, de posicionarme yo sobre lo que a mí me está pasando y cómo me está afectando", agrega. "Pasamos un poco del 'nosotros' que había inicialmente a enfocarnos en cómo me afecta a mí".

Advierte, también, que detrás del comportamiento humano hay mecanismos complejos que son difíciles de analizar. Pone un ejemplo. "Varios de los estudios de VIH en términos de salud mental demuestran que hay gente que se contagia por desprotección o por falta de preocupación, pero también hay un porcentaje que se contagia porque tienen deseos de morir. Hay un espacio de sufrimiento o de dolor que buscan que tenga consistencia con otras áreas de su vida, entonces buscan inconscientemente el contagio", cuenta.

"Puede ser, aunque no lo sabemos, que haya un porcentaje de personas que rompen la normativa porque efectivamente su pulsión de muerte está exacerbada. Es algo más bien inconsciente que les permite tener consistencia con cómo se sienten internamente"

Alberto Larraín
"Puede ser, aunque no lo sabemos, que haya un porcentaje de personas que rompen la normativa porque efectivamente su pulsión de muerte está exacerbada. Es algo más bien inconsciente que les permite tener consistencia con cómo se sienten internamente", explica. También dice: "Una cosa es decir 'yo no quiero morir' y otra es que alguien pueda decir 'pero tampoco quiero seguir viviendo de esta forma'". El tema, por cierto, es complejo. "Cualquier análisis se queda corto", dice a Emol.

Pero además de eso, Larraín señala que la infracción más general de las normas no puede desacoplarse de un tipo muy específico de infracción: aquella en la que caen quienes salen igualmente a trabajar porque viven de lo que generan en el día. "Ellos no tienen otra opción por la insuficiencia de las ayudas sociales, pero cuando eso pasa obviamente hay otros grupos que sienten que se puede seguir infringiendo la norma", cuenta. "Si el trabajo y la economía son importantes, entonces para mí es importante mi felicidad, ver a mis amigos y poder compartir. Entonces relativizo la norma".

También cuenta otro fenómeno que ha identificado: la incubación de una rabia y un desasosiego que no puede desprenderse del estallido social que precedió a la pandemia. Lo vio con sus ojos el 22 de marzo, cuando estaba en un campamento en Lota que no ha tenido alcantarillado ni agua potable en cien años. "Ese fue el día en el que la subsecretaria Daza habló del delivery. La gente me decía: los que nos dirigen y que toman las decisiones no nos ven a nosotros, no tienen idea de lo que vivimos. Y si no tienen idea de lo que vivimos, entonces no podemos seguirlos".
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