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Andrés Velasco: "Me parece crucial que la nueva Constitución preserve la iniciativa exclusiva del Presidente de la República"

"Los países serios no cambian de Constitución día por medio. Si metemos la pata, las consecuencias nos acompañarán por al menos una generación", dice desde Londres el exministro de Hacienda.

19 de Noviembre de 2021 | 09:16 | Por Francisco Covarrubias, Crónica Constitucional
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El Mercurio
Andrés Velasco es, sin duda, un testigo privilegiado y actor relevante de los para algunos vilipendiados "30 años".

Exministro, académico, fundador de un centro de estudios y de un partido político, lo suyo ha sido convivir entre el mundo de las ideas y la “dura realidad”. Hoy, desde el otro lado del charco, como decano de la Escuela de Políticas Públicas de la London School of Economics, se detiene a una conversación por escrito, sobre el momento constitucional que vive nuestro país.

¿Cuánto se juega Chile en la discusión constitucional?

—Chile se juega mucho en esta discusión. Los países serios no cambian de Constitución día por medio. Si metemos la pata, las consecuencias nos acompañarán por al menos una generación.

¿Qué describe más tu estado de ánimo respecto de la Convención Constitucional: optimismo, escepticismo, pesimismo?
—Estoy pesimista los lunes, miércoles y viernes. Optimista los martes, jueves y sábados. Los domingos no sé qué pensar.

¿Por qué?

—Oscilo hacia el pesimismo cuando veo a parte de la Convención más dedicada a rayar la cancha de la política contingente que a redactar una buena Constitución. Pero vuelvo al optimismo cuando constato que al interior de la Convención está surgiendo lenta, pero seguramente, un grupo amplio y transversal empeñado en escuchar, llegar a acuerdos y hacer las cosas bien. En todo caso, solo queda ser optimista, porque este proceso constitucional puede ser la última oportunidad de reinventar nuestra frivolizada y alicaída política.

¿Cuál es el principal riesgo que ves que la "Constitución de 2022" puede dejar establecido?

—Las constituciones son el marco para el quehacer político de un país. Ponen las reglas para ese elemento de refriega que siempre tiene la política. Por lo mismo, las constituciones son sistemas complejos: sus diversas partes deben calzar y funcionar juntas. El principal riesgo es una Constitución coja, desbalanceada, con reglas que dificulten o impidan la gobernabilidad.

¿Es el excesivo presidencialismo el culpable de los males políticos latinoamericanos?

—Los presidentes de la región son fuertes en el papel, pero débiles en la práctica. Basta con mirar a Sebastián Piñera, que ha podido contemplar, pero no gobernar. Todos esos poderes que en teoría tienen los presidentes latinoamericanos se desvanecen ante la ausencia de una mayoría parlamentaria. La afirmación de moda —que Chile sufre de hiperpresidencialismo— es engañosa en el mejor de los casos y derechamente falsa en el peor de ellos. Dicho de otro modo: el problema no es el régimen político presidencial, sino que su combinación con un sistema electoral proporcional. Esa es una combinación tóxica que no existe en Europa, en Norteamérica, en Oceanía ni en ninguna democracia exitosa del mundo.

¿Qué es lo que se juega en el régimen de gobierno? ¿Qué tipo de régimen debiese adoptar?

—Veo una confusión en lo que se discute hoy en Chile. Los regímenes políticos no son buenos o malos en sí. Funcionan o no dependiendo del sistema electoral que los acompaña y de una infinidad de reglas complementarias, como los incentivos para fortalecer o debilitar a los partidos, la distribución del poder entre la capital y las regiones, el uso de las normas supramayoritarias, etc. Lo más clave es lo electoral. Si se forja un consenso para adoptar un sistema electoral mixto/mayoritario como el alemán, entonces un presidencialismo aggiornado es la mejor opción para Chile. Pero si por razones políticas estamos condenados a continuar con el actual sistema electoral semiproporcional, entonces construir un presidencialismo efectivo y que garantice la gobernabilidad se vuelve cuesta arriba. En ese caso, yo no tendría miedo a contemplar la alternativa parlamentaria. Pero parlamentaria de verdad, no algún híbrido intermedio.

Esta especie de consenso en torno al semipresidencialismo, ¿tiene riesgos?

—A varios amigos mexicanos les he escuchado el siguiente refrán: no se puede saltar un barranco de dos brincos. De un lado del barranco está el presidencialismo; del otro, el parlamentarismo. Ambas alternativas tienen su lógica interna. Los puntos intermedios no la tienen. El semipresidencialismo junta los peores vicios de ambos sistemas y ninguna de sus virtudes. Dos brincos pequeños nos harían desbarrancarnos y caer al abismo.

¿Cómo se gobierna un país en el que hay 20 partidos, como ocurre actualmente? ¿Qué sistema electoral debiera tener Chile? ¿Uninominal, proporcional corregido?

—Todo sistema electoral representa un punto a lo largo de un continuo que tiene a la gobernabilidad en un extremo y la representatividad en el otro. Una alternativa mayoritaria pura facilita la gobernabilidad, pero deja a demasiados actores políticos fuera del Parlamento, con lo que aumenta el riesgo de que concluyan que el único escenario para la política es la calle. Por otro lado, un sistema proporcional nos da 20 partidos y la total incapacidad de legislar y forjar mayorías estables. Eso vivimos hoy. La mejor alternativa es un sistema en que, por ejemplo, 90 diputados se eligen en distritos pequeños e uninominales. Eso tiene la ventaja de crear un vínculo entre representante y representados y reducir el costo de las campañas y el peso del dinero en la política. Al mismo tiempo, 60 diputados son elegidos con criterios de proporcionalidad, en listas cerradas propuestas por los partidos. Algo así nos acercaría a los sistemas exitosos de Alemania, Nueva Zelandia y Japón, entre otros países.

¿Cómo se fortalece el rol de los partidos, sacando esta fascinación por los "independientes" que hay en Chile?

—He participado en política como independiente, así es que entiendo esa fascinación. Pero no hay democracia exitosa sin partidos fuertes. En jerga de economista: los partidos permiten internalizar las externalidades. De otro modo, cada uno anda por su lado y la vida se vuelve pobre, brutal y breve, tal como dijo Hobbes en el "Leviatán". La evidencia internacional sugiere que un partido político obtiene su poder de dos fuentes: o tiene la facultad de confeccionar listas cerradas en las elecciones parlamentarias, de modo que el díscolo quede a la cola de la lista y no tenga posibilidades de reelegirse, o recibe los fondos para financiar campañas directamente del Estado y los asigna premiando la lealtad y el espíritu de equipo de ciertos parlamentarios. En Chile no tenemos ni lo uno ni lo otro, de modo que no podemos sorprendernos si los partidos no cortan ni pinchan. Es clave que la nueva Constitución modifique esta triste realidad.

¿Te hace sentido un Estado plurinacional?

—Por supuesto. Refleja y reconoce una realidad de la que debemos estar orgullosos.

La economía


Se ha centrado la discusión económica en la autonomía del Banco Central, ¿por qué?

—La autonomía del Banco Central obedece a un problema que los académicos han estudiado hasta la saciedad: la llamada “inconsistencia temporal” de la política monetaria. O, en castellano, la tentación de recortar las tasas de interés en exceso y sobrecalentar la economía, lo que a la larga solo provoca inflación y no ayuda ni al crecimiento ni al empleo. La evidencia empírica global es clara y demuestra que los países que tienen bancos centrales autónomos tienen menor inflación y no por ello sufren en las otras dimensiones. Podemos y debemos discutir los detalles institucionales, pero oponerse al concepto de autonomía del Banco Central es como oponerse a la vacuna contra el covid.

¿Te parece que es el aspecto más importante en lo económico?

—Tanto o más importante es la iniciativa exclusiva del Ejecutivo en materia de gasto público. Esta norma, más que ninguna otra, ha permitido que en las últimas tres décadas Chile tenga lejos el mejor desempeño fiscal de América Latina. De nuevo, la lógica que respalda la iniciativa exclusiva surge de un problema híper estudiado: la llamada “tragedia de los comunes”, que parte en la ecología, pero se aplica muy bien a la política fiscal: si cada diputado se beneficia de un adicional gasto para su distrito, pero sus electores solo creen pagar una fracción del costo de ese gasto adicional, entonces todos los parlamentarios tienen incentivos para gastar y gastar sin procurar el debido financiamiento. Y, una vez más, hay muchos estudios empíricos que sugieren que estas reglas de manejo presupuestario son claves a la hora de cuidar tanto la calidad del gasto público como la estabilidad de las finanzas públicas. Me parece crucial que la nueva Constitución preserve la iniciativa exclusiva del Presidente de la República.

¿Es una Constitución una palanca de desarrollo o simplemente establece normas básicas y es la política la que se encarga de aquello?

—La Constitución fija las reglas para la política, para ponernos de acuerdo en aquellos asuntos que son de interés común. Cuando la política anda bien, entonces es mucho más probable que la economía y la sociedad anden bien también. Por el contrario, cuando la política se deteriora, como ha ocurrido en Chile, entonces empezamos a tomar malas decisiones, los retiros de fondos previsionales son solo un ejemplo de una tendencia mucho más amplia, y todo el resto se deteriora. Por eso, es un sinsentido cuando algunos empresarios dicen que no les interesa la política y solo quieren que los dejen trabajar tranquilos. Sin buena política no puede haber buena economía.

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