"Es muy importante, pero no se acaba el mundo", es el mensaje que Ernesto Ottone quiere transmitir a propósito del plebiscito constitucional de septiembre.
El sociólogo, hombre clave del "segundo piso" en el gobierno de Ricardo Lagos y referente intelectual de la centroizquierda, no ha ocultado sus críticas ante la forma en que la Convención viene desarrollando su trabajo. En su diagnóstico, las innovaciones del sistema con que se eligió a los convencionales, sumadas al clima emotivo que se dio en torno al concepto de independencia, derivaron en un órgano donde la extrema izquierda está sobrerrepresentada y la representación de los pueblos originarios también quedó "completamente sesgada". Y si eso ya ponía un punto de interrogación, luego el funcionamiento del órgano constitucional "no solo resultó obedeciendo a ese sesgo, sino que ha ido más allá de todo lo pensado".
En su visión, eso es lo que está detrás de las tendencias críticas que hoy muestran las encuestas: la inquietud ciudadana ante cuestiones como la exacerbación de lo identitario, los ánimos refundacionales y el cuestionamiento a instituciones propias de la democracia liberal, a lo que se agrega una dinámica de confrontación en que "el otro", sea de derecha o de centroizquierda, es un enemigo a excluir.
"La gente es muy sensata. Quiere cambios, quiere una sociedad con niveles de igualdad mayores, pero también quiere estabilidad. La idea de que se dio un mensaje fuerte con lo del estallido social, pero ya hubo cambios en la élite gubernamental y ahora se quiere que las cosas caminen, que haya una nación, que haya un nosotros, que podamos vivir juntos".
—Usted ha dicho que al parecer la democracia liberal es un valor menor para muchos convencionales. ¿Por qué lo señala?
—Porque es verdad. Cuando tú escuchas sus posiciones, no solo lo que sale como artículos aprobados, sino las lógicas de discusión, esa democracia basada en instituciones liberales no aparece en un sector importante, y se da una confusión entre la democracia y sus resultados. ¡Si la democracia es una forma de convivir en la cual los conflictos naturales en una sociedad compleja son resueltos por vía pacífica, a través del diálogo, a través del voto, a través de las instituciones! Pero eso aparece muy poco en un sector por otro lado muy sobrerrepresentado en la Convención.
—Pero dentro de las reglas está que el texto que se proponga deberá respetar el carácter de Chile como una república democrática. ¿No da eso suficiente tranquilidad: saber que van a seguir habiendo elecciones?
—Claro, pero si tú dices una república democrática, repúblicas democráticas hemos conocido muchas. Orban dice que Hungría es una república democrática, Putin dice que Rusia es una federación de repúblicas democráticas, pero él agrega "iliberales"; es decir, que lo democrático está dado porque hay un momento de votación y que la democracia es aquello. Pero la democracia no es eso. La democracia es también que haya elecciones libres, pero es sobre todo que, además de las elecciones, se gobierne con reglas democráticas. Hemos conocido las democracias populares, las democracias protegidas, todos nombres de fantasía que utilizan el prestigio que sigue teniendo la democracia.
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¿Ve émulos de Orban y de Putin?
—No, no es que ellos estén con Putin. Es esta idea de que se requiere una forma de organizar el poder, que llaman “distribución del poder”, pero que al final, cuando se transforma en un vaciamiento de las instituciones democráticas y en formas de un poder desperdigado, deja un espacio enorme para un gobierno con rasgos autoritarios. Cuando tú debilitas instituciones históricas, por ejemplo, ya no más Senado, sino una institución que tiene incluso un nombre menor y a ese nombre menor le quitas atribuciones... También, cosas que han dicho convencionales, como que "el Senado solo sirve para parar los cambios", una visión de que esta es una entidad obstruccionista. ¿Obstruccionista de qué? De ese Chile refundado que no definen mucho
—¿En el gobierno de Lagos no habría sido más cómodo que no hubiera habido Senado?
—Claro. Y habría sido muy cómodo haber tenido alguna vez mayoría en el Senado y en la Cámara. No la teníamos, pero pudimos hacer un gobierno democrático que produjo avances muy grandes en el país. ¿Y por qué se pudo? Porque se trabajaba al interior de estas instituciones. Entonces, en algún momento era en el Senado donde había una comprensión mejor de las propuestas del gobierno y en otros momentos en la Cámara. A veces las mayorías se generaban solo con tus apoyos, a veces tenías que conversar con tus adversarios para lograrlas. Pero ¿qué es lo importante? Que tú tienes una construcción del poder a través de opiniones muy distintas y así puedes avanzar con una suerte de apoyo mayoritario. Tú no puedes hacer grandes reformas si no tienes ese apoyo mayoritario para que esas reformas queden, tengan vida en el tiempo y no cambien cuando cambia el gobierno.
—Usted ha hablado que algunos promueven un cambio de élites con la tentación por parte de esa nueva élite de hacer permanente su posición de poder. ¿En qué lo advierte?
—Lo advierto en lo que estamos conversando, en la discusión constitucional. Yo separo eso del Gobierno; este lleva muy poco tiempo y no sería justo atribuirle un deseo de concentración del poder. No sería correcto. Pero en el debate constitucional yo veo que esos demonios están, esas pulsiones están.
—Asoman cuando tú debilitas las instituciones que los americanos llaman de "checks and balances". Asoman cuando tú buscas formas electorales en las cuales puedes ir generando un debilitamiento de los partidos por formas movimientistas que al final terminan siendo partidos políticos con posiciones extremas. Cuando no aceptas la opinión del adversario, cuando todo lo que dice el adversario está mal. Cuando a personas progresistas y moderadas, que con conocimiento de causa advierten cosas, y esa advertencia es considerada una posición poco audaz, poco progresista, y todo se lee entre buenos y malos. No quiero decir que la Constitución que se está discutiendo no es democrática. Lo que quiero decir es que en el proceso de debate ha habido tentaciones en términos de posiciones que el mismo Presidente de la República llamó partisanas y que esas posiciones tengan instituciones que les permitan llevar adelante su voluntad refundacional.
—Usted tiene dudas del concepto de plurinacionalidad. ¿Por qué esas dudas?
—Sin duda hay en Chile pueblos originarios, con sus culturas, pero tengo dudas de que alcancen o hayan alcanzado históricamente un rango de nación, que involucra elementos políticos que preceden al Estado. Tengo dudas de que se hayan constituido en Chile naciones distintas a esta nación chilena que se ha ido conformando con los pueblos que estaban originalmente, con las migraciones y sobre todo con un enorme mestizaje. Por supuesto que existe un pueblo mapuche, muy importante, pero de ese pueblo, una parte vive en comunidades y una gran parte vive en ciudades y completamente mestizado. Y después hay pueblos pequeños que fueron, por decirlo así, llegando a este Estado, el pueblo rapanuí, otros del norte. Esos pueblos por supuesto que son parte de esta nación. Entonces lo plurinacional no me parece que es la mejor definición para caracterizar la realidad de nuestra historia y de nuestro presente.
—Hay gente que dice que cuando vengan los derechos sociales se va a producir la reconciliación entre la Convención y la ciudadanía.
—Yo tendría mucho cuidado con esas afirmaciones. ¿Qué se está diciendo? "Cuando le digamos a todo el mundo que hay chocolates para todos, se va a arreglar la cosa". Me parece una falta de respeto profunda por la ciudadanía, como que la libertad no cuenta, como que las instituciones no cuentan. Por otra parte, yo no sé cómo se van a financiar esos derechos. Por algo decimos que los derechos civiles y políticos son inmediatos, existen o no existen. Pero los derechos sociales, los derechos económicos, son graduales, porque uno no le puede pedir a Honduras lo mismo que a Alemania. Para eso tiene que haber desarrollo. También tiene que haber distribución, pero con la sola distribución no hay país que haya logrado resolver los dos problemas, el de la igualdad y el de la libertad.
"La libertad es inmediata, tú la reconoces o no la reconoces. Pero una mayor igualdad se construye y por eso es un proceso. Entonces, cuando tú piensas en una Constitución que sea mejor que la que tenemos, que no es la de los cuatro generales, ya ha tenido 257 artículos cambiados, pero que de todas maneras tiene aspectos débiles, esa Constitución tiene que ser mejor que la que hay ahora; si no, ¿qué sentido tiene cambiarla?".
—Se ha instalado precisamente el eslogan de que cualquier Constitución va a ser mejor que la de los cuatro generales...
—Basta pensar un poco para desecharlo. Primero, porque la Constitución de los cuatro generales no es de los cuatro generales. Hay 32 años de historia democrática, y hay también un conjunto de cambios. Insuficientes, por cierto, y ahí hay responsabilidades de quienes se opusieron, la derecha que tenía un rechazo a provocar cambios. Podríamos haber logrado ir construyendo una Constitución y no se logró, pero la que se proponga tiene que ser una Constitución mejor. Lo otro es un pensamiento simple. Un pensamiento ideologista, en el sentido de la ideología como falsa conciencia, como decía Marx.
—¿Hay un riesgo de que la Constitución que nos proponga la Convención sea peor?
—Mientras siga el proceso, no hay que cejar en la posibilidad de que, pese a que hay en la Convención una cierta correlación de fuerzas, haya una actitud por parte de las fuerzas políticas, de la ciudadanía y que todo eso pueda ayudar a que finalmente tengamos una Constitución que tenga los elementos básicos para que podamos decir: somos una sociedad democrática, una sociedad que tiene los elementos para desarrollarse. No hay que cejar en eso y no hay que plantearse situaciones de conflictos insuperables. Pero entiendo que eso es muy difícil, porque he señalado antes todas las dificultades que he visto.
"Esto significa también un compromiso del Gobierno, que le tome el peso a lo que significa entrar en una situación de inestabilidad. Y ello en un mundo donde la región de América Latina ha retrocedido y la misma situación internacional es inestable. Los países medianos como los nuestros pueden soportar una cierta carga de conflictos, pero no pueden soportar una carga de conflictos que los paralice".
—¿El Gobierno es el que puede "salvar" el proceso?
—La Convención es autónoma, pero no autárquica. Nada es completamente autónomo en una democracia. Siempre hay opiniones, un debate que va generando el resultado final. En ese sentido, el Gobierno sigue teniendo un rol muy importante, como pueden ayudar muchas opiniones. Ha surgido, por ejemplo, la voz de Cristián Warnken con los amarillos, que es una cosa más bien de centroizquierda, que plantea alertas frente a los problemas, con un tono que no es de conflicto y a mí me parece valioso eso.
—Y la idea de la tercera alternativa, ¿tiene viabilidad?
—Creo que una tercera alternativa puede generar una tremenda confusión. Hay que ver cuál es el resultado y cómo se administra con serenidad para continuar en democracia. Si finalmente es muy importante la Constitución de un país, pero no es el país. Son los países los que crean constituciones, no las constituciones las que crean países. Ninguna Constitución te mata o te hace vivir. El resultado tiene que ser administrado para poder seguir desarrollando una convivencia democrática, que no nos haga entrar en un período de conflicto y decadencia, sino en uno de progreso, de desarrollo.