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Alfredo Jocelyn-Holt, historiador: "Esta Constitución va a requerir un par de dictaduras para afianzarse"

Escéptico frente al proceso y a quienes proclaman su supuesta excepcionalidad histórica, el académico afirma que la Carta que propondrá la Convención "comparte con las otras anteriores un origen violento impúdico. En la de 1980 se daba por contado, en este borrador se le declara validado desde el Preámbulo".

10 de Junio de 2022 | 08:17 | Por Álvaro Valenzuela Mangini, Crónica Constitucional
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La Segunda
No pertenece Alfredo Jocelyn-Holt a la categoría de los complacientes. Lo saben sus alumnos de Historia Institucional en la Facultad de Derecho de la Universidad de Chile, y lo atestiguan libros y columnas. Crítico de la transición en tiempos en que aquello tenía algo de herejía, no fue parte sin embargo de los intelectuales que, luego de los hechos de 2019, se subieron al carro octubrista.

Tampoco pertenece al grupo de quienes vieron en el Frente Amplio una esperanza de renovación. Al revés, conoció la “prehistoria” de esa coalición en los patios de Pío Nono y se enfrentó a buena parte de sus colegas académicos, denunciando la "colusión" con alumnos en la decisiva toma de 2009. Esa historia la registró en su libro La Escuela Tomada (2015), considerado por algunos como lectura obligatoria para entender el actual panorama político, proceso constitucional incluido.

En la época de mayor exitismo en torno a nuestra transición, usted levantaba una voz crítica y hablaba de un país en que se había impuesto el transar sin parar. Sin embargo, nunca se entusiasmó con el 18 de octubre o con la idea de que "Chile despertó". ¿Por qué? ¿No vio allí una confirmación de esa visión crítica?

—Es que en aquel entonces las autotraiciones de quienes alguna vez habían sido revolucionarios en los años 60 y 70 eran francamente obscenas, una desatada lucha por el poder, y eso que la política se supone que es su limitación y freno. Por eso mi predisposición a dudar. También de esta nueva prole de izquierda que ya conocemos, y de la que cabe esperar distintas posibles alternativas. Puede que sigan identificándose con el 18-O, y no dejen de seguir aplaudiendo a extremistas. Eso a pesar que Walter Benjamin, en su tesis séptima sobre la filosofía de la historia, les advierta a los materialistas históricos acerca de actos de barbarie que pretenden dar sentido político o cultural. Ni el bombardeo de La Moneda ni la destrucción del metro de Santiago aconsejan tenerse como anuncios de algo eventualmente positivo. Puede suceder, en cambio, que se les acabe el entusiasmo con los incendios y barricadas, y se vuelvan también amarillos. En fin, ante escenarios así de enredados, no es que yo, al relatar, comentar o criticar, esté siendo incoherente. Son los sujetos históricos con aspiraciones de poder, que zigzaguean o alimentan hogueras para sobrevivir, los de cuidado. Y, quiérase o no, los historiadores estamos obligados a ser mensajeros de tales noticias.

¿Cuánto de lo que pasó a partir de octubre de 2019 le hizo recordar los hechos que relata en La Escuela Tomada? ¿Se puede afirmar que esos episodios anticipan parte de lo que luego hemos vivido, desde lo más obvio —Boric Presidente— hasta las prácticas asambleístas, el avance de lo identitario o la influencia de figuras como Fernando Atria?

—Las pesadillas tienden a ser recurrentes. La Escuela Tomada trata en retrospectiva la toma en Derecho de la Universidad de Chile en 2009, y cómo se anticipó a las protestas del movimiento estudiantil el 2011. Hace rato, por tanto, que ha quedado al descubierto en lo que están y lo que siguen proponiéndose. Lo más grave de esa toma fue que estudiantes se coludieran con profesores de diversos tintes, de derecha a concertacionistas. De ellos aprendieron a jugar sucio, pasar a llevar el funcionamiento de la universidad, desnaturalizarla, chantajear con medidas de fuerza, y comprobaron cuán fácil era apropiarse y descomponer una de nuestras principales instituciones públicas... Si aquella toma fue como sacarse tres coloradas en un examen ante una comisión de profesores cínicos, Atria para nada el único. Siguieron después con el Congreso, desde donde pavimentaron el camino para una Convención Constituyente, y se han hecho ahora del Ejecutivo.

Podría argumentarse que es una generación exitosa: conduce el país y puede definir nuestro orden constitucional.

—En cuanto a la toma de poder, por cierto que se les puede percibir como exitosos. Pero uno sigue con ese criterio, y lo habrían sido también la dictadura y todas sus "trampas". ¿Por qué, entonces, tanto afán por hacer repetir la historia, forzándola? Viene siendo insostenible, filosóficamente hablando, de que esta por sí misma se repita. Otra cosa es que se piense míticamente, en cuyo caso está permitido plantearse en términos fatalistas, y se nos convenza de que estamos condenados a un destino ciego y pantanoso. De hecho, se ha puesto de nuevo de moda la antropología. Hasta el CEP anda en esa onda, aunque machitunes en vez de Hayek y Friedman en Sótero Sanz 162, Providencia, son un tanto incomprensibles.

¿Cómo observa la relación entre la expresión política de esa generación, el Frente Amplio, y el PC? ¿Quién gana ahí?

—A primera vista asombra. No hay nada menos millennial que el Partido Comunista, una máquina apegada a esquemas conspirativos, estratagemas y disciplina militar, que lo siguen remontando a 1917. Por el otro lado, un Frente Amplio, al que podría asimilarse a la Nueva Izquierda de los años 60 y 70, indisciplinada, fóbicamente contraria al autoritarismo del Partido Único, y que el PC, por su parte, la calificaba de infantilismo izquierdista, cuando no de fascista. Una relación entre esos dos tipos es altamente combustible. Con todo, por qué habría de importarles a los comunistas. En Chile siempre han funcionado adentro y fuera del sistema, nunca sin dejar de recurrir a esta táctica cuando participan en gobiernos. De modo que lo único que explicaría semejante conjunción entre enemigos potenciales es la ineptitud de las restantes fuerzas partidistas en parar un frente amplio así de insólito, convencidos que la Guerra Fría se terminó, aun cuando parecen ignorar que perduran los Putin, norcoreanos, cubanos, peronistas, y comunistas chilenos.

Usted ha escrito de una izquierda que porta un fracaso histórico y lo escenifica. ¿No viene a ser este proceso constitucional la revancha de eso, la posibilidad de asestar el gran golpe contra "el sistema"?

—La izquierda chilena suele ser revanchista porque le ha ido pésimo ya antes y, más complicado aún, cargan con una predisposición suicida enfermiza. Si lo que se proponen es terminar con el capitalismo, y es a ese "sistema" que se refieren, hasta ahora no se la han podido, tampoco en China, por tanto, no veo cómo van a revertir tamaña historia previa. No basta con que el voluntarismo quiera cancelar esa historia. El progresismo liberal probablemente seguirá sacando ventajas de su probada experiencia acomodaticia; posee un formidable instinto de sobrevivencia. Nada impide, además, que Boric y su gente terminen siendo amarillos, más aún si lo llevan en su ADN.

Se ha vuelto un argumento incontrovertido, incluso para partidarios del Rechazo, afirmar que la que elabora la Convención sería nuestra primera Constitución realmente democrática, sin pecados de origen. La campaña del Gobierno habla de "hagamos historia". ¿Cómo observa aquello un historiador? ¿Hay una diferencia radical entre los orígenes de esta Constitución y los de todas las otras que hemos tenido?

—En la disciplina histórica no existen los argumentos "incontrovertidos". Uno se deja llevar por dogmatismos y rigideces de esa índole e invita revisionismos. En los años 90, el consensualismo entre la derecha y la izquierda parlamentaria se presentaba a sí mismo como indisputable. Algunos lo siguen sosteniendo cuando afirman que fueron los mejores 30 años de nuestra historia —es decir "se hizo historia"— y vea usted en qué hemos terminado en estos días, ¿sin relación alguna con lo que venía de ese entonces? En cuanto a esta nueva Constitución, es notorio que comparte con las otras anteriores un origen violento impúdico. En la de 1980 se daba por contado, en este borrador se le declara validado desde el Preámbulo.

Usted escribió a poco del acuerdo del 15 de noviembre: "Nada hay más descriteriado que haber desechado la Constitución, buena o mala". ¿No es una paradoja que aquello lo haya afirmado un crítico de los 30 años, y que en cambio políticos de centroizquierda y figuras protagónicas del período celebraran la caída de "la institucionalidad de Pinochet"?

—Lo señalé respecto de Piñera y Evópoli, en un contexto en que no estaba claro si el 18-O se debía a terrorismo. Incluso pretendían estar más "evolucionados" que antiguos detractores de la Constitución. De nada, sin embargo, les sirvió. En lo personal, siempre he sido crítico de la Constitución de 1980, nunca he defendido otra cosa que una salida moderada. Pero que Piñera ofreciera la Constitución a cambio de nada siempre me ha parecido más que ingenuo.

Muchos hoy afirman que el camino para superar nuestros problemas es recuperar el espíritu del 15 de noviembre de 2019. ¿Le parece acertado? ¿Puede ser el "noviembrismo" el que nos salve?

—No convence la vocación institucional del "noviembrismo", no si a lo que ha conducido es a anular toda una experiencia política acumulada de más de doscientos años. Fue al “noviembrismo” al que se le ocurrió que el Congreso renunciara a ejercer el poder constituyente, y también disparatado enfrentar una revuelta con vagas esperanzas de rediseño partiendo de una página en blanco. ¿Ingenuidad o pistola sobre la mesa?

Lo he visto lamentar la falta de "grandeza" durante este período. Seguramente muchos que sienten estar protagonizando una gesta épica disienten de su juicio. ¿En qué se advierte esa ausencia de grandeza? ¿Hay actores que encarnen aquello?

—La épica en Chile tiene estándares previos con qué compararse: la tradición bélica desde la guerra de Arauco y el acierto poético de Ercilla, pasando por la Independencia y la guerra del 79. Aquí lo más cercano a un actuar guerrero es la “Primera Línea” aclamada en el Congreso Nacional. El otro gran momento épico —más de izquierdas y menos nacionalista— ha sido la época de la DC y la Unidad Popular, con la que tampoco este remedo actual se compara. La Alameda vandalizada a punta de grafitis, ¿equivale a la épica que encontramos en el Canto Nuevo, la gráfica de la UP, la antipoesía y el cine de entonces? No confundamos montaje escénico táctico, "performatividad", con épicas indiscutibles.

También dijo en una entrevista que, a diferencia de su señora, Sofía Correa, "no les doy a las constituciones gran importancia". ¿A qué aludía? ¿Puede terminar siendo este proceso constitucional menos trascendente de lo que sus protagonistas creen?

—La cantidad de experimentos constitucionales en América Latina sin resolver problemas y añadiendo otros tantos en vez, da motivo como para ser escéptico. Estudié y enseño desde hace décadas en Pío Nono, y no termino por asombrarme de que actuales y futuros abogados, uno que otro "jurista", no entiendan que el derecho sea más sentido común —principios generales del derecho— que norma emanada de autoridad competente. Esta Constitución, vengo sosteniendo, va a requerir un par de dictaduras para afianzarse, al igual que con los estados de excepción bajo la Constitución de 1833, los presidencialismos autocráticos de Ibáñez y Alessandri respecto a la del 25, y ni digamos la del 80.

¿No es contradictorio ese escepticismo respecto de las constituciones, con su preocupación respecto de puntos específicos del borrador, como la plurinacionalidad?

—El plurinacionalismo es un artificio teórico y propuesta ideológica, muy de universidades convertidas en trincheras de izquierda. Agreguémosle que por muy plural que se plantee sigue siendo nacionalista, sectario, xenofóbico, totalitario, y no es descartable que conduzca a posibles conflictos nacionalistas entre "el pueblo" chileno y las restantes "naciones". Desde ya llevan una conflictiva coexistencia en la contradictoria redacción de los artículos 4 y 5 del borrador actual.

¿Qué es en definitiva lo que se juega en este proceso y en el plebiscito? ¿El desenlace de nuestra crisis, como algunos sostienen?

—Se supone que estamos en crisis desde 1900 si le creemos a Enrique Mac Iver; de nuevo en 1910, cuando lo plantean algunos figuras del Centenario; otra vez en los años 30, con la depresión económica; en los 50, inflación mediante; en los 60 y 70; en dictadura durante 16 años; de nuevo, según otros, a fines de los 90; y ciertamente desde el 2011. Que esa crisis más que centenaria la vayan a resolver quienes actualmente ensayan gobernar es dudoso. No impresionan como suficientemente capaces. En situaciones así, quizá sea mejor dejar a un lado supuestos conformismos buena onda mainstream, y hacerse acompañar de un imprescindible realismo aunque parezca pesimista e híper crítico.

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