SANTIAGO.- Expuestos a bajísimas temperaturas y a condiciones climáticas extremas, los líquenes que crecen en la Antártida pueden convertirse en la esperanza para combatir las "superbacterias", resistentes a los antibióticos y que se están convirtiendo en una nueva amenaza para la salud humana.
Dominantes en la flora terrestre antártica, los líquenes -surgidos de la simbiosis entre un alga y un hongo- producen gran cantidad de compuestos, conocidos como "metabolitos secundarios" para sobrevivir en hábitats inhóspitos.
Sus propiedades resultan útiles en ambientes polares y de alta montaña, entre las que se encuentran la protección contra radiación ultravioleta, actividad antioxidante, antimicrobiana o anticancerígena.
Los científicos chilenos Angélica Casanova-Katny, Xabier Villanueva y Gerardo González-Rocha estudian estas propiedades para crear un antídoto para las bacterias multirresistentes, que según la Organización Mundial de la Salud (OMS), pueden matar a 10 millones de personas para 2050.
Pero no todos los líquenes que crecen en las rocas, los musgos o la tierra del continente blanco tienen las mismas propiedades, dice la ecofisióloga Casanova-Katny a AFP.
Entre los líquenes procedentes de la península Fildes, en la isla Rey Jorge, uno de los más efectivos ha resultado ser el H. lugubris, que se ha probado contra dos cepas bacterianas resistentes a los antibióticos (Kocuria rizophila ATCC 9341 y A. baumannii ATCC 19606) y contra varias cepas clínicas de 'Acinotebacter baumannii', un importante patógeno hospitalario multirresistente a los antibióticos.
Arma poderosa
Entre los compuestos que forman el extracto primario hallado en este tipo de liquen se encuentra el atranol -utilizado para elaborar perfumes-, un metabolito con potencial utilidad antibacteriana en medicina.
Aunque la mayoría de las plantas producen estos metabolitos secundarios, la cantidad producida en estos líquenes es muy superior (ronda los 700 frente a los 200 de las otras plantas), señalan los autores del proyecto.
"Los líquenes son difíciles de estudiar, de identificar y cultivar, por lo que fue una novedad el haber encontrado atranol", dice Casanova-Katny.
No obstante, las pruebas en el Laboratorio de Investigación en Agentes Antibacterianos, de la Universidad de Concepción, están en una fase inicial.
Luego habrá que sintetizar las moléculas de forma artificial en laboratorio y realizar pruebas en animales, antes de convertirlas en antibiótico. Y para ello, lo principal es "convencer a las empresas farmacéuticas para que inviertan" en el proyecto, dice la científica.
El camino para que un antibiótico "llegue en una cajita a una farmacia dura al menos 10 años", agrega.
A la dificultad de sacar al mercado un nuevo antibiótico, se suma otra para los científicos, inherente a esta flora antártica que crece muy lentamente y cuyo cultivo in vitro ha resultado difícil. Para algunas especies, imposible.
Por eso, los científicos alertan de que es "importante" que la investigación en productos naturales obtenidos de organismos antárticos sea una herramienta para favorecer y mejorar su preservación y "no una excusa para depredar uno de los últimos lugares más prístinos en la Tierra".
Uso abusivo
Las bacterias son los microorganismos más antiguos y eficaces que existen en la Tierra. Se estima que surgieron hace casi 3.600 millones de años y son capaces de adaptarse prácticamente a todas las condiciones ambientales.
Aunque son imprescindibles para la vida del planeta y de gran importancia para el ser humano, un pequeño porcentaje de bacterias patógenas son letales. Desde el descubrimiento de la penicilina en 1929 por Alexander Fleming, han sido combatidas por antibióticos, pero algunas se han hecho resistentes o escapan al efecto de los antibióticos convencionales.
Entre estas últimas están las que desarrollan biopelículas, una comunidad de bacterias rodeadas de una capa protectora de sustancias poliméricas extracelulares como azúcares, proteínas o ADN, que crecen adheridas a superficies o en interfaces sólido-líquido y causantes de la mayoría de las infecciones. Y éstas son precisamente el objetivo de las investigaciones sobre los líquenes antárticos.