Sale a recibirlo su hija Elisa, de cinco años. Corre, se le cuelga del cuello, lo besa, lo abraza y Álberto Daiber responde subiéndola a sus brazos y llenándola de besos. Ya está en pijama, pero no deja de revolotear alrededor de su padre. Más tarde, es el turno de Juan, el más chiquitito, de sólo dos años. Roberta, de cuatro, ya duerme.
Son los tres hijos de su unión con Claudia Vial, su segunda pareja, quien no llega todavía de la Universidad Padre Hurtado, donde estudia periodismo.
Del primer matrimonio tiene cuatro hijos más: Tomás (26), actor; Martín (24), licenciado en arte; Fernanda (21), estudia educación física, y Diego (17), que está en el Saint George.
-¿A ninguno le gustó la medicina?
“A los mayores, no. Son más bien artistas y trabajamos juntos en las películas que estoy haciendo”
-¿Cómo es la relación con tus hijos?
“Parezco gallina con pollos, ¡soy lo más maternal que hay!, vivo preocupado de ellos, de dónde andan o qué están haciendo. A veces les molesta que los llame tanto, porque ya están grandes”.
Aunque a primera vista parece que estuviera tomándonos el pelo, durante la entrevista demuestra que es realmente así. Se para y saluda a Fernanda que va saliendo con una amiga, habla por teléfono con los mayores, manda unos frascos de exámenes para otro.
No se inmuta cuando los más chicos entran y se le suben encima.
Hace una pausa y cuenta que pasó un gran susto con Juan, porque hace unos meses se cayó del segundo piso. ¡Casi me morí!-dice- afortunadamente no le pasó nada, salvo algunos moretones”.
-¿Los regaloneas mucho?
“Todos mis hijos han sido tremendamente regalones y malcriados, pero ya aprendí con los mayores que a veces hay que tener mano dura”.
-En el día a día ¿te involucras en sus actividades?
“¡Claro! Me levanto como a las 6:30 de la mañana para tomar desayuno con los más chicos; dos días a la semana los llevo al colegio y al jardín. Voy a reuniones de padres, trato de participar lo más posible.
“Además cocino habitualmente y hago los almuerzos de fin de semana”.
-¿Mudaste alguna vez?
“A los más grandes. Con estos chicos, ¡ni por nada! Los beso y los abrazo, eso sí”.
-¿No crees en roles predeterminados, entonces?
“Soy lo más abierto posible, no creo en los caminos que atan a la gente. Cada uno tiene que hacer lo que le gusta y para lo que sirve.
“Tampoco creo en la manera europea de ver las cosas, con cupos femeninos y cosas así. ¡Me parece fatal!¡Es alimentar mujeres estúpidas!, que no son capaces de ganarse su propio lugar”.
-¡¿Cómo?!
“El discurso se va generando en la convivencia y las mujeres, por su capacidad intelectual, tienen que ser más brillantes y más pillas que los hombres. Eso no es tan difícil.
“Tengo una visión mucho más tétrica del género masculino: muy cerrado. Se ha debilitado por falta de training intelectual, de relaciones interpersonales; sólo manejando las cosas en un carril, poco abierto a conversaciones distintas y a mundos distintos. Las mujeres tienen una capacidad de metamorfosis, de cambio, que tienen que aprovechar”.