Hace un año Fancy Cabello (33) decidió cambiarse de casa. Aunque llevaba más de una década viviendo en el mismo condominio, conocía a todos en su barrio y estaba ubicada a diez minutos del colegio de sus tres hijos,
un brusco cambio en la personalidad de su hijo Felipe la obligó a tomar esa determinación. El culpable: Nacho, el hijo menor de uno de sus vecinos. Un niño de trece años que, además de convertirse en la peor influencia de Felipe, trastornó todo su orden familiar y transformó su casa en un verdadero campo de batalla. "De ser un hijo bien tranquilo, Felipe pasó a ser altanero, irrespetuoso y muy irritable, desde que se empezó a juntar con este niño, que tenía fama de complicado y conflictivo. Cambió notablemente su vocabulario y empezó a hablar todo el día de cosas de la cintura para abajo y a pelear con todos los demás niños. Además, se puso tan violento, que una vez dejó que su amigo le pegara a mi hija menor. Cuando quise retarlo me dio miedo y descubrí que mi hijo ya no era el mismo", recuerda Fancy.
Amigos extremos |
Hace tres años, cuando recién tenía 17, Soledad (prefiere no dar su apellido) conoció a su amiga Valeria en una fiesta en la casa de unos vecinos. Hasta entonces siempre había sido una niña tímida y sólo se juntaba con sus dos hermanas mayores que la arrastraban a las casas de sus amigos. "Valeria tenía 19 años y cultivaba un estilo dark, se vestía de negro y escuchaba un tipo de música que me gustó de inmediato. Además tenía una personalidad muy fuerte y se notaba que mandaba dentro del grupo. Me llamó la atención y me acerqué a ella, y como le caí bien, empezamos a juntarnos y nos hicimos inseparables".
Valeria no tenía familia en Santiago y esto permitió pasar la mayor parte del día en casa de Soledad. Ahí planeaban salidas a lugares que Soledad no conocía, a fiestas más alejadas de su barrio. "Como ella manejaba una plata que le mandaban para vivir en Santiago, me costeaba todos los carretes. Eso hacía que me sintiera culpable y la dejaba pasar todo el tiempo en mi casa, incluso que durmiera en el sofá. Al principio, mi mamá y mis hermanas le tenían cariño y no ponían problemas, pero después las cosas cambiaron. Se alargaron las salidas y comencé a tomar de más; lo peor fue que también me enseñó a jalar y en mi casa comenzaron a darse cuenta. Empezaron las discusiones y mi mamá me pidió que la echara. No lo hice, porque se hacía la víctima y me amenazaba con que se haría cualquier cosa. Durante el año y medio que duró su amistad, Soledad terminó completamente alejada de su familia. "Estaba aferrada y dejaba que me metiera cosas en la cabeza, me decía que no tenía que hacerle caso a mi mamá y que la insultara". El final llegó cuando Soledad encontró a su mamá llorando luego de una discusión y prácticamente perdió sus estudios. "No podía más. Me di cuenta de que todo estaba mal cuando caí en depresión por las mismas drogas que tomaba. Estuve en tratamiento con sicólogos y siquiatras, porque incluso traté de suicidarme; me intoxiqué con pastillas y caí al hospital. Asumí que estaba haciendo sufrir a mi mamá y a mis hermanas. Antes no estaba consciente del daño que esta amiga me hacía. Incluso cuando estaba haciéndome el tratamiento, ella me llamó para decirme que estaba haciendo puras leseras, pero no le creí".
Para Ramón Florenzano, la experiencia de Soledad grafica claramente los extremos a los que puede conducir una "mala junta". Sin embargo asegura que los padres deben ser cautelosos a la hora de calificar de peligrosas la conducta y las amistades de sus hijos. "Una conducta de riesgo es difícil de definir y depende de lo que cada familia establece como potencialmente peligroso. No hay que caer en el extremo de la sobreprotección o espantarse porque se encontró al hijo fumando o alguna vez no respetó un horario de llegada. Muchas veces son procesos naturales de su edad. Hay que fijarse en hechos objetivos, como consumir alcohol excesivamente antes de los 16 años; a esa edad su cerebro no está preparado para procesarlo". |
Felipe tiene 12 años, pasó a séptimo básico y es el mayor de tres hijos. Siempre se caracterizó por ser algo retraído, tener pocos amigos y pasar mucho tiempo en su casa. Aunque con Nacho se habían criado juntos, nunca fueron muy unidos, hasta que repentinamente comenzaron a pasar todo el día juntos. Al principio, esta amistad no extrañó a nadie, pero fue complicándose gradualmente. Cuando Fancy notó que sus juegos se llenaron de groserías, actitudes violentas y descubrió que miraban películas "cochinas", conversó con su hijo, pero no logró ningún cambio. Al contrario, además de no escucharla, Felipe
empezó a pasar mucho más tiempo con su amigo y a hacer todo lo que éste le decía. Luego decidió hablar con la madre de Nacho, pero la reacción no sólo fue negativa, sino que además la dejó completamente peleada con su vecina.
Decidió que la mejor forma de remediar el problema era separarlos. "Al principio, no estaba segura de estar haciendo lo correcto, pero sabía que la conducta de mi hijo no era la adecuada y estaba empeorando. Sé que resulta fuerte acusar a otro niño por su mala conducta y durante mucho tiempo él no entendió nuestra idea; ahora, luego de un año, creo haber hecho lo correcto, porque mi hijo volvió a comportarse como un niño de su edad".
Aunque grave, el problema de Fancy con Felipe no es un caso aislado. La adolescencia, además de ser un período de cambios individuales complejos, también marca una nueva etapa en la vida social. Una encuesta realizada en Santiago por Cimagroup asegura que
los jóvenes entre 13 y 18 años pasan, en promedio, tres horas y doce minutos con sus amigos y, como los adolescentes pasan tanto tiempo con sus pares, muchos terminan acercándose a grupos o personas que los influyen negativamente. Así comienza a rondar el peligro de las "malas juntas", un tema que preocupa a los padres especialmente en el verano, época en que los jóvenes están más abiertos a hacer nuevas amistades, en la playa, malls, plazas.
Según el sicólogo de la Universidad Católica Rodolfo Núñez, como en esta edad los niños están estructurando su identidad, el juicio de sus pares se trasforma en algo fundamental dentro de su desarrollo como personas.
"En el fondo, nuestros hijos terminan de ser criados por sus amigos", afirma el especialista.
Los amigos se convierten en una segunda familia. Un grupo de pertenencia que debería ayudarlos a desarrollar valores positivos e influyen en planos que van desde la entretención hasta su desarrollo afectivo. Sin embargo cuando estas amistades sobrepasan los límites, se transforman en malas influencias. Rodolfo Núñez es categórico:
"Los problemas comienzan cuando las conductas de los amigos tienen un impacto negativo en el desarrollo de los cinco pilares básicos de la formación de su personalidad: los aspectos emocional, social, intelectual, físico y moral. Estas áreas son sobrepasadas cuando empiezan a dar señales, como un abrupto descenso en rendimiento escolar o inicio de actitudes violentas con sus amigos y familiares, y se concretan cuando caen en conductas de riesgo, como ingesta excesiva de alcohol, demostraciones de una sexualidad precoz y, en casos más graves, el consumo de drogas".
Según el siquiatra, decano de la Facultad de Sicología de la Universidad del Desarrollo y profesor en las facultades de Medicina de la Universidad de Chile y de Los Andes, Ramón Florenzano Florenzano,
existen tres factores clave para que los padres puedan percibir que sus hijos están juntándose con amistades que pueden inducirlos a caer en conductas de riesgo. El primero está relacionado con
el rendimiento escolar: "Cuando un niño que siempre se caracterizó por ser buen alumno, de repente decae en sus notas sin mayor explicación, inequívocamente algo está sucediendo. En este punto, la preocupación de los padres y del colegio juegan un papel fundamental. La idea es que ambos estén sintonizados y tengan una comunicación fluida, para detectar cualquier anomalía".
El segundo factor es
un cambio brusco en su grupo de amistades. "Si un muchacho que sólo se juntaba con los compañeros de curso o con los amigos que tenía desde chico, cambia radicalmente de grupo y prefiere esconder a sus nuevas compañías pasando mucho tiempo fuera de su casa, en lugares como los malls, las plazas o las esquinas, es necesario poner atención, porque esos sitios pueden ser un espacio peligroso".
Por último, el siquiatra dice que
el aislamiento también es un actitud para tener en cuenta. "Cuando un adolescente opta por permanecer mucho encerrado en su pieza o sólo juntarse con su grupo de amigos, dejando de ir a los almuerzos familiares, a las comidas o a los cumpleaños, es porque algo extraño está pasando, lo que no le permite relacionarse normalmente con su familia. Ahora, si estas conductas se combinan con desapariciones de dinero reiterado dentro de la casa o robos de cualquier clases, el problema es evidente".
Comunicación padre-hijo
Rosario y Piedad tienen doce años y son compañeras de curso. Se pasean por el mall, conversando con amigas, comiendo helados o yendo al cine. Estos meses, en que tienen más tiempo libre, se juntan casi todos los días. Ambas tienen prohibido juntarse con una compañera del curso paralelo, porque sus padres dicen que es una mala influencia. Ellas están de acuerdo. "Tiene nuestra edad y se agarra a gallos más grandes. Es feo ver a una niñita tan chica haciendo eso. Va a fiestas y se viste raro. Además, ha hecho que hartas niñas la sigan. Les presenta a sus amigos y todos se aprovechan".
La comunicación entre padres e hijos a la hora de combatir las malas juntas es fundamental para la sicóloga Ana María Arón. La profesional de la Universidad Católica asegura que esta relación tiene que ser fluida y sin presiones de ningún tipo.
"Es fundamental conocer a los amigos de los hijos, saber quiénes son y cómo se comportan. Para eso es ideal tener una casa abierta donde puedan llegar sin ningún problema, donde puedan hacer reuniones sin importar que desordenen un poco, o darle un plato de comida al amigo que se va a quedar a comer. En un ambiente así, es sencillo para los padres saber todo lo que está pasando".
Aunque la preocupación de los padres no significa caer en el extremo y convertirse en una "familia policial". La sicóloga asegura que no es recomendable que los padres se vayan a meter a las fiestas o reuniones, porque resulta contraproducente. A su juicio,
aquellas familias demasiado rígidas son las más proclives a que sus hijos adquieran conductas de riesgo y malas juntas.
Su consejo para los padres es
no mantenerse aislado y tener contacto con los demás padres. Así podrán discriminar entre una verdadera señal de peligro y un comportamiento normal de la edad, evitando asfixiar a los hijos. "Que una niña llegue a las dos de la mañana hace quince años podría tomarse como un mal comportamiento, sin embargo basta que esos padres conversen con sus similares para darse cuenta de que necesitan adaptarse a los nuevos tiempos. Aunque les cueste".
Dice que es fundamental practicar el
"buen apego". Esto significa la capacidad que tienen los adolescentes de sentirse seguros junto a sus padres y dentro de sus familias, teniendo al mismo tiempo la libertad para alejarse de ellos y que eso no signifique caer en conductas de riesgo. "Los hijos deben tener claro que, en momentos de crisis, pueden volver y conversarlo todo. Si los padres generan este vínculo, evitarán tomar decisiones tan fuertes que sólo asustan a los hijos”.