Las reacciones son conocidas. Aparece Adele, con su voz increíble, y no hay que excavar mucho en internet para encontrarse con cientos de chistes sobre su peso. En el colegio, quién no vio cómo todos los compañeros se ponían de acuerdo para saltar de sus asientos cuando el gordo del curso se sentaba. Y “anda a comerte los postres, gorda lechona”, parece ser hoy un insulto que no puede ser rebatido por quien lo recibe. Es como si sentenciara: “Eres gorda, así que cállate”.
Cansados de años de burlas, de no encontrar tallas para ellos en las tiendas, pero sobre todo, hartos de lo que llaman la “multimillonaria industria para la pérdida de peso”, cientos de personas con varios kilos se han unido al “fat pride”, la lucha por sus derechos y por erradicar la idea de que ser gordo está mal.
“Los gordos se merecen los mismos derechos y dignidad que la gente que no lo es”, dijo en julio pasado la doctora Cat Pause, a propósito de la primera conferencia que se realizó en Nueva Zelanda sobre “estudios de gordura”, en el marco del orgullo gordo. La idea era dar a conocer información y discutir cómo se ha estigmatizado a las personas con tallas grandes, viéndolas como
culpables de una epidemia que solo en 2008 ya tenía a mil 400 millones de adultos con sobrepeso, según la Organización Mundial de la Salud.
Entre los documentos que se repartieron en la junta, existían unos que llevaban por título “El odio a la gordura” y “El rol del diagnóstico en la marginación de la corpulencia”. Por su parte, Pause, presente entonces, explicó a los medios neozelandeses que la intención de los defensores de la gordura es reapropiarse del adjetivo gordo, como palabra que los describe y no como un insulto, y ojalá, dejar de utilizar “sobrepeso” -como término que indica que no se está en un peso correcto- y más aún “obeso”, utilizado por médicos como una manera de patologizar la gordura.
“Así que cuando la gente ve un cuerpo gordo como el mío, cree que no soy sana y que tengo un cuerpo enfermo; que nunca hago ejercicio y que solo como comida chatarra”, señaló, esperando que las personas puedan comprender que existen formas corporales más grandes que otras y que, por ende, no se debe obligar a alguien a bajar sus kilos, solo por no encajar con el estereotipo de belleza.
De hecho, esta semana, el European Heart Journal publicó un revolucionario estudio que asegura que las personas pueden ser obesas pero metabólicamente saludables. O sea, no tienen por qué sufrir de resistencia a la insulina, colesterol alto, hipertensión o diabetes, por tener kilos de más. Al contrario, según la investigación de la Universidad de Granada, se puede ser físicamente sano.
“Ser obeso no parece tener un efecto perjudicial sobre su salud y, lo más importante, los médicos deberían tener esto en cuenta cuando atienden a una persona obesa”, dijo Francisco Ortega, quien dirigió el estudio.
Antes, en la conferencia de Nueva Zelanda, el profesor de la Massey University, Andrew Dickson ya había comentado esta idea, señalando que nunca se había sentido tan estresado como cuando bajó de 130 kilos a 86, a punta de dietas, medicamentos recetados y trote. Hoy, con 100 kilos, se autodenomina “el atleta gordo”, ya que sigue trotando 60 km a la semana, pero está feliz.
Soy gorda, ¿y qué?
El “fat pride” lleva años intentando emerger como una fuerza contra las diferencias y burlas hacia los gordos. Ya en 1999, Marilyn Wann (escritora estadounidense), alegaba con furia contra un gimnasio que usó como propaganda el lema de que si los extraterrestres invadieran la Tierra, se comerían primero a los gordos.
“Represento a los 97 millones de estadounidenses que son gordos. Somos el 55% de la población”, alegaba entonces la autora de “Fat? So!” (“¿Gorda? ¡Y qué!”), un libro que la catapultó como la activista pro gordos más conocida de EE.UU.
Wann llevaba desde 1994 escribiendo sobre la discriminación hacia las personas con tallas grandes. De hecho, su “Fat! So?” había comenzado como una revista luego de que le negaran un plan de salud debido a su peso, y que se enterara de que el hombre con el que salía se avergonzaba de presentarla a sus amigos.
“Soy una mujer saludable de 113 kilos, que no fuma y que es linda como una flor. Pero también soy gorda (...) Estaba tan enojada por esos dos incidentes, que sentía que mi silencio sería una manera de decir que estaba de acuerdo con la forma en que estaba siendo tratada (...) Una ‘fatso’ había nacido”, explicó entonces la mujer para referirse a cómo ella llama a los luchadores por los derechos de los gordos, que no se avergüenzan ni piden disculpas por su peso”.
Su trabajo también ha estado ligado a organizaciones que velan por los derechos y la no discriminación de la gente con varios kilos, como la
National Association to Advance Fat Acceptance de EE.UU. La razón es simple: la realidad para una persona gorda, como explica Wann, es “una vida no vivida, llena de odio a sí mismo”, escondiéndose de las burlas y, peor aún, del desprecio de aquellos que ven su condición física como propia de alguien flojo, sin voluntad, glotón y hasta tonto, como dice la autora.
"Esto suena familiar. Son los atributos negativos con que a todas las personas oprimidas las han etiquetado”, ha dicho, con respecto a los pueblos y minorías que han sufrido tratos diferentes en la historia. “Y la gente gorda es el último objeto aceptable de discriminación”, agregó.
El tema sigue siendo motivo de lucha. Por eso en la convención de estudios de la gordura, en Nueva Zelanda -país con un cuarto de su población calificada de obesa-,
se le pidió al gobierno que legisle, así como se ha hecho con temas raciales y de diversidad sexual, para que se termine el trato peyorativo a los gordos.