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Mario Banderas, el profesor que pagaría con tal de seguir enseñando

Asegura que ninguna mujer pudo aguantar que su pasión por la educación y los bomberos la dejara relegada a un segundo lugar. Pero a sus 66 años, Mario Banderas es un hombre que asegura ser tremendamente feliz, y que incluso pagaría porque le dejaran seguir enseñando por siempre.

27 de Agosto de 2013 | 16:57 | Por Ángela Tapia. F., Emol
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Sergio Alfonso López, El Mercurio.
“¡No! Usted, no lo diga”, es una frase que ya ha pasado a formar parte de las expresiones comunes de los chilenos, cuando se trata de corregir horrores del vocabulario de los nacionales, y que inmortalizó Mario Banderas, el profesor, que aún hoy, después de 30 años de pedirle a la gente que no diga “celebro”, sino que “cerebro”, sigue enseñando en los medios el arte de hablar bien.

Ya sea en el “Mucho gusto” como en Radio Agricultura, a sus 66 años el eterno profesor mantiene su cruzada por ilustrar a un país que se caracteriza, según las encuestas, por leer poco, y en enseñar a sus alumnos -hoy de la Universidad Gabriela Mistral y por años del colegio Apoquindo y Tabancura-.

“Nunca he dejado de hacer clases”, dice el apasionado académico, a minutos de salir al aire en el matinal del Mega y con una pronunciación impecable.

“A la gente le interesa hablar bien. Esto de que hablemos coloquialmente se ha transformado, desgraciadamente, en hablemos ordinariamente; dos cosas que no son lo mismo. El coloquio es hermoso, el diálogo es hermoso, pero deben hacerse con palabras habituales, formales, comunes, corrientes, que no tienen por qué ser siúticas. Pero tampoco, y por ningún motivo, ordinarias. En la mesa de tu casa no hablas con ordinarieces. Entonces, ¡qué ganas de preguntarle a algunos, que a veces lo hacen frente a la cámara, ¿en su casa se habla así?”.

-Pero hoy se respeta mucho la naturalidad, mostrarse tal como se es o se quiere en la televisión…
“El problema es que no debes hacer todo lo que quieres. Debes hacer lo que debes. Perdona, soy un poco taxativo como profesor, pero así les he enseñado a mis alumnos, que hoy están donde tienen que estar, cumpliendo funciones de más variada estirpe. Me lo dicen cuando se juntan los chiquillos del 75, donde recitan de memoria las tiradas que les enseñé del Cid. Son chiquillos que hoy son autoridades, encantadoramente entregados a sus trabajos, y que recitan lo que el viejo profesor les enseñó. Y los ves y no hay ningún traumado por eso”.

-Tras años enseñando, ¿cuál es el error más común que ve en el vocabulario de los chilenos?
“En primer lugar, yo diría que la carencia de vocabulario, que es muy menguado. Cuando alguien usa una palabra que se salga del molde, lo tildamos de siútico. Tenemos un defecto que es reírnos de todos, porque somos tremendamente clasistas y racistas. Así que también nos reímos del que se sale del molde. Y eso implica que hay muchos que no se atreven a hablar un poco mejor por temor de que alguien se ría de él. Por esto, nuestro vocabulario se empequeñece”.

-¿Trae algún problema más profundo esto?
“En mi opinión, la falta de palabra es un factor fundante del famoso bullying de que tanto se habla. Porque cuando se me termina la palabra, cuando no tengo el adjetivo para hablar contigo, cuando me falta el verbo para empezar lo que quiero expresar -la emoción, el sentimiento, el cariño, la proposición de vida- la reemplazo por el grito, que a veces es gutural como los animales. Y del grito pasamos al ladrido onomatopéyico que no es otra cosa que el insulto, y del insulto a la bofetada, y de la bofetada al cuchillo, a la muerte, a la intolerancia. La palabra es vida. Yo soy un hombre creyente, y Dios mismo se definió: ‘Yo soy la palabra’, así que cuando nos vulgarizamos en el hablar, despreciamos la palabra. Esa es mi teoría. No digo que debamos estar todo el tiempo sonriendo. Digo que debemos esforzarnos por soportar a nuestro interlocutor”.

-¿Cuál es su palabra favorita?
“Cuchipanda, porque tiene mucho de divino. Se define como reunión de amigos donde se come y se toma regadamente, con el único propósito de cultivar la amistad. Es como la Santa Misa para nosotros los católicos; el comer el pan celestial. No por nada, el primer milagro que hizo Cristo fue en las Bodas de Caná, para poder hacer algo tan humano como sentarse a comer y a celebrar juntos. Además, la comida es tremendamente humana cuando se conversa. De cum-edere viene la palabra comedor, que quiere decir ‘comer con’. No ‘comer solo’”.

-¿Y algún improperio al que le tenga más cariño?
“Si crees que no los digo, estás profundamente equivocada. Incluso, en clases, y con la debida introducción, exclamo los que necesito decir, y más de alguno se escandaliza. Pero en mi vida, y con el introito que corresponde, sí digo algún improperio, y bien ganado”.

El año 2011, el profesor Banderas fue nombrado director honorario del Cuerpo de Bomberos de Santiago, después de 36 años de servicio. Con un orgullo que se le escapa por los ojos, dice haber sido uno de los hombres que ayudó a apagar el incendio de la Torre Santa María, hace 31 años.

“Cuando era joven, mi trabajo era recoger el material cuando terminaba el incendio, cuando todos los buenos bomberos estaban agotados por el quehacer. Es un trabajo muy modesto y humilde, pero es el que hacía con mucho cariño. Hoy, mis incendios son recorrer Chile de Arica a Punta Arenas, como instructor de ética bomberil de todos mis cofrades. Y les doy clases a los 45 mil bomberos de esta institución, que es según las encuestas universitarias -no pedidas por nosotros-, la institución más creíble de Chile. Estoy orgullosísimo de esto”, dice con entera viveza.

-¿Qué hace para mantenerse vigente?
“Hablar, seguir leyendo, enseñando… Me nutro con el contacto con la gente joven, con mis cofrades; palabra que uso cuando me refiero a mis iguales, a mis pares bomberos”.

-¿Tiene hijos, nietos?
“No, porque no me he casado al enamorarme de mis pasiones; la pedagogía y la bomba. Las mujeres que con esfuerzo he logrado conquistar, han sido sumamente dignas al no aceptarme el continuar siendo un complemento de sus vidas, y no alimento sustancial y primero de ellas; y les encuentro toda la razón. Tengo tan fuertemente marcado que yo debo enseñar y me debo a mis alumnos de la universidad o de la bomba, que todo lo demás, para mí huelga. Por eso es difícil compartir el corazón estrechamente con una mujer que ya se siente postergada desde el inicio. Y tengo profunda admiración por las esposas de mis hermanos bomberos, que a veces son más bomberas que nosotros mismos. Bueno, pero no tiene importancia. Más importante es lo que yo modestamente hago”.

-¿Por qué su pasión por enseñar lo supera todo?
“Bueno, soy un hombre creyente. Y por ende, soy providencialista y corresponde a mi vocación. Soy brutalmente, enormemente, feliz. Me hubieses visto ayer en mi clase, la misma que he hecho desde hace 32 años en la Gabriela Mistral, comienza a las 2.33 de la tarde y termina alrededor de las 16. 30, y luego finaliza con los 10 o 20 alumnos que se quedan en torno a mi pupitre, hasta las 5.30. Las niñitas y los chiquillos discuten, preguntan y es un goce intelectual muy difícil de explicar. Tal vez podrían entender mi fruición alguien enamoradísimo de su quehacer profesional.
“Enseñar me fascina. Si mañana, en la universidad me dijeran que no haga más clases, les diría que yo les pago porque me dejaran hacer clases”.

-Mejor que no se enteren…
“Sí, ojalá que no lo escuchen (ríe)”.

-¿Cuál es su vicio privado?
“Me encanta la música clásica. Soy más bien rococó, barroco. Tengo una buena discografía en mi Ipod y hago clases con ella, buscando la música apropiada para cada día. Por ejemplo, ayer ocupé la Novena Sinfonía de Beethoven, el Himno de la Alegría, porque quería enseñar la importancia de la comunicación; la alegría de poder hablar con otro”.

-¿Es de esos profesores que toman a sus alumnos como si fueran hijos?
“Sí, absolutamente. Es por eso que varios ministros de Estado de ayer y hoy, que fueron mis alumnos, tienen mi teléfono y yo tengo el de ellos, y me invitan a sus casas a compartir la mesa familiar. Mis clases son como estar en el living de mi casa, y si me preguntan una y otra y otra vez lo mismo, yo feliz”.
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