REVISTA VIERNES DE LA SEGUNDA
Carcajadas. Después de una fuerte pelea con su señora, hace más de 25 años, lo que Guillermo González más recuerda son carcajadas. No fueron de nervio, tampoco de rabia, sino causadas por lo que vino después. Para pasar el mal rato fuera de la casa, Guillermo invitó a su hijo de 14 años, su primogénito René, a pasear por el centro. Relajarse y dejar que se calmaran las aguas era el plan y mientras recorrían las calles iban mirando las carteleras de los cines. Pararon frente a varios afiches, pero ninguno los convencía, hasta que vieron a dos personajes con anteojos, trajes y corbata negra: “Los hermanos Caradura”. No sabían de qué se trataba la película, sólo que era una comedia. Fueron dos horas de risas que no sólo cambiaron los ánimos revueltos, sino que se volvieron un hito en su historia familiar. Un recuerdo que ambos reviven cada vez que el vinilo con la banda sonora suena en el tocadiscos del bar que hoy manejan a cuatro manos. Porque así como Guillermo confiaba en René para emprender pequeñas aventuras como las de esa tarde particular, también confiaba en él como compañero de batalla para el mayor proyecto que han desarrollado como padre e hijo: el Bar de René.
Ubicado en una estratégica cuadra de la calle Santa Isabel, entre Av. Condell y Emilio Vaisse, el bar que ambos administran y atienden es un ícono del barrio. Una clásica cantina que a pesar de los años y los cambios que se han vivido en el sector –hoy epicentro del diseño y la moda independiente–, sigue en pie, inquebrantable al lado de un taller mecánico, una cerrajería y tiendas de comida gourmet. Un pequeño local que desde 1996 recibe a sus visitantes con sus muros de color café y puertas de vidrio en las que se lee en letras amarillas “De Rene Bar”. Al interior se accede por un angostísimo pasillo, tan largo como la misma barra, por el que se avanza casi a codazos, en medio de la gente, tratando de evitar las transpiradas paredes que hasta hace tres años estaban todas rayadas. Un emblema, dicen sus clientes, testigo de una época en que la libertad era un bien recientemente adquirido y disfrutado a concho, y en el que el rock independiente nacional luchaba por hacerse escuchar.
CAZUELAS, FAMILIA Y PAN CON CHANCHO
Proveniente de una familia de comerciantes, Guillermo siempre ha vivido de sus negocios y en este sector de Santiago encontró el lugar para desarrollarlos. Lo primero que tuvo fue una cerrajería, en Portugal con Santa Isabel, pero al poco tiempo de haber sido papá cambió el giro y montó un bar restaurante unas cuadras más arriba, en la esquina de Seminario. “De papá chocho le puse ‘bar restaurante de René’”, dice del local que tuvo hasta que René cumplió ocho. Después vino una tienda de electrónica, otra cerrajería, hasta que a fines de 1995 volvió a motivarse con la idea de revivir el restaurante. Pero esa vez con René como partner. Fue éste, a sus veintitrés, quien decidió acortar el nombre sólo a Bar de René. “Mi idea era tener un local de comida chilena, donde la gente comiera una cazuela, un costillar de chancho, un pescado frito. Y eso fue lo que hice por muchos años. Eso nos dio un prestigio”, confiesa Guillermo.
“El concepto siempre fue el de bar-restaurante, que funcionaba con las comidas que se daban a los trabajadores del barrio en el día y después, en la tarde, se transformaba en la cantina donde la gente se tomaba algo antes de irse a la casa”, afirma René. Sin embargo, como su patente es de cantina –una de las más preciadas y prácticamente inexistentes en Providencia–, la comida no era una obligación. De hecho, hasta el 2004, si un cliente llegaba a las 10 de la mañana a pedir una piscola, ellos la servían. Sin acompañamientos, ni siquiera un maní.
Aunque Guillermo siempre apuntó al público que él conocía, a la gente que transitaba por el lugar –trabajadores de talleres mecánicos, artistas y muchos jubilados–, pronto se les sumó una clientela inesperada. Una que René fue alimentando y que marcaría los primeros cambios que viviría el barrio en estas dos décadas: la explosiva llegada de las universidades privadas. “Empezó a aparecer gente joven que no tenía dónde ir y que llegó a mezclarse con quienes vivían por acá. Se produjo una condensación de gente, de ideas e historias súper distintas”, dice René.
Esa combinación peculiar fue lo que rápidamente le dio vida propia al bar. “El bar lo hace la gente. Y es lo que sucedió. En esa época no había espacios así pero estaba la necesidad de que existieran. Faltaba un lugar de reunión y nos fuimos convirtiendo en eso. Cuando abrimos llegó una cantidad de gente que no podíamos creer. Tanto, que tuvimos que poner una reja a la entrada. No porque no quisiéramos que entraran, sino porque realmente no cabían”, explica René. Pero la emergencia rápidamente se transformó en rito: en la puerta, al lado de la reja, cuando el bar está al máximo de su capacidad, la gente hace fila y espera tranquila a que salgan unos para entrar otros. Sin diferencias. “Una vez vino Manu Chao y su banda y nos comentaron que estaban afuera. No podían creer que les dijéramos que tenían que hacer la fila, pero así es acá. Todos son iguales”.
Ir al Bar de René está lejos de ser una onda. Quienes llegan ahí lo hacen por el espíritu del lugar. Básicamente, porque se sienten en casa. “Cuando me vine a vivir a Santiago, al principio me juntaba con puros magallánicos. Uno tiene la necesidad de tribu, de aclanarse, de protegerse. Por eso uno busca espacios y casas en las que eso sea posible. Y eso pasaba en lugares como el Bar de René”, dice el diputado Gabriel Boric, que lo visita constantemente y lo considera “un espacio de resistencia frente al cemento capitalino”. Para la actriz Carolina Varleta, este lugar tiene un valor social relevante. “Es un punto de encuentro, así lo sentíamos nosotros cuando estábamos estudiando en la Uniacc. Viví grandes momentos ahí, me inspiraba, era entretenido. Se volvió una tradición y me parece maravilloso que prevalezca en una sociedad donde las cosas son cada vez más desechables y en una ciudad que crece desmesuradamente”.
TODOS SON ROCK
La última vez que Gabriel Boric entró al Bar de René fue hace un mes. Fue a ver a la banda magallánica Hielo Negro y, como siempre, estando ahí adentro nadie lo apuntó por su cargo. “Esa es la gracia del rock, que no tiene cargos ni distinciones”, afirma. “La manera en que el bar se ha ido formando es un manifiesto de cómo somos los rockeros. No somos sólo músicos, somos cualquier persona que tenga una manera particular de ver la vida y la sociedad. Por eso el eslogan del bar es ‘manifiesto del rock’, que viene de la forma en la que todos quienes estamos acá queremos vivir la vida: con respeto, justicia, igualdad, tolerancia e inclusión”, dice René.
Más allá de las piscolas servidas hasta el tope, las generosas medidas de whisky, las cervezas de litro con vasos plásticos para compartir, las atestadas noches que duraban hasta las cinco de la mañana y en las que todos dicen recordar cómo llegaron, pero no como se fueron, lo que realmente marca al Bar de René es su espíritu rock. “Lo icónico que se ha vuelto el bar para esa escena es todo mérito de René. Eso es todo él”, dice Guillermo.
Sin la chaqueta de cuero, pero siempre haciéndole un guiño al rock desde la barra –con afiches, muñecos de Kiss o una pulsera de cuero–, la parrilla musical personal de René se volvió la del bar. “A mí siempre me gustó la música chilena, sin tener muchos conocimientos. Cuando llegué, empecé a poner discos que me gustaban y en esa época, que no había Google, muchas veces eran hasta casetes regrabados. Eso se empezó a comentar de boca en boca y llegaban bandas que preguntaban si podíamos tocar sus discos”, dice René.
“Era muy llamativa la música que podías escuchar ahí”, recuerda Rainiero Guerrero, actual director de la radio Futuro, que conoció el bar cuando era un estudiante. “Era más hardcore, más alternativa. Música que no salía en la radio. Y hoy representa una mística rockera que pocos lugares tienen. Guarda historias, guarda hitos, guarda ambientes. Es transversal y tiene un respeto por el público y la música que lo hace ser icónico”, dice Guerrero.
Yajaira, los Fiskales ad Hok, Dorsal, Nuclear, la lista de bandas que suena en el local es tan infinita como muchas veces desconocida. Por eso su relevancia: el Bar de René es una plataforma de difusión musical. “Si le pedías que pusiera alguna música o llevabas tu disco, él feliz lo ponía. Había una muy linda comunión con él y ahora es como el hermano mayor de todos”, dice Christian MacDonald, baterista de Hielo Negro.
Para Angelo Pierattini, vocalista de Weichafe, la relación con el bar es fundamental en su historia. “Fui yendo de a poco. Max, de la banda, iba siempre y él me llevó. Después empecé a ir solo y un día, me acuerdo, mientras tomaba una piscola en la barra, René, que estaba jugando dominó con unos amigos, me invitó a unirme. Desde entonces hay un vínculo de amistad”, dice. Pero también es un lugar especial para su grupo. “Ese fue uno de los primeros lugares en los que sonó nuestra música de fondo”, afirma.
De la misma manera sucedió con muchos otros músicos “Tengo el primer demo de los Chico Trujillo, me lo regaló el Macha”, dice René. “La música independiente en Chile no ha tenido apoyo. Recién ahora tenemos una ley con el 20%, pero hay muchísimo material de buenas bandas, muy buenos discos que nunca han sido escuchados porque no existía un lugar”, cuenta. “Como en ese momento no había escenario, acá al menos se escuchaban”.
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