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Hijos de corea: Chilenos admiradores de la cultura asiática

La llegada del hallyu –la ola coreana– a través de la música pop, las series, la moda y los cómics ha conquistado a los jóvenes chilenos con fuerza desde 2007.

19 de Mayo de 2017 | 18:28 | Por Daniela Pérez y Natalia Ramos, revista Viernes
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Karina Flores, Camilo Aguirre, Constanza Jorquera, Carla Martínez y Eduardo Moya, más conocido como Min en el mundo del hallyu en Chile.

Sabino Aguad
“¿De verdad llegué?, ¿de verdad estoy aquí?”. Eso es lo que Eduardo Moya (25) se preguntaba todas las mañanas durante sus primeros días en Corea del Sur, en 2014. Su sueño, desde los 15 años, era estar ahí, y por eso cuando terminó el colegio, se dedicó a trabajar para cumplir ese objetivo. Un año y medio después consiguió reunir el millón de pesos que por ese entonces costaba el pasaje, y pudo llegar a Seúl.

Pero la relación de Eduardo con Asia comenzó cuando era un niño. De hecho, su madre se lo contagió. “Primero, seguía todo lo que se hiciera en Japón, especialmente el animé: me veía todos los que daban en la tele. Y fue a través de ellos que empecé a interesarme en la música. Ahí me di cuenta de que muchos grupos no eran japoneses, sino coreanos, y me puse a indagar en su cultura”, cuenta.

Ese pop pegajoso lo cautivó, y fue el inicio de una relación con surcorea mucho más profunda. Primero, como parte de una banda tributo a su grupo favorito, Super Junior; luego, aprendiendo el idioma, y finalmente yéndose a vivir por casi tres años.

Las series, el cine, los juegos, la moda, los cómics y la música pop coreanas se han vuelto una poderosa herramienta de difusión para el país asiático. Más conocida como hallyu –ola coreana– “constituye un eje central de la estrategia de promoción de la ‘marca país’ a nivel internacional, y le ha permitido a Corea del Sur alcanzar estatus y reconocimiento”, explica la analista en políticas y asuntos internacionales de la Universidad de Santiago, Constanza Jorquera, quien también agrega que incluso lo consideran una herramienta de soft power: a través de parlantes dirigidos hacia Corea del Norte, amplifican canciones de k-pop o pop coreano para mostrarse como un país avanzado y culturalmente atractivo.

Aunque originalmente impactó dentro de Oriente, en particular en China y Japón, desde el año 2007 y 2008 esta ola comenzó a abrirse camino en otros territorios, siendo América Latina un gran receptor de su influencia. Así lo expuso el New York Times, que en su revista del 7 de mayo, dedicada a cómo se mueve el dinero en el mundo, aborda la manera en que la industria creativa coreana ha capitalizado su impacto global. Y sobre todo, se pregunta cómo ha conquistado de forma tan única a un país como Chile.

Esta pregunta no es nueva, y convoca a especialistas y académicos que concuerdan con la idea de que esto no se debe únicamente al boom de la industria cultural. Porque si bien efectivamente son cientos los jóvenes que se reúnen en fiestas dedicadas especialmente al k-pop, donde compiten con las coreografías que ensayan sagradamente todos los viernes por la tarde en el GAM o el Parque San Borja, lo que los mueve a estudiar coreano y querer visitar el país rápidamente trasciende al hobby. “No sólo se sienten representados y acogidos por la diversidad estética de las bandas que siguen y admiran. También ven en Corea una oportunidad para conocer otro lugar, para crecer. Es como una nueva tierra de las oportunidades”, dice Constanza Uribe, coordinadora del Centro Asia Pacífico de la Universidad Diego Portales.

Pero, ¿cuándo fue que los chilenos comenzaron a mirar Corea?

El primer acercamiento

La inmigración coreana en el país se puede rastrear a fines de los años 70. Entonces llega un primer grupo de comerciantes, que en su mayoría se instala en Patronato, sector al que hoy se le conoce como el k-town.

“Todos vinieron con un objetivo claro: hacer negocios. Traían cierto dinero para administrar sus propias tiendas y se instalaron en Patronato”, explica la coreana Jinok Choi, directora del Magíster en Estudios Coreanos de la Universidad Central. Según Choi, ese enfoque comercial de su migración les permitió el éxito económico, pero los mantuvo siempre al margen de la sociedad local. “Ellos nunca abandonan el sueño americano y su plan siempre es alcanzar Estados Unidos o Canadá. Por esto mismo, su inclusión en Chile no es una prioridad y sus relaciones interculturales siempre fueron muy restringidas”, agrega.

Sin embargo, la crisis asiática de fines de los 90 cambió esta realidad. “Cuando esto sucede, la economía de los llamados tigres asiáticos queda en el suelo. Y se vuelve un hito o un punto de quiebre”, dice Jorquera. Agrega: “Toda esta política de desarrollo económico basada en la industria de alto valor agregado a la tecnología, y en la automotriz y química, entra en crisis y se dan cuenta de que pueden vender su activo más importante: la creatividad”. Así, desde la administración del Presidente Kim Dae-Jung, a partir de 1998, el gobierno impulsó políticas públicas, reestructuraciones institucionales y creó entidades dirigidas a crear una industria cultural para exportar.

Este es un tema que aborda Wonjung Min, académica del Centro de Estudios Asiáticos UC, en el libro Estudios coreanos para hispanohablantes: “En 1999 se llevó a cabo una inversión de 148,5 millones de dólares, los que se han recuperado con creces desde entonces, ya que se estima que sólo para el año 2012 habría una ganancia de alrededor de 10,44 billones de dólares”.

En paralelo, cuando los coreanos comienzan a replantear su estrategia económica, se enfocan hacia el Pacífico. “El primer tratado de libre comercio en la historia de Corea del Sur es el que suscribe con Chile en 2004. Y es el primero entre un país latinoamericano y uno asiático. Esto abre las relaciones entre los países”, explica Uribe. Además, hace que los chilenos pongan a Corea en su radar. “La crisis asiática también hizo que estos países se hicieran más evidentes y nos hizo tomar conciencia de su existencia”, agrega.

Y esto último es clave. Porque aunque los contenidos que produce la industria cultural pasaron a ser parte de una estrategia económica, el gobierno coreano nunca pensó que tendría el alcance que ha logrado.

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