Durante décadas las investigaciones han intentado predecir las enfermedades futuras que pueden tener las personas. Los biomarcadores moleculares son utilizados hoy en día para la prevención, el diagnóstico y la terapia de muchas enfermedades y cada día han ido tomando un rol más protagónico en la mantención de la salud o en su monitoreo, como también en terapias personalizadas, especialmente en patologías como el cáncer y otras de tipo autoinmunes.
La académica de la Universidad de Los Andes, Alejandra Chaparro, explica que “usamos los biomarcadores desde tiempos muy antiguos. Acciones como medir nuestra temperatura corporal, nuestra presión arterial, pesarnos, o realizarnos un examen de perfil bioquímico son exámenes de rutina habituales para chequear nuestra salud. Sin embargo, en esta última década hemos tenido una explosión en el desarrollo científico de nuevas técnicas moleculares denominadas “omicas” (genómica, proteómica, metabolómica, lipidómica, etc.) que nos ha permitido descubrir nuevas moléculas que participan en la patogénesis de las enfermedades”.
La magíster en Ciencias Odontológicas agrega que “aunque se ha secuenciado todo nuestro genoma y tenemos acceso a la información de nuestros genes, no todos ellos se expresan y traducen a proteínas, ya que son afectados por nuestro estilo de vida, por otras moléculas y por el medio ambiente que puede generar modificaciones epigenéticas y mutaciones”.
Detectar riesgos individuales
Alejandra Chaparro explica que los biomarcadores son cualquier molécula como proteínas, lípidos, metabolitos, genes, vesículas o trozos de RNA que se pueda detectar en fluidos o tejidos del cuerpo y que pueden variar entre las personas sanas o enfermas, y donde lo ideal es detectarlo cuando aún la enfermedad no tiene signos clínicos o se encuentra en una etapa subclínica o asintomática.
“La idea es aprender a conocer bien cómo se produce la enfermedad en una etapa molecular o, por el contrario, qué especial tienen las personas que se mantienen sanas, utilizando estos biomarcadores para clasificar nuestro riesgo y ajustar medidas preventivas y terapéuticas especialmente diseñadas para cada uno con un abordaje preciso, más eficaz, seguro y personalizado”, agrega la académica de la Universidad de los Andes.
Agrega que la idea es combinar la presencia de estos biomarcadores con hábitos o estilos de vida como el tipo de dieta, deporte, tabaquismo, uso de drogas u otros, con los antecedentes genéticos para poder integrar la información y establecer el riesgo individual para desarrollar ciertas enfermedades.
En este sentido, explica que “nos encontramos en un nuevo umbral de cómo entender las enfermedades y en las que debemos investigar el aspecto molecular de las enfermedades humanas más prevalentes para poder intervenirlas a nivel subclínico y no cuando la enfermedad se manifiesta”.
No obstante, agrega Alejandra Chaparro, esto requiere contar con personas involucradas, que tengan un mayor conocimiento sobre sus riesgos, autocuidados y gestión de su salud. “Este nuevo escenario implica nuevos desafíos no solo científicos y tecnológicos, sino que también sociales y éticos que deben ser abordados en nuestra comunidad y que prontamente nos permitan orientarnos más a la prevención o a la intervención temprana de las enfermedades, especialmente aquella de tipo crónico no transmisibles”, dice la académica de la Universidad de los Andes.